Danza

Marín y Maya entre la tradición y la modernidad

Andrés Marín y Jon Maya presentan en el Castillo de Alcalá su última propuesta, un hermoso y enriquecedor diálogo dancístico que aúna tradición y modernidad

02 jul 2021 / 21:24 h - Actualizado: 02 jul 2021 / 21:29 h.
"Música","Danza","Arte","Itálica"
  • Foto: Lolo Vasco
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El Festival Internacional de danza de Itálica coproduce esta hermosa propuesta del bailaor sevillano Andrés Marín y el coreógrafo y bailarín vasco Jon Maya, un punto de encuentro enriquecedor que aúna tradición modernidad para mostrar la danza del mañana. No en vano la obra se titula 'Yarin', que además de condensar sus dos nombres, es una palabra turca que significa “mañana”.

Y es que ambos artistas contemplan el mañana en las artes escénicas como un punto de encuentro entre las diferentes disciplinas y lenguajes que, sin renunciar a su herencia tradicional, sea capaz de construir un universo estético nuevo y enriquecedor. Es justo lo que se desprende de esta nueva propuesta, que según sus creadores es un “working progress” un espectáculo que no estará terminado hasta el 2022. Pero, a tenor de lo que nos ofrecieron en el Castillo de Alcalá, es ya casi una obra completa que consigue algo tan hermoso como sorprendente, esto es, elaborar un discurso unívoco, un todo que parte del diálogo de disciplinas tan diferentes como el baile flamenco de Marín y el baile tradicional vasco, salpicado de danza contemporánea, de Jon Maya.

Como nexo de unión la obra cuenta con la música de Julen Achiary, quien recrea una singular ambientación sonora gracias a la percusión y, sobre todo, a unos cánticos que imprimen espiritualidad al discurso dancístico. Se trata de una magnífica interpretación vocal que no suena ni a flamenco ni a folclore vasco. Más bien remite a una escala musical antigua, entre árabe y mediterránea.

Fiel al estilo que ha venido depurando a lo largo de su carrera, Andrés Marín nos ofrece un flamenco estilizado, casi minimalista, con toda una gama de figuras que parecen sacadas de una pintura abstracta. Como contraste su taconeo, limpio y plenamente a compás, recrea la delicadeza rotunda del flamenco tradicional, un arte en el que la queja se torna en rebeldía y la tristeza en alegría y pasión.

De la misma manera, Jon Maya, cuya figura recoge la robustez y virilidad típica de la cultura popular del País Vasco, se sirve de su herencia tradicional para perfilar un baile repleto de vigor que huele a testosterona y desplante, aunque se torna intimista y sutil en algunos momentos en los que el cuerpo se para y las manos dan rienda suelta a su imaginación.

Lástima que, tal vez por haber sido presentado como un espectáculo todavía en proceso, no tuviera la acogida de público que cabría esperar, aunque solo en cuanto al aforo, porque el público presente se volcó en la obra desde el principio, siguiendo a los artistas por la arena del castillo donde comenzaron, a manera de introducción, y poniéndose en pie nada más terminar su actuación para dedicarles una sentida ovación. A partir de ahora tenemos un motivo más para esperar con impaciencia al 2022.