Muere Mercedes Barcha, la otra autora de ‘Cien años de soledad’

La viuda de García Márquez, conocida cariñosamente como ‘La Gaba’, se ha ido a los 87 años en Ciudad de México, en el hogar donde su marido escribió la novela para cuyo envío a Argentina tuvo ella que empeñar hasta el menaje de su cocina

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
16 ago 2020 / 14:01 h - Actualizado: 16 ago 2020 / 14:04 h.
"Literatura"
  •  Mercedes Barcha. / Colegio Mayor de Bolívar.
    Mercedes Barcha. / Colegio Mayor de Bolívar.

Seguramente al colombiano Gabriel García Márquez, el escritor en castellano más leído en el mundo con permiso del inconsciente Cervantes, no le hubieran dado el Premio Nobel en 1982 si no llega a publicar en 1967 aquella novela que resumió todo su universo literario, Cien años de soledad, que acabó vendiendo, traducida a decenas de idiomas, más de 30 millones ejemplares. Pero más seguramente aún no la hubiera escrito ni publicado de no ser por la constancia arrebatadora de su mujer, Mercedes Barcha Pardo, a quien el escritor había pedido matrimonio cuando ella solo tenía 13 años, aunque hubiera de esperar otros 13 para casarse con ella.

Mercedes Barcha, conocida cariñosamente como La Gaba –en alusión al sobrenombre más conocido de su esposo, Gabo-, murió ayer, día de la Asunción de la Virgen, en Ciudad de México, a los 87 años de edad. No ha ascendido al cielo físicamente como Remedios la Bella, uno de los personajes más significativos de la gran novela de su marido, pero sí metafóricamente, porque todo México, donde vivieron la mayor parte de su matrimonio -56 años- y todo el mundo literario –el planeta, en rigor- ha lamentado el fallecimiento de una mujer clave en la vida y la obra del autor de El amor en los tiempos del cólera, otra novela –cuya dedicatoria es “A Mercedes, por supuesto”- que tampoco hubiera sido posible sin la existencia de esta mujer, a quien el hermano de Gabo, Jaime García Márquez, atribuye un papel preponderante en la creación del novelista. “Esa novela [en alusión a Cien años de soledad] es hechura de Gabito, pero con ayuda de Mercedes por tantas cosas”, dijo.

El peso de una obra maestra

La anécdota, mil veces contada por el propio García Márquez y sus biógrafos, es que cuando terminó el manuscrito de Cien años de soledad, precisamente en la casa mexicana donde se encerró para escribir durante año y medio –y donde recibió la llamada del Nobel en 1982-, él y Mercedes lo llevaron a la oficina de Correos para enviarlo a la editorial Sudamericana en Buenos Aires (Argentina). “Eran 700 páginas; entonces lo pesaron y dijeron que costaba 83 pesos”, contó Gabo hace muchos años en una entrevista. “Entonces Mercedes me dijo que solo teníamos 45 pesos”, y añadió: “Partí el libro por la mitad y dije: `Péseme este libro hasta 45 pesos’. “Agarré esas hojas, las envolví y las mandé y nos quedamos con el resto”. El relato de García Márquez continuaba así: “Entonces nos fuimos a la casa y Mercedes sacó lo último que faltaba por empeñar, que era el calentador que yo usaba para escribir –porque yo puedo escribir en cualquier circunstancia menos con frío-, el secador que usaba para la cabeza y la batidora, se fue con todo eso al Monte de Piedad y le dieron unos 50 pesos”. Fue entonces cuando regresaron a Correos para pesar la otra mitad, que resultó costar 48 pesos. “Mercedes pagó sus 50 pesos, le dieron dos de vuelta y yo me di cuenta que cuando salimos del correo estaba verde del encabronamiento, y me dijo: ‘Ahora lo único que falta es que esta novela sea mala”.

El propio García Márquez reconoce en El olor de la guayaba, un libro de conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza, la importancia de su mujer en la génesis de la obra. “Sin Mercedes no habría llegado a escribir el libro. Ella se hizo cargo de la situación. Yo había comprado meses atrás un automóvil. Lo empeñé y le di a ella la plata calculando que nos alcanzaría para vivir unos seis meses. Pero yo duré año y medio escribiendo el libro. Cuando el dinero se acabó, ella no me dijo nada", cuenta, y añade: “Logró, no sé cómo, que el carnicero le fiara la carne, el panadero el pan y que el dueño del apartamento nos esperara nueve meses para pagarle el alquiler. Se ocupó de todo sin que yo lo supiera: inclusive de traerme cada cierto tiempo quinientas hojas de papel. Nunca faltaron aquellas quinientas hojas”.

