María del Carmen Ayala presenta hoy en Sevilla su poemario, ‘Rozar lo intangible’

La escritora de Dos Hermanas presenta esta tarde, a las 19.00 horas, en la Torre Norte de la Plaza de España, su última obra, un ajuste de cuentas con el tempus fugit

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
22 abr 2021 / 16:56 h - Actualizado: 22 abr 2021 / 16:57 h.
"Libros"
  • María del Carmen Ayala presenta hoy en Sevilla su poemario, ‘Rozar lo intangible’

María del Carmen Ayala es una poeta de Dos Hermanas que se prodiga poco, pero todo lo fundamental de la vida, es decir, lo que suele dar contenido y verdad a los versos que ha escrito desde siempre, lo aprendió en Los Palacios y Villafranca, donde nació y vivió hasta que cumplió 30 años. Licenciada en Filología Románica y Derecho, ganó algunos premios como el Vicente Aleixandre en 1982 y 1983, el Orippo en 1990, e incluso, mucho después, en 2007, quedó finalista en el XXXIX Premio de Poesía Hermanos Argensola. Como se ve, nunca ha tenido prisas para publicar, tal vez porque, como dice en estos sus últimos versos a propósito de los insignes contertulios que lo conocen todo, “a mí me falta siempre / esa clarividencia / que los demás poseen”. Pero después de la pandemia le ha tocado publicar, y lo ha hecho en una editorial de su pueblo natal, Ediciones Pangea. En las últimas semanas ha presentado el poemario, Rozar lo intangible (prologado por el periodista de RNE Manuel Sollo, también palaciego), en las tres localidades donde ha cimentado su propia vida: primero en Los Palacios y Villafranca, hace unos días en Dos Hermanas y hoy, víspera del Día del Libro, en Sevilla capital, en la Torre Norte de la Plaza de España, donde será posible charlar bajo techado y cumplir con los requisitos contra el COVID porque corra el aire.

Rozar lo intangible es un ajuste de cuentas con el tiempo que fluye, un homenaje a tantos seres queridos como se fueron, una constatación de la vida que pasa, una demostración de la huella que dejaron en la poeta los grandes colegas que sobre el tiempo avisaron: Quevedo, por supuesto, pero también Machado y Juan Ramón, y Pedro Salinas, y Gil de Biedma, y hasta su admiradísimo paisano Manuel de Fora, para quien le bastan cinco versos sucintos en el verano de 2015 para homenajear con el dolor de la memoria a flor de piel: “Si existiera algo más, / quiera Dios que lo encuentre”. Entre aquel año de la muerte de Fora y 2018, a Ayala le brotan versos que le dan para un libro, algunos antiguos, como esas ideas que “a veces me rondan”... “Y es que siempre que me rondan ideas / son ideas antiguas. / Antees que yo ya estaban ellas. / Después que yo también se quedarán”. Otros más inesperados, pero siempre en torno al tiempo y a la duda existencial: “Porque el tiempo perdido / se pierde doblemente, / y no hay perdón de Dios para tal despilfarro. / Esto siempre se aprende / tarde. Y cuando escribo tarde / no quiero decir / ni un poco tarde ni muy tarde, / porque tarde siempre es solo tarde”.

Por el poemario fluyen pensamientos con la cadencia de quien sabe expresarlos, aunque su autora sea consciente, a la manera becqueriana, de que jamás encontrará la cifra adecuada: “Toco el abecedario entre los dedos, / y, por más que deslizo las teclas suavemente, / las palabras se caen dentro de las rendijas / falaces del teclado”. Y más adelante, dirá en perfectos endecasílabos y heptasílabos: “Es la necesidad de dar brochazos / en la pared de enfrente, / llenarla de colores, / dilatar la pupila y contraerla / sin buscar una sola / forma preconcebida”.

Por las páginas del libro desfilan sabores antiguos, sensaciones de otro tiempo, dolores recurrentes, por la madre muerta, por la perra muerta, por la infancia muerta de sus propios hijos, por el propio tiempo muerto para iniciar otras etapas: “De algún tiempo seré, / aunque no sepa / muy bien / de qué tiempo se trata”, porque, al fin y al cabo, “nadie es dueño del tiempo, / siempre acaba / cayendo entre los dedos, deslizándose / lamioso, escurridizo, / igual que una culebra / de agua entre las rocas / verdinosas”.

Por algo será que el poemario se estructura en estaciones de tres años, que es una medida poética de medir el tiempo, inasible, invisible, intangible, cuando “ya no queda duda: la edad sosiega”, dice, y suspira, entre nostálgica y sabia: “Antigua vehemencia, / quién te tuviera. / Ya más serena / la corriente –y más turbia- / va por las venas”. María del Carmen Ayala tiene al fin la satisfacción poética de que incluso el destino sea a veces para bien, y de expresarlo tan dulcemente: “Alguna vez sucede, / que hay un tren esperándonos / en alguna estación, / y da igual que granice / que llueva o que ventee/ o que adrede dejemos / guardada la maleta”.