Les Arts prosigue con Maria Stuarda otro ciclo ambicioso

El coliseo valenciano estrena la segunda de las intrigas monárquicas de Donizetti, con Ismael Jordi, que ya interpretó dos de los títulos en Sevilla, en el reparto

Les Arts prosigue con Maria Stuarda otro ciclo ambicioso

Les Arts prosigue con Maria Stuarda otro ciclo ambicioso / Juan José Roldán

Juan José Roldán

No se trata ni mucho menos de una de las óperas más representadas ni señeras del catálogo de Donizetti. Quizás por eso se agradece su difusión. Fue el segundo título en estrenarse de la llamada Trilogía de las reinas del compositor lombardo, cinco años después de Anna Bolena y dos antes de Roberto Devereux, y en el mismo orden las está ofreciendo año tras año Les Arts de Valencia, contando con el mismo equipo técnico y producción propia en colaboración con la Ópera Holandesa de Ámsterdam y el Teatro San Carlo de Nápoles. En Sevilla es la única de las tres óperas que quedan por programarse, tras la Anna Bolena que pudimos disfrutar en todo su esplendor en 2016 y el Roberto Devereux de la pasada temporada. Maria Stuarda tan sólo pudo verse en el Maestranza en los fastos del 92, de la mano de la Ópera Real de Estocolmo. Se da la circunstancia de que el tenor jerezano, tan querido del público sevillano y por lo que pudimos comprobar ayer, también del valenciano, interpretó en Sevilla a Lord Percy en Anna Bolena y el rol titular en Roberto Devereux, por lo que su presencia en esta producción de Les Arts da aún más sentido a nuestra curiosidad.

Superadas todas las trabas y censuras que sufrió cuando se estrenó, que obligó a rebautizarla como Buondelmonte para su puesta de largo en Nápoles y someterla a diversos reajustes cuando por fin pudo presentarse con su título original en Milán, la versión estrenada ayer presume de respetar el concepto exacto que Donizetti tenía en mente cuando la concibió, empezando por su estructura en dos actos y no en tres como tantas veces se ha ofrecido, convirtiendo las dos escenas del primer acto en dos sucesivos. Esto será sin duda cierto en cuanto a dramaturgia, música y textos. Sin embargo, la concepción escénica de la holandesa Jetske Mijnssen se aparta considerablemente de la idea original, subrayando en exceso los caracteres y motivaciones de las dos reinas, María e Isabel, con figurantes y danzantes que contaminan una escena en la que sólo debería destacar el trabajo de sus heroínas, sometidas a unas exigencias vocales de gran calado, para las que debería concentrarse toda la atención, por encima de consideraciones teatrales que ya están definidas en el papel y no necesitan tanta explicación superflua. Un escenario abarrotado en el que se somete al coro, que debe acometer una labor muy exigente, a movimientos escénicos en su mayoría ridículos, como cuando en el primer acto acosan espasmódicamente a Isabel I dejando claro que ella actúa sometida por la voluntad de la corte. Quizás con eso se quiera hacer justicia a la verdadera historia, donde la reina de Inglaterra no era tanto una malvada movida por celos y venganza, sino la víctima de una manipuladora María Reina de Escocia.

Tampoco sorprende el escenario, oscuro, expresionista y en perspectiva, que en el segundo acto se reduce perpetuando una moda muy extendida de desaprovechar las generosas proporciones de un teatro moderno para circunscribirse a las estrecheces a las que somete la tensión y el tormento psicológico de sus protagonistas. El Palacio de Westminster y el Castillo de Fortheringhay se limitan a un único escenario, mientras el vestuario se circunscribe a blancos y negros, así como una gama de grises intermedia, respetando las exigencias de la época, salvo en el caso de Leicester, que viste ropa y calzado actuales, a saber con qué pretenciosa intención. La cálida iluminación compensa la frialdad escenográfica, mientras la espasmódica coreografía potencia innecesariamente, como ya escribimos, factores psicológicos que la música y el texto ya abordan. Pero en lo musical, esta segunda entrega de las intrigas monárquicas de Donizetti contó con muy buenas aportaciones en lo estrictamente musical.

