Lorca: el poeta que tanto versificó su muerte

85 años después de su vil asesinato, en su obra siguen latiendo los textos que profetizaron el fatum de un creador convertido en mito

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
17 ago 2021 / 11:51 h - Actualizado: 17 ago 2021 / 12:05 h.
"Federico García Lorca"
  • Lorca: el poeta que tanto versificó su muerte

La muerte me está mirando / desde las torres de Córdoba”, escribió Federico García Lorca (1898-1936) en una de sus Canciones, aquella que se titulaba “Canción de jinete”. Y no fue una casualidad ni una excepción, porque el poeta que fue asesinado por los fascistas de su propia Granada en una madrugada como la que se avecina, hace hoy 85 años, consagró toda su obra a la misteriosa relación de la frustración humana con la muerte que la acecha. “¡Ay qué camino tan largo! / ¡Ay mi jaca valerosa! / ¡Ay que la muerte me espera, / antes de llegar a Córdoba!”, terminaba aquella canción que, como tantos otros de sus poemas y de sus obras de teatro en los 15 años de producción que le permitieron sus asesinos, ponía a la muerte –en forma de luna, de sombra, de anciana, de mar- en el centro de lo concebido.

Caballito negro. / ¿Dónde llevas tu jinete muerto?”, preguntaba en otra de sus canciones, en un libro maravilloso que incluía una “Canción del mariquita” para poner el foco en otras muertes y otras rebeldías: “El mariquita se peina / en su peinador de seda. / Los vecinos se sonríen / en sus ventanas postreras”. La muerte en Lorca, desde luego, tenía muchas aristas, hasta la de la frustración de Doña Rosita la soltera y otras protagonistas a su pesar: “Por las orillas del río / se está la noche mojando / y en los pechos de Lolita / se mueren de amor los ramos”.

Si muero, / dejad el balcón abierto”, dejó escrito quien había de morir, sin embargo, en un barranco, sin justicia y sin juicio. Y en Poema del cante jondo advertirá: “Cuando yo me muera, / enterradme con mi guitarra / bajo la arena. / Cuando yo me muera, / entre los naranjos / y la hierbabuena”.

Hasta en las nanas, sobre las que tanto reflexionó al margen de haber escrito algunas, aparece la sombra funesta de la muerte: “Las patas heridas, / las crines heladas, / dentro de los ojos / un puñal de plata. / Bajaban al río. / La sangre corría / más fuerte que el agua”, decía su “Nana del caballo grande”, y aquella configuración cósmica nos había de recordar tanto al desenlace de su obra dramática de más éxito, precisamente Bodas de sangre, cuando la Novia exclama: “Con un cuchillo, / con un cuchillito / que apenas cabe en la mano, / pero que penetra fino / por las carnes asombradas / y que se para en el sitio / donde tiembla enmarañada / la oscura raíz del grito”. Ese cuchillo era, al cabo, demasiado parecido al puñal que le clavan al protagonista de “Sorpresa”, cuyo asesinato se narra por soleá: “Muerto se quedó en la calle / con un puñal en el pecho. / No lo conocía nadie”.

Romancero gitano

Si hay libro lorquiano que ponga a la muerte y a la pena en forma de protagonistas ese es el Romancero gitano, cuyos 18 romances tienen a la muerte delante o detrás. Aquel poemario arrancaba justamente con la muerte disfrazada de luna bailaora que va a la fragua para llevarse a un niño de la mano. “La luna vino a la fragua / con su polisón de nardos. / El niño la mira mira. / El niño la está mirando”. Y termina con un violador incestuoso huyendo a caballo: “Violador enfurecido, / Amnón huye en su jaca. / Negros le dirigen flechas / en los muros y atalayas”. Entretanto, aquellos poemas nos ofrecen la “Reyerta” en la que un gitano mata a otro; el “Romance sonámbulo” en el que la muchacha se suicida en un aljibe (“verde que te quiero verde”) cuando se cansa de esperar al novio; o el asesinato de Antoñito el Camborio (“Voces de muerte sonaron / cerca del Guadalquivir”), que en pleno poema hasta conversa con el poeta: “¡Ay Antoñito el Camborio, / digno de una emperatriz! / Acuérdate de la Virgen / porque te vas a morir. / ¡Ay Federico García, / llama a la Guardia Civil! / Ya mi talle se ha quebrado / como caña de maíz”. Cuando Lorca lo describe en su agonía, sin duda, parece estar hablando de sí mismo: “Tres golpes de sangre tuvo / y se murió de perfil. / Viva moneda que nunca / se volverá a repetir”.

Lorca: el poeta que tanto versificó su muerte

Asesinado por el cielo

Lorca tuvo la muerte tan encima, que tampoco podía olvidarla en épocas de crisis, como cuando se fue a Nueva York en el otoño de 1929, unos meses en los que a su propia crisis personal, sentimental y religiosa se unió el crack de la Bolsa que se encontró allí. “Asesinado por el cielo, / entre las formas que van hacia la sierpe / y las formas que buscan el cristal, / dejaré crecer mis cabellos”, escribirá al desembarcar en la ciudad de los rascacielos, aunque aquel poemario surrealista, Poeta en Nueva York, no llegara a publicarlo en vida. Sus amigos más íntimos de la Residencia de Estudiantes en Madrid recordaban que Federico, entre bromas y veras, solía hacerse el muerto de una forma escalofriantemente realista. En uno de aquellos poemas neoyorquinos, titulado precisamente “Asesinato”, ofrecerá un tenebroso diálogo: “¿Cómo fue? / -Una grieta en la mejilla. (...) / El corazón salió solo. / -¡Ay, ay de mí!”.

En 1940, terminada la guerra civil y perdida la pista del paradero de su hijo, Francisco García y Vicenta Lorca se fueron a Nueva York con una última declaración asfixiante: “Me voy de este país de mierda”. Allí siguen enterrados los padres de Federico, en unas tumbas que al menos llevan sus nombres y nada más.

Herido por el agua

En Diván del Tamarit, aquel poemario de casidas y gacelas, escribirá tan profético: “Todas las tardes en Granada, / todas las tardes se muere un niño”, para terminar: “Tu cuerpo, con la sombra violenta de mis manos, / era, muerto en la orilla, un arcángel de frío”. En otra gacela dirá: “Me separa de los muertos / un muro de malos sueños”. Y en una casida: “Quiero bajar al pozo, / quiero morir mi muerte a bocanadas, / quiero llenar mi corazón de musgo, / para ver al herido por el agua”.

Quiso la carambola de sus infinitas amistades que, después de una vida poética consagrada a las elegías, escribiese una última a su amigo Ignacio Sánchez Mejías, el torero que financió la quedada fundamental de los poetas del 27 en Sevilla y que murió cogido por un toro en la plaza dos años antes de que asesinaran a Federico. Al final de aquel Llanto que Lorca le dedicó, ¿quién no diría que hablaba en realidad de sí mismo? “Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, / un andaluz tan claro, tan rico de aventura. / Yo canto su elegancia con palabras que gimen / y recuerdo una brisa triste por los olivos”.