Más allá de la saga de los Murube, que el escritor palaciego Joaquín Romero Murube pintó en su Pueblo lejano (1954) como ya venida a menos, en Los Palacios y Villafranca –antes de que ambos pueblos se unieran en 1836- también proliferaron durante el siglo XIX otros hacendados llegados del Norte que prosperaron aquí ejerciendo al alimón de labradores y de burgueses comerciantes. Una de esas familias, hoy totalmente integrada en la sociedad palaciega, lleva un inusual apellido asturiano compuesto, Canga-Argüelles, y la historia de cómo llegó el patriarca de todos ellos, Carlos Canga-Argüelles Fernández, desde Oviedo a este municipio sevillano, y todas las derivadas familiares hasta la actualidad, constituyen la esencia de un libro que se presenta esta noche en el restaurante Manolo Mayo y cuyo autor, Joaquín Gómez Canga-Argüelles –heredero de la saga- no solo se ha tomado como un trabajo de investigación por archivos de todo signo, sino como el orgulloso rescate de todo un árbol genealógico y, sobre todo, como un reto personal de superación después de haber sufrido un ictus en 2006.
“Los médicos me decían que mi cerebro estaba fuertemente dañado, en una zona muy pequeña, pero precisamente en la que residen las neuronas que ayudan a que el intelecto pueda desarrollar la lectura y la escritura”, cuenta él mismo en la introducción, antes de recordar que, de hecho, no pudo volver a leer ni escribir hasta dos años después. Lo recuerda el historiador y archivero municipal de Los Palacios, Julio Mayo, en una nota a la edición en la que relata cómo ya en 2016 recibió una llamada telefónica al archivo y “yo no podía entender lo que me quería decir”. “Era un señor que balbuceaba, aunque rompió a hablar con bastante dificultad”, escribe Mayo, que ha ayudado al autor en la basta documentación del libro. También, con empatía por haber pasado por el mismo trance hace bastante menos tiempo, firma un generoso prólogo el periodista Francisco Robles. “Como persona directamente afectada, tengo que decir que siento una plena identificación con el autor de este libro. La vida se ve de una manera distinta cuando has pasado por la durísima prueba de un ictus”, dice el también escritor.
Un asturiano y una palaciega
El origen del apellido Canga-Argüelles, asturiano, parte de dos lugares: Canga de Arriba y Canga de Abajo, ambos municipios del Concejo de Mieres y cuyos habitantes tomaron como apellido el nombre del pueblo. Luego, ya en el siglo XVII, una de las ramas del apellido Canga entroncó con otro de la casa de los Argüelles, del Concejo de Langreo. La fusión, concretamente, partió del matrimonio entre Juan de Canga y Catalina de Argüelles, pues fueron sus hijos los que empezaron a emplear el compuesto Canga-Argüelles.
El primero que arribó en Sevilla, de quien se tiene constancia que estuviera asentado en pleno centro, en el barrio del Salvador, en 1817, es Carlos Canga-Argüelles, que se casó primero en Sevilla (en 1822) con una señora de Guadalcázar (Córdoba) casi 40 años mayor que él, María Antonia Espinosa, y luego, al poco tiempo viudo, con la palaciega María Dolores Caballero. Sin embargo, no sería el primero de los Canga-Argüelles el que se establecería en el pueblo, sino uno de sus hijos, Manuel Canga-Argüelles Caballero, que se casó precisamente con otra palaciega, Narcisa Pérez Jiménez. Por la misma época, también se casó con otra palaciega, Ana María Jiménez, otro asturiano recién llegado a Sevilla, Narciso Pérez de Mestas, quien no tardó en montar un despacho comercial –mitad supermercado, mitad ferretería- en la céntrica calle Gómez –hoy Cervantes- mucho antes de casar a una hija suya con el primer patriarca de los Murube, Lucas, que había llegado a su vez de La Rioja... De la solidaridad entre ambos emigrantes, Carlos Canga-Argüelles y Narciso Pérez, que casaron a sus respectivos hijos, sigue tratando el hilo conductor del libro que se presenta hoy a las 20.00 horas. Narciso llegó a ser alcalde de Villafranca de la Marisma en 1829, por el estado noble, pues entonces todavía se nombraban dos alcaldes, uno por el estado noble y otro por el llano.
