Asistir a una función de La Flauta Mágica permite comprender rápidamente por qué la ópera es el mayor espectáculo del mundo. La obra de Mozart, y es una obviedad, sigue encandilando a públicos de todo el mundo y toda condición. El Maestranza vuelve a ella esta semana tras no hacerlo desde el año 2002. Se trata de una producción, la que el domingo se estrenó, proveniente del Teatro Regio de Turín que se centra en los aspectos más puramente cuentísticos del argumento. Sin caer en una excesiva infantilización visual, a Roberto Andò no le interesa tanto el substrato filosófico –toda la ópera es, en el fondo, un viaje iniciático hasta ser admitido en la masonería– como sus aspectos más puramente lúdicos, vistosos.
De La Flauta Mágica hemos conocido realizaciones recientes prodigiosas, como la de Barrie Kosky para la Komische Oper, instalando el cuento de Mozart en el mundo del cartoon y el cine mudo; o la de Jun Kaneko para la San Francisco Opera, profundamente surrealista, altamente tecnológica y con una estética pictórica de restallantes colores primarios. Esta que el Maestranza ha mostrado entra dentro de la sencilla corrección. Hay momentos de gran belleza plástica, como la primera e inquietante aparición de la Reina de la Noche; o los tres muchachos navegando en una piragua que levita en las alturas; como también funcionan los instantes en los que los personajes apelan al público o, directamente, al director musical, rompiendo la cuarta pared. Sin embargo también hay demasiados instantes resueltos facilonamente con la escena vacía, y otros, como el final, en el que no se entiende de ningún modo la reconciliación entre Sarastro y la Reina, que se unen en el coro final.
En una ópera tan coral, en la que Mozart parece querer abolir los divos, apostar por jóvenes voces parece siempre una buena decisión, económica y líricamente hablando. Desde luego, el bajo barítono Peter Kellner, como Papageno, se impone en estas funciones por su enorme dote actoral –un poco hiperactivo, esto sí– y una voz que disfrutamos tersa y plena de agilidad. El eslovaco es un cantante de voz óptima, de plena emisión y canto que fluye con naturalidad. Acabaría mereciendo las ovaciones más cálidas. Una feliz sorpresa fue descubrir el canto de la soprano Erika Escribá-Astaburuaga, que fue una Pamina de hermosas notas centrales, con una voz de bello centro, y un cómodo uso de los reguladores. Estuvo además convincente y emotiva cuando atacó Ach, ich fühl’s, una de las más grandes (y melancólicas) arias de Mozart.
A la soprano Sara Blanch le queda, por su parte, algo de camino para hacerse con la Reina de la Noche. Su proyección es formidable, como también la coloratura y su demostrada capacidad de solventar los sobreagudos que se le exigen. No obstante, en la temida y popularísima aria Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen, se la notó insegura en la primera mitad, apresurada y algo tremolante. Es más que posible que su voz tenga que crecer todavía para conseguir domesticar con plenitud a la Reina.
Disfrutamos con el Monostatos de Mikeldi Atxalandabaso, al que esperamos ver en papeles de mayor relevancia en el futuro; y juzgamos correcta la prestancia del tenor Roger Padullés, como Tamino, que fraseó con elegancia. Su voz ligera, puede que un punto liviana, le sobró no obstante para solventar con nota el aria Dies Bildnis ist bezaubernd schön.
El bajo Javier Borda fue un Sarastro un tanto átono, de voz muy trasera y algo sorda. A buen nivel el resto del elenco: Beñat Eguiarte y David Lagares; de voces muy bien empastadas pese a sus disfrutables diferencias tímbricas las tres damas (Ruth Iniesta, Gemma Coma-Alabert y Anja Schlosser), como también aplaudimos a Estefanía Perdomo en su dúo final entre Papagena y Papageno. Bravos y palmas batientes para las voces blancas de la Escolanía de Los Palacios, aquí con un exigente papel, y corrección en el Coro del Maestranza.
No es Mozart el repertorio en el que Pedro Halffter tiene más cosas que contarnos. Su versión apenas tiene en cuenta los aportes de directores musicales señeros en esta ópera como Norrington, Jacobs o Harnoncourt. Fue una lectura de hechuras clásicas, un tanto morosa en la obertura, que encontró una respuesta convincente en los músicos de la ROSS, sobresaliendo la flauta solista de Vincent Morelló y el glockenspiel digital en las manos de Tatiana Postnikova.
Teatro de la Maestranza
La Flauta Mágica, de Wolfgang Amadeus Mozart* * * *Intérpretes: Javier Borda, Roger Padullés, David Lagares, Beñat Egiarte, Sara Blanch, Erika Escribá-Astaburuaga, Ruth Iniesta, Gemma Coma-Alabert, Anja Schlosser, Estefanía Perdomo, Peter Kellner, Mikeldi Atxalandabaso. Escolanía de Los Palacios. Coro del Teatro de la Maestranza. Director del coro: Íñigo Sampil. Director musical: Pedro Halffter. Director de escena: Roberto Andò. Escenografía e iluminación: Gianni Carluccio. Vestuario: Nanà Cecchi. Producción del Teatro Regio de Turín.