Tras un tiempo viviendo en Madrid, ha vuelto a Sevilla, su ciudad, para instalarse en Triana. Precisamente con una soleá trianera ganó en La Unión, un premio con el que lanza un «aquí estoy yo» al mundo del flamenco.

—A la tercera por fin fue la vencida y se trajo el Filón...

—Pues sí, era la tercera vez que me presentaba, y si antes no gané no fue por un problema mío, sino que no era mi momento. Esas otras dos veces se lo puse muy difícil a artistas de mucho nombre, así que no he desesperado y eso me ha llevado a un aumento en la calidad de mi trabajo, a alcanzar otro nivel de técnica. Llevo 20 años trabajando en esto y al final siempre se puede mejorar.

—¿Qué hace un saxofonista de fusión y blues metido en esto del flamenco?—Estoy aquí por su expresividad. Llevo cuatro años estudiando los cantes del flamenco para adaptarlos al saxofón precisamente por su forma de expresión, eso me llevó a fijarme en el cante y no en la guitarra de Paco de Lucía, y eso que es mi ídolo. De todos modos esto no es nuevo para mí, ya mi primer disco, A fuego lennto, hace más de 20 años, tenía flamenco, y en mi último proyecto, con Amesmalúa, hacemos algo tan atrevido como cante gallego por flamenco.—¿Y en qué conecta el blues con el flamenco?

—Yo lo que hago es utilizar un instrumento más de Nueva Orleans y le doy aires de la Torre del Oro y el Guadalquivir. Mi saxofón suena a blues y a músicas del Mediterráneo, pero también a Triana, a Camarón, a Antonio Mairena... Y todo viene porque en La Carbonería, donde empecé a tocar, escuché una vez a José de la Tomasa y se me pusieron los pelos de punta. Yo venía más del rock y el blues clásico, pero oí aquello y me dije que cómo era posible eso.

—Y en esos cuatro años que lleva estudiando los cantes flamencos, ¿en quién se ha fijado especialmente para traducir su música al saxo?—Empecé con Camarón, pero todos me recomendaban que me pusiera con Antonio Mairena. El año pasado precisamente fui a La Unión con su Soleá de Charamusco, y hace dos con una levantica de Esperanza Fernández, pero este año me he atrevido con una soleá preciosa del Arenero y con una taranta que toqué solo, sin acompañamiento alguno.—¿Qué hace un saxofón en lo alto de un tablao?

—Pues lo mismo que Paco de Lucía cuando empezó a introducir nuevas armonías e instrumentos. Puede aportar otra manera en la que moverse armónicamente, tiene una expresión distinta. Eso por ejemplo se va a ver en mi próximo disco, Saxoleá, que saldrá en noviembre, y en el que hay cantes de Triana, de la Fernanda, de Alcalá...

—¿Se considera entonces un músico flamenco?—Yo lo que soy es un músico de blues y de rock, de fusión en general. También llevo muchos años estudiando la música étnica del Mediterráneo, me encanta la música turca. Toco el clarinete e instrumentos étnicos, como el ney egipcio y el duduk armenio, me interesan mucho los sonidos primarios, toco hasta una pajita de Coca Cola a la que le hago siete boquetes.—Pues de ahí al flamenco hay un paseo, ¿no?

—Pero es que mi forma de tocar el saxo es tan visceral que se puede asociar al pellizco flamenco. Y al final el duende es parecido al feeling del blues, es un grito que se transmite. Cuando toco cierro los ojos y me olvido de lo que estoy tocando, me olvido de si es blues o flamenco. Es una cuestión de comunicar, de transmitir, un cantante de blues también tiene que tener pellizco.—¿Y le gustaría que ahora empezaran a llamarle más los artistas flamencos?

—Hombre, a ver si con el premio me monto en esta lanzadera, que se oiga que aquí estoy yo cantando flamenco con mi saxofón.

—¿Tanto como para verse incluso en la Bienal?—¿Por qué no? La verdad es que sería una ilusión, imagino que siempre hay un espacio para la fusión. Pues sí, me veo.—¿Qué instrumento le gustaría ver más en el flamenco?

—La guitarra eléctrica, aunque ahora intento acercarme al bansuri indio: los saltos que hacía Camarón los hacen bien las flautas indias, hacen como un trémolo de guitarra que se asemeja a una taranta.