Un cura jinete
Uno de sus hijos, Manuel Pérez Jiménez, llegó a ser un cura erudito en los tiempos del cólera -entre 1854 y 1856- que hizo muchísimo por ordenar y salvar de la pérdida el archivo parroquial de Santa María la Blanca, donde ejerció, pero también por conservar el rico patrimonio familiar, cuyas tierras visitaba a caballo y cuyos inmuebles en la actual calle Cervantes fue capaz de agrupar en una única casona dotada con molino de aceite. Aunque el sacerdote murió de unas fiebres infecciosas con solo 53 años, la impronta de su riqueza continúa en el libro, pues la enorme casa de la calle Gómez se divide en dos mitades, una de las cuales la hereda la hermana del cura Narcisa Pérez Jiménez, quien la deja en herencia a su vez al que habría de ser secretario municipal, Manuel Canga-Argüelles Pérez, el abuelo del autor del libro, que fue uno de los primeros frutos de la unión matrimonial entre los hijos de la pareja de asturianos que habían llegado a Sevilla en las primeras décadas del siglo XIX y cuya descendencia común, a finales de la centuria, controlaba ya la actividad vinatera en el pueblo después de haber instalado el primer lagar.
Un antepasado literario
El libro hace una incursión en los Canga-Argüelles emigrados a Guatemala y otra, más interesante si cabe, centrada en el mencionado secretario municipal que Romero Murube había de convertir en personaje literario al transmutar en Pueblo lejano su verdadero nombre, Manuel Canga-Argüelles Pérez, por el de Don Tiburcio. La persona real fue un inteligente abogado que ejerció como secretario del juzgado municipal y del Ayuntamiento palaciego, que llegó a ser un importante industrial del vino, fundó la mítica empresa de transportes Los Amarillos e incluso fue alcalde monárquico justo antes de que se proclamase la II República. Como personaje literario, Romero Murube lo unió precisamente a este periódico para la eternidad: “El señor párroco de entonces sí creía en la sabiduría del ejemplar funcionario; pero oponía a esta letrada suficiencia algunos prudentes reparos. Así, por ejemplo, la tarde que le agradeció desde el púlpito, cuando la solemne novena de la Patrona, un tierno romancillo que había aparecido con su firma en El Correo de Andalucía, el buen sacerdote, en paternal inciso, advirtió la vigilancia celosa que había que guardar con todas las lecturas, ‘ya que el demonio de Lutero tenía emponzoñadas las fuentes de la sabiduría’. La mayoría de los feligreses no entendieron ni el romance ni lo que quiso decir el cura. Pero los más avisadillos o envidiosos sacaron de allí que el secretario debía ser algo hereje en sus escrituras y que al bueno del párroco no se le había ido por alto”.
Fue la hija de aquel secretario municipal catapultado a la condición de personaje literario en Pueblo lejano, Concha Canga-Argüelles, la que se casó con el padre del autor del libro, Eduardo Gómez, quien provenía, sin embargo, de cuna humilde. El matrimonio con una Canga-Argüelles le facilitó el ascenso desde que abrió en la casa de la calle Gómez una gran tienda de comestibles que “abasteció a casi todo el vecindario durante varias décadas”. Luego, durante el bienio más moderado de la II República, Eduardo llegó a ser alcalde del pueblo (también concejal durante la dictadura) y “comercializó vinos por toda la geografía nacional como uno de los empresarios más importantes de la historia reciente de Los Palacios y Villafranca”, dice su hijo en el libro, ampliamente ilustrado con fotografías antiguas de casi todos los retratistas clásicos del pueblo, preciosas acuarelas de Rocío Cano y un número considerable de valiosos documentos históricos que ayudan a indagar en otros muchos personajes relacionados con la saga familiar como Amalia Canga-Argüelles Caro.
Joaquín Gómez Canga-Argüelles, un farmacéutico con aires de lord londinense, regresa esta noche a su pueblo natal con el último de sus siete libros, escritos, dice él, “como mero ejercicio de terapia neuronal”. El público saldrá con varias piezas fundamentales en la mano del puzle de su propia historia.