Música

Mozart en estado puro

Con ocasión del programa «Solistas y Maestros 5», el Teatro de la Maestranza acogió dos conciertos para piano compuestos entre 1781 y 1785 con los que el pianista Juan Pérez Floristán y la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla rindieron tributo al maestro de Salzburgo Wolfgang Amadeus Mozart

20 may 2022 / 06:34 h - Actualizado: 20 may 2022 / 11:38 h.
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  • Juan Pérez Floristán. / Yoel Levy
    Juan Pérez Floristán. / Yoel Levy

El de 1781 no fue un año cualquiera para Mozart. Instalado en la ciudad de Viena y en plena relación amorosa con Constanze Weber —la pareja se casaría al año siguiente— gran parte de la economía familiar dependía de su talento como intérprete y compositor, de ahí que se pasase los días alumbrando conciertos para piano a una velocidad antinatural. Pero la cosa no quedaba ahí, pues el virtuoso nacido en Salzburgo tenía asimismo que encargarse de la producción y el estreno de los mismos, algo que implicaba contratar a los músicos, hallar un recinto donde celebrarlos y, lo más difícil, obtener los fondos necesarios mediante suscripciones. Una vez finalizado dicho proceso, Wolfgang solía asimismo dirigir sus composiciones e interpretarlas al piano.

Sin embargo, en el caso del Concierto para piano núm. 17 en sol mayor, K453, la historia fue algo distinta. Por el manuscrito fechado el 12 de abril de 1784 sabemos que fue escrito para una alumna llamada Barbara Ployer que vivía con su tío, el cual se desempeñaba como agente de Salzburgo en la corte imperial. Asimismo los expertos nos dicen que, tras ser encargado en febrero y culminado dos meses después, fue la misma Ployer quien lo estrenó ante la atenta mirada de su maestro y en el mismo edificio donde residía, el 13 de junio de ese mismo año. Como curiosidad, poco antes del estreno, Wolfgang Amadeus adquirió un ave cantora, un estornino cuya facilidad para la imitación le fascinó, y que rápidamente se convirtió en su mascota.

De dicho concierto —uno de los pocos publicados en vida del genio—, la crítica destacó en su día la elegancia del Andante y las bellas modulaciones del Allegretto, poniendo la nota negativa en ciertos pasajes que, debido a su densidad, podían dificultar la audición del pueblo llano. De lo que no cabe duda es que, cuando hace su aparición el piano, la magia brota de manera innata, confirmando la grandeza de su compositor. Algo que pudimos apreciar durante el programa Solistas y Maestros 5 celebrado ayer en el Teatro de la Maestranza, una cita en la que la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla puso toda la carne en el asador, y en la que el sevillano Juan Pérez Floristán —miembro de una eminente familia de músicos y auténtico referente de la pianística actual—, además de encargarse de la dirección, sobresalió por méritos propios.

Asimismo, el programa incluyó el Concierto para piano núm. 20 en re menor, K466 —único compuesto por Mozart para piano en este tono— que fue alumbrado en la ciudad de Viena en 1785. Por aquella época, el músico apenas recibía encargos para crear óperas, de ahí que tuviese que crear esta composición a cuyo estreno asistió su propio padre, Leopold Mozart, quien viajó expresamente desde Salzburgo. Algún experto ha conjeturado que Joseph Haydn, que residió durante toda su vida en Austria, pudiese haber sido testigo de la creación del concierto, el cual fue ponderado por grandes figuras como Beethoven —este llegaría a componerle una cadencia al no conservarse la original—.

A efectos prácticos, en la 1ª exposición, donde Mozart exhibe todo el material que empleará a lo largo del Allegro, la Orquesta Sinfónica arrancó con la fuerza y el dinamismo al que nos tiene acostumbrados. Algo que se confirmó en los acentos y que llegó a su punto álgido con el solo de piano. De nuevo, Pérez Floristán dejó claras muestras de su dominio del instrumento durante todo el discurso, siendo la interpretación de la fanfarria uno de los momentos más lucidos de la orquesta.

En suma, la ROSS supo conferirle al programa el rigor y la calidad que este requería, sabiendo hallar el equilibrio entre los pasajes solistas y el aspecto dialógico piano/orquesta y honrando la memoria del genio de la mejor manera posible: complaciendo tanto al público erudito como al menos avezado.

Para rematar una velada excelente, Juan Pérez Floristán se dirigió en voz alta a la grada —donde una gran audiencia infantil ubicada en la terraza derecha puso la nota entrañable— y, tras dar las gracias por la asistencia y confesar que se sentía «como en casa», regaló una hermosa propina que desató nuevos aplausos, el Preludio en mi menor Op 28 Nº 4 de Frédéric Chopin.