Buratto, Santafé y Jordi cumplen con buena nota

La maestría de Maurizio Benini, que en Sevilla dirigió en 2015 Norma y un año después Anna Bolena, se notó en el acompañamiento respetuoso y equilibrado de las voces, la dosificación exacta de los momentos más íntimos y los de mayor impacto, especialmente en un estremecedor final en el que la unión de orquesta y coro nos remitió al más desatado Dies Irae imaginable. En todo momento la batuta se adaptó a las exigencias vocales, resultando notablemente ligera en los pasajes más distendidos, y moderadamente sobresaltada en los de mayor intensidad dramática. El trabajo del coro fue sin duda impecable, incluso extraordinario. Elenora Buratto demostró conocer bien el repertorio, atreviéndose con un papel que muchas desechan por sus dificultades técnicas y exigencias de color y timbre. La soprano italiana encaró su cometido con soltura, desde la candidez desprendida en Oh, nube! a la pasión moderada del dúo con Leicester, o la rabiosa E sempre la stessa que anticipa el célebre figlia bastarda. Su amplio registro y poderosa proyección, así como habilidad en la coloratura, se hizo notar en un final que prácticamente domina, con arias como Delle mie colpe y especialmente en la piadosa preghiera, cantada con notable dulzura y sentido melódico.

Como Isabel, la mezzo valenciana Silvia Tro Santafé rebajó considerablemente su registro en el extremo grave para adaptarse a las exigencias vocales de su papel, y si bien en un principio la voz parecía venir de muy atrás, por ejemplo en la cavatina Ah, quando all’ara, poco a poco se hizo con el personaje – mucho mejor Quella vita a me funesta -, bordándolo a nivel canoro y expresivo en momentos cumbre como el duelo entre ella y María del final del primer acto, ya en perfecto estilo y con una rotundez extraordinaria. La misma que exhibió Ismael Jordi, siempre tan entregado a nivel de canto, con una línea no siempre homogénea pero sí agradecida. Eso nos hizo observar cómo su voz va mutando, sorprendiendo gratamente cuando su emisión se torna más natural, como sucedió en determinados pasajes del precioso dúo de amor en Fortheringhay, así como en su portentosa carta de presentación, Ah, rimiro il bel sembiante. Lástima que a nivel teatral se limite a posar, a menudo como un matador, y apenas cambie el rictus expresivo. Manuel Fuentes defendió muy bien su papel de Talbot, con una voz homogénea, profunda y muy bien colocada, mientras el Cecil de Carles Pachon devino también en momentos de gran calidad combinados con otros menos afortunados. Grácil y competente resultó la aportación de la joven Laura Orueta, alumna del Centro de Perfeccionamiento de Les Arts. Todos juntos lograron un sexteto del primer acto de efecto conmovedor y muy elegante.

MARIA STUARDA ***

Tragedia lírica de Gaetano Donizetti, con libreto de Giuseppe Bardari según la obra de Friedrich Schiller. Maurizio Benini, dirección musical.Jetske Mijnssen, dirección escénica. Ben Baur, escenografía. Klaus Bruns, vestuario.Cor van den Brink, iluminación. Lillian Stillwell, coreografía. Orquesta de la Comunitat Valenciana. Coro de la Generalitat Valenciana (Francesc Perales, director). Con Silvia Tro Santafé, Eleonora Buratto, Ismael Jordi, Manuel Fuentes, Carles Pachon y Laura Orueta. Co-producción del Palau de Les Arts Reina Sofía de Valencia, Dutch National Opera de Ámsterdam y Teatro San Carlo de Nápoles.Palau de Les Arts Reina Sofía de Valencia, domingo 10 de diciembre de 2023

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