Muere Joan Margarit, el poeta arquitecto que vendía como un novelista

Premio Cervantes en 2019, al escritor catalán lo ha vencido un cáncer a sus 82 años

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
16 feb 2021 / 17:45 h - Actualizado: 16 feb 2021 / 17:44 h.
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Ni 48 horas después de otras elecciones catalanas que evidencian dolorosamente su polarizada sociedad, acaba de morir su mejor poeta vivo, Joan Margarit, que no tenía ningún problema en ser escritor en ambas lenguas, para bien y no para mal, para multiplicar y no para restar, como él mismo se ha encargado de explicar cada vez que le han preguntado: “Ahora llevo un poema en el bolsillo y dentro de una semana, a lo sumo, llevaré dos, que será el poema en castellano, pero no es una traducción: ambos hacen su camino; la chispa que inspiró el primero la continúo en el otro”. El primero salía de su lengua materna, el catalán. El segundo, tal vez de esa creatividad ordenada que le confirió su oficio de arquitecto.

Joan Margarit (Sanahuja, Lérida, 1938) acaba de morir en Barcelona a los 82 años, víctima de un cáncer que padecía desde hacía años, desde antes de recibir el Premio Cervantes y el Reina Sofía en 2019. Arquitecto y catedrático de Cálculo de Estructuras de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, Margarit era más que probablemente el poeta vivo más leído de la literatura en catalán. Lo avalaban no solo los muchos premios desde que descubrió su verdadera voz interior a los 40 años, sino una lúcida poética que le hacía entender la infinitud de un mismo poema. “Si está bien hecho, en un poema hay mil poemas”, solía decir.

El autor de poemarios tan vendidos y leídos como Joana o Casa de Misericordia, había cosechado numerosos premios tanto en su Cataluña natal (Miquel de Palol y Vicent Andrés Estellés en 1982; la Flor Natural en los Jocs Florals de Barcelona en 1983 y en 1985; el Premio de la Crítica Serra d’Or en 1982, 1987 y 2007; o el Premio Nacional de Literatura de la Generalitat de Catalunya en 2008, entre otros) como a nivel nacional e internacional. Antes del Cervantes en 2019, había conseguido el Premio Nacional de Poesía y el Rosalía de Castro en 2008, el Poetry Book Society Recommended Traslation en 2007 y el Premio Poetas del Mundo Latino que le concedieron en México junto a José Emilio Pacheco.

Creador de una obra absolutamente bilingüe en catalán y castellano, había encumbrado el recurrente tema de la soledad a su tema por antonomasia desde su dura infancia en plena derrota del republicanismo que siempre llevó dentro. Veinte años después del inicio de aquella guerra que también fue incivil en su entorno, en 1956, Margarit nació a la poesía escribiéndole unos versos a una compañera de instituto, como contó en más de un recital en los que destacaba por su voz modulada quien había tenido a Neruda como maestro, como tantos jóvenes enamorados.

Con 25 años se dio a conocer con Cantos para la coral de un hombre solo (1963). Luego irían llegando, maduros y sin prisas, Doméstico nací (1965), Crónica (1975) o Predicción para un bárbaro (1979). Aunque siempre había escrito en castellano, después de aquel coscorrón que un señor le dio por la calle por oírlo hablar en catalán, según había contado él mismo, a finales del pasado siglo comenzó a escribir también en catalán, tras la invitación que hubo de hacerle el también poeta Miquel Martí i Pol, en una escena a la inversa que recuerda aquel encuentro entre Garcilaso de la Vega y el italiano Navagero.

La poesía de Margarit se ha ido haciendo más descarnada y sincera con los años. El reconocimiento le llegó, sobre todo, con su poemario Casa de Misericordia (2008). Cuando le dieron el Cervantes hace ahora casi dos años, explicó su condición de poeta bilingüe con una sencillez que ahora se echa de menos más que nunca: “Una es mi lengua materna; la otra es adquirida y la quiero: no voy a renunciar a las dos lenguas, digan lo que digan los políticos”.

Su hija Joana, a la que dedicó uno de sus poemarios –también bilingües- más sentidos, había fallecido con solo 30 años. Uno de aquellos poemas, “No hay milagros”, nos resuena hoy, con él ya en el otro mundo, para darnos la medida exacta de la grandeza de su verso:

Llovía con desidia.
Diecinueve de octubre, las nueve de la noche.
Joana iba asustada hacia el quirófano
rodeada por nosotros, que quedamos
en la salita mal iluminada junto a los ascensores.
Dicen que en un intento
de salvarse le dijo te quiero al cirujano.
Creíamos que un hada podría devolvernos
la Joana tranquila, la de siempre,
con sus confiados ojos centelleantes.
A las once mirábamos
las gotas de la lluvia en el cristal
como si resbalaran por la noche.
La noche era una hora de guadaña.