Leonor, la musa real que llevó a Machado por una blanca vereda

Baeza, la ciudad jiennense a la que se retiró el poeta a la semana de enviudar en Soria, bautizará un parque con el nombre de su joven esposa: Leonor Izquierdo Cuevas

Leonor, la musa real que llevó a Machado por una blanca vereda

Leonor, la musa real que llevó a Machado por una blanca vereda / Álvaro Romero

Álvaro Romero

Escribió alguna vez Antonio Machado: “Dicen que el hombre no es hombre / mientras no oye su nombre / de labios de una mujer. / Puede ser”. El poeta que nació en un patio claro de Sevilla donde maduraba el limonero oyó su propio nombre en Soria, tan lejos de su origen pero donde consiguió hacerse por primera vez no solo hombre, sino también poeta, porque fue en aquella remota ciudad –y en la pensión donde empezó a hospedarse tras ganar la oposición a profesor de Francés en un instituto- donde iba a conocer al breve amor de su vida, entonces una niña todavía: Leonor Izquierdo Cuevas. La chica tenía 13 años y él iba a cumplir 32. Es posible que ambos se conocieran en la pensión que regentaba un familiar de Ceferino e Isabel, los padres de Leonor, cuando también estos llegaron a Soria capital en el otoño de 1907. A Ceferino lo habían jubilado como guardia civil en el Castillo de Almenar, a solo 25 kilómetros de allí, que fue donde había nacido Leonor. La primera pensión cerró y fueron los padres de Leonor los que volvieron a montarla, en otra calle. El flechazo entre el poeta sevillano y la chica debió de producirse casi de inmediato. A Antonio debió de recordarle la muchacha, por la ingenuidad de su juventud, a su propia hermana Cipriana, muerta con 14 años nada más arrancar el siglo, en el año en que él se fue a París tras los pasos de su hermano Manuel... El caso es que, tan tímido como era, no tuvo otro recurso que dejarle donde ella lo viera un poema sobre una monjita que terminaba así: “Y la niña que yo quiero, / ¡ay! preferiría casarse / con un mocito barbero”. El joven barbero existía, de hecho, pero Leonor prefirió al poeta.

Tuvieron que esperar a que Leonor cumpliese los 15 años porque era la edad legal, con permiso paterno, para contraer matrimonio. La boda, en la iglesia de Santa María la Mayor de Soria, se celebró el 30 de julio de 1909. La madrina fue doña Ana Ruiz, la madre de Machado que tres décadas después habría de cruzar la frontera francesa en silla de ruedas mientras, desorientada por la edad y la violencia, le preguntaba a su Antoñito si faltaba mucho para llegar a Sevilla... El padrino, Gregorio Cuevas, tío materno de Leonor, dentista de profesión. Según el periódico local Tierra Soriana, a la boda asistió el claustro de profesores del instituto y un buen número de familiares y amigos de la pareja. El redactor deja caer, sutilmente, la falta de respeto de un grupo de gente que increpa a los contrayentes por la diferencia de edad... Pero Machado jamás haría referencia a ello, ni siquiera cuando veinte años después, en 1932, vuelve a Soria para recibir el título de Hijo Adoptivo de la ciudad...

Lo cierto es que la felicidad –tal vez la única felicidad plena de su vida- le iba a durar muy poco al poeta, que ya había publicado Soledades, galerías y otros poemas. Porque, como todo el mundo sabe, Leonor iba a morir de tuberculosis el 1 de agosto de 1912, recién aparecida la primera edición de Campos de Castilla, que no llevaba aún los poemas del llamado “ciclo de Leonor”, pues esos textos surgieron del drama que supuso, tan infructuosamente, intentar conservarla a este lado de la vida. Como no fue posible, Machado la convirtió en una auténtica musa, eternizándola así a pesar de lo ocurrido más allá de la literatura... En una carta remitida muchos años después desde Segovia a su amigo Pedro Chico, escribe don Antonio: “Si la felicidad es algo posible y real –lo que a veces pienso- yo la identificaría mentalmente con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer, cuyo recuerdo constituye el fondo más sólido de mi espíritu”.