La hija del boticario

Mercedes Barcha Pardo había nacido el 6 de noviembre de 1932 en el municipio colombiano de Magangué, un pueblo llano y rodeado de ciénagas y uno de los brazos del río Magdalena. En su apellido paterno confluía un hilo de sangre oriental, pues su bisabuelo había nacido en Siria y su abuelo, Elías Barcha –que vivió casi cien años-, en Alejandría. No deja de ser curioso que al final de Cien años de soledad, su autor le atribuyera a su mujer “la sigilosa belleza de una serpiente del Nilo”. En la novela aparece precisamente un personaje llamado Mercedes, la boticaria. Y es que el padre de Mercedes Barcha –la mayor de ocho hermanos- había montado en Barranquilla una farmacia, donde ella recibía las serenatas que su novio le prodigaba mientras trabajaba en periódicos como El Heraldo y El Nacional. Desde aquella botica justamente, ella continuó durante años escribiéndole cartas a Bogotá, Roma y París, donde él ejercía de corresponsal con la firme convicción de casarse con ella, como él recuerda incluso en el momento crucial de la fiesta por la boda con que comienza una de sus novelas más célebres, Crónica de una muerte anunciada: “Muchos sabían que en la inconsciencia de la parranda le propuse a Mercedes Barcha que se casara conmigo, cuando apenas había terminado la escuela primaria, tal como ella misma me lo recordó cuando nos casamos catorce años después”.

Fue el día que llegó la primavera de 1958, después de volar desde París y pedir un permiso de cuatro días en la nueva revista en que encontró trabajo en Caracas, Momento, cuando él y Mercedes se casaron a las once de la mañana en la iglesia del Perpetuo Socorro de Barranquilla. Al día siguiente, cuanto tomaron el vuelo a Caracas para su breve luna de miel, Gabo compartió con su esposa unos sueños que parecían profecías: que escribiría una novela llamada La casa y otra sobre el dictador (en referencia quizá a El otoño del patriarca) y que produciría su obra maestra a los cuarenta años. Y ella lo creyó, “no solo porque así era, sino porque necesitaba creérselo”, como cuenta uno de los biógrafos de Gabo, Dasso Saldívar, en El viaje a la semilla, “pues era todo lo que él le podía ofrecer, un todo que sería más que todo, porque habría de ser el fruto maduro de su empecinamiento y de su descomunal talento”.

Conmoción internacional

“Con mucha tristeza me entero de la muerte de Mercedes Barcha, mujer tenaz y generosa. Cómplice indiscutible de Gabo, madre de Rodrigo y Gonzalo. Nuestro más sentido pésame, vuelan mariposas amarillas”, manifestado ayer la titular de la Secretaría de Cultura de México, Alejandra Frausto. El propio presidente de Colombia, Iván Duque, ha escrito en su cuenta de Twitter: “Hoy murió Mercedes Barcha, el amor de la vida de nuestro Nobel Gabriel García Márquez, y su compañera incondicional en los extensos retiros de Gabo, cuando se fundía en sus letras. Toda la solidaridad para su familia”.

“Ella jugó el papel de la Beatriz de Dante, solo que Gabo logró casarse con su Beatriz y vivir más de 50 años a su lado. Él ya era un genio cuando se casaron, pero sin Mercedes no habría logrado hacer todo lo que después consiguió en la literatura y en la vida», comentó el escritor británico Gerald Martin, autor de la biografía Gabriel García Márquez: una vida.

La viuda de García Márquez (que falleció en 2014) vivía ahora en la colonia Jardines de Pedregal, también en el sur de Ciudad de México, donde empezaron a llegar flores apenas se conoció el deceso ayer tarde. Aunque las restricciones por la pandemia de COVID-19 impedirán un homenaje de cuerpo presente para Barcha, las instituciones culturales mexicanas la han reconocido de manera virtual.