El crítico no puede pretender ser objetivo en todo momento. Nuestro bagaje, nuestras ideas, gustos y experiencias marcan también nuestra forma de entender el arte. Por eso esta vez más que nunca me permitiré ser subjetivo y dejarme arrastrar por las emociones y los sentimientos. Ayer fue un día histórico en el que por fin reparamos parte de nuestro más oscuro pasado y recuperamos algo de la dignidad y la decencia que habíamos perdido. Casualmente la Sinfónica, en el primer programa de abono de su trigésima temporada, tocó obras de Richard Wagner y su hijo Sigfrido. Aunque el antisemitismo del gran compositor y operista es más que probado, nunca podremos saber cuál habría sido su relación con el nazismo de haberlo conocido; confiamos en que no hubiese sido de su agrado. Sin embargo son más evidentes las simpatías de su hijo por el ideario hitleriano, aunque falleciera antes del trágico auge del nacional socialismo en Alemania. Las influencias de su esposa le inculcaron esa tendencia. Por eso resulta paradójico que justo el día de la exhumación de Franco, una gota de alivio en el sufrimiento que millones de españoles han soportado los últimos ochenta años, en el Maestranza sonara música de quienes tanto han sido identificados con el fascismo, aunque fuera de manera involuntaria. Para mí sonó algo así como un Réquiem por las víctimas del totalitarismo, tanto tiempo olvidadas.
A falta de conocer otras obras suyas, sobre todo su Sinfonía, que es la más divulgada, y tras la audición de este Concierto para violín, llegamos a la conclusión de que la música de Siegfried Wagner es como una extensión de la de su padre, un regreso al Valhalla que mimetiza la atmósfera y voluptuosidad del genio, aunque en la parte solista suene más a Mendelssohn. Para interpretarlo, Axelrod tiró de uno de los concertinos invitados que tuvo la ROSS en tiempos de Halffter, el canadiense Alexandre Da Costa. Si no fuera porque ya entonces dejó prueba de su versatilidad al instrumento, diríamos que en este tiempo ha madurado hasta llegar a dominar todos sus resortes y recursos. Su continuo de violín estuvo magníficamente fraseado, lleno de matices y color, cabalgando con naturalidad y mucha sinceridad desde los aires elegíacos y etéreos de la primera parte de este concierto en un solo movimiento, hasta su más agitada y violenta segunda parte, que defendió con energía y empuje. La orquesta arropó con densidad considerable, haciendo justicia a la excelente orquestación de la pieza, tan bien construida como escasa en inspiración expresiva. Como propina, Da Costa brindó una preciosa versión con acompañamiento en forma de cuarteto del Aleluya de su paisano Leonard Cohen, tan válida y conmovedora como las sensacionales versiones con las que Anne-Sophie Mutter nos ha cautivado en su reciente disco junto a John Williams.
Axelrod atacó El idilio de Sigfrido con vehemencia y parsimonia, cuidando los detalles pero cayendo frecuentemente en la dispersión, lo que no ayudó a construir una versión sólida de la pieza. Tampoco el muy frecuentado Preludio y Muerte de Isolda llegó a sonar con suficiente sinceridad. La búsqueda permanente de trascendencia acusó falta de naturalidad, aunque no podamos negarle intensidad dramática en sus apabullantes crescendi. La orquesta sonó magníficamente, clara y precisa, mientras parte del público volvió a demostrar su impaciencia a la hora de aplaudir, malogrando la necesidad de respirar que tienen piezas como ésta al terminar.
ROSS ***
XXX Temporada de Conciertos de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Alexandre Da Costa, violín. John Axelrod, director. Programa: Concierto para violín y orquesta, de Siegfried Wagner; Idilio de Sigfrido y Preludio y Muerte de Isolda, de Richard Wagner. Teatro de la Maestranza, jueves 24 de octubre de 2019