París: amor y enfermedad

Tras la boda, la idea era llegar a Barcelona para pasar allí la luna de miel, pero el plan se le truncó a la pareja por la Semana Trágica, de modo que se quedaron casi todo el verano en Fuenterrabía. Al regresar a Soria, Machado consigue una beca para seguir cursos de Filología Francesa en París y así perfeccionar sus conocimientos del idioma. De modo que la pareja parte hacia la capital del Modernismo a comienzos de 1911. Machado ya conocía aquella gran ciudad por su primera estancia de juventud, pero ahora, con Leonor, iba a ser distinto. Lo fue, de hecho, hasta que la víspera del 14 de julio, la fiesta nacional de allí, se manifestó la enfermedad en forma de hemoptisis. Leonor tuvo que ser hospitalizada, hasta que después de un mes y medio el doctor le recomienda que vuelva a España. Antonio, desesperado, escribe una carta a su amigo Rubén Darío en la que le pide prestado algún dinero para volver a Soria. El año que falta para la muerte de Leonor es un verdadero infierno para el poeta, que hasta se obsesiona con provocarse él el contagio para no tener que sobrevivir a su joven mujer. El primer poema que surge por todo aquel drama a punto de convertirse en tragedia es bien conocido: “A un olmo seco”, en el que después de identificarse con el moribundo árbol a orillas del Duero -por donde él había conocido tan poco tiempo antes a la joven Leonor- y después de celebrar “la gracia de su rama verdecida” por “las lluvias de abril y el sol de mayo”, pide “hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera”.

Baeza, la ciudad del viudo

Pero no pudo ser. Ocho días después del entierro, el abatido Antonio Machado abandona Soria. El periódico El Porvenir Castellano, que dirigía su amigo José María Palacio –casado, por cierto, con una prima de Leonor-, había informado del sepelio el 5 de agosto, con una esquela en primera página y la referencia de que los restos de la joven reposaban en el cementerio de El Espino, inmortalizado también por el poeta en aquella “Carta a José María Palacio”: “Palacio, buen amigo, / ¿está la primavera / vistiendo ya las ramas de los chopos / del río y los caminos? En la estepa / del alto Duero, Primavera tarda, / ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...”, escribirá el poeta, sorprendido por la lentitud de una primavera tan diferente de la andaluza... E irá añadiendo: “¿Tienen los viejos olmos / algunas hojas nuevas?”... El poeta sigue preguntando en la carta, y deja para el final el verdadero, dolorido, directo cometido de la misiva: “Con los primeros lirios / y las primeras rosas de las huertas, / en una tarde azul, sube al Espino, / al alto Espino donde está su tierra”. El encargo de Machado, como tantas de sus palabras sacralizadas con el tiempo, se convirtió en tradición. Y lo cierto es que Soria acabó encontrando su lugar en el mapa poético de las letras españolas... ¿Qué ciudad de nuestro país puede presumir de que algún gran poeta le haya dedicado versos como estos? “Es la tierra de Soria árida y fría. / Por las colinas y las sierras calvas, / verdes pradillos, cerros cenicientos, / la primavera pasa / dejando entre las hierbas olorosas / sus diminutas margaritas blancas”. También Baeza (Jaén) iba a encontrar ese lugar en el mapa poético a pesar de que recibe a Machado en el peor momento de toda su vida. “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. / Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. / Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”, escribiría Antonio desde la ciudad más castellana de Andalucía en la que podría haber recalado, la del viejo casino provinciano... La ciudad que este próximo 22 de febrero, en el 84º aniversario de la muerte en Colliure (Francia) del poeta, en 1939, va a inaugurar un parque con el nombre de Leonor Izquierdo Cuevas, en el desarrollo de la Semana Machadiana que se celebra allí con conferencias, recitales y actuaciones musicales.

“Una noche de verano...”

Leonor estaba llamada a convertirse ya en una musa no solo para Machado, sino para las letras españolas. Sabemos poquísimo de su vida, de su personalidad, de su físico, más allá de alguna descripción de quienes la conocieron y de alguna fotografía. Pero su nombre remite al amor dolorido como antes lo había hecho Laura en los poemas de Petrarca, o Elisa en la de Garcilaso disfrazado del pastor Nemoroso... “Una noche de verano / -estaba abierto el balcón / y la puerta de mi casa- / la muerte en mi casa entró. / Se fue acercando a su lecho / -ni siquiera me miró-, / con unos dedos muy finos, / algo muy tenue rompió. / Silenciosa y sin mirarme, / la muerte otra vez pasó / delante de mí. ¿Qué has hecho? / La muerte no respondió. / Mi niña quedó tranquila, / dolido mi corazón, / ¡Ay, lo que la muerte ha roto / era un hilo entre los dos!”.

Maldito verano aquel. Desde Baeza, Antonio iba a reescribir, para mejorarlo tanto, su poemario Campos de Castilla, cuya versión definitiva no iba a publicarse hasta 1917. De aquellos años baezanos será aquel poema inolvidable del dolor por la muerte de su joven esposa convertido en esperanza: “Soñé que tú me llevabas / por una blanca vereda, / en medio del campo verde, / hacia el azul de las sierras, / hacia los montes azules, / una mañana serena. / Sentí tu mano en la mía, / tu mano de compañera, / tu voz de niña en mi oído / como una campana nueva, / como una campana virgen / de un alba de primavera. / ¡Eran tu voz y tu mano, / en sueños, tan verdaderas!... / Vive, esperanza, ¡quién sabe / lo que se traga la tierra!”. Desde luego, la tierra no se tragó el nombre de Leonor Izquierdo, que sigue tan vivo en la poesía.