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Muñoz Molina en Sevilla: «Hoy pueden retratarte solo porque vayas a misa»

El novelista jiennense presentó ayer tarde su última novela, ‘No te veré morir’, a través de una interesante conversación con la profesora Lola Pons en la Fundación Cajasol

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
13 sep 2023 / 06:45 h - Actualizado: 13 sep 2023 / 06:48 h.
"Libros","Fundación Cajasol"
  • Muñoz Molina en Sevilla: «Hoy pueden retratarte solo porque vayas a misa»

Hace casi treinta años, o sea, casi la mitad de la vida del novelista de Úbeda Antonio Muñoz Molina (1956), este acudió a Montevideo para un homenaje a uno de los escritores que más ha admirado desde que lo descubrió, el entonces recién fallecido Juan Carlos Onetti. Aunque en el acto estaban tanto la viuda del novelista uruguayo, Dorothea Muhr, como aquel amor interrumpido que fue la también poeta Idea Vilariño, el treintañero Muñoz Molina se quedó prendado de la mirada de esta, “que no parecía tocada por el tiempo”. Es la mirada que le ha dado ahora a la protagonista de su última novela, No te veré morir (Seix Barral), Adriana Zuber, y que ayer presentaba en la sala Antonio Machado de la Fundación Cajasol de Sevilla, en amena conversación con la filóloga Lola Pons.

Basta con indagar en la tormentosa historia de amor entre Vilariño y Onetti, que la dejó para casarse con la que iba a ser su mujer toda la vida, para comprender eso que ha repetido alguna vez Muñoz Molina de que todas sus novelas son al cabo novelas de amor. En el fondo, la célebre historia de El amor en los tiempos del cólera de García Márquez palpita en cualquier relato que coquetee con la esencia de la condición humana. Y la historia de Onetti y Vilariño se le parece bastante, porque su romance no terminó de terminar pese a la boda del escritor. La última vez que se vieron fue en 1974, cuando la esposa de Onetti lo dejó a solas en la habitación del hospital con Vilariño. Esta habría de escribir no mucho tiempo después: “Me levanté y quise tocarlo, tocar su mejilla con la mía. Apenas llegaba a él cuando me agarró con un vigor desesperado y me besó con el beso más grande, más tremendo que me hayan dado, que me vayan a dar nunca, y apenas comenzó su beso, sollozó, empezó a sollozar por detrás de aquel beso, después del cual debí morirme”.

La poeta uruguaya no murió, sin embargo, hasta el año 2009, por lo que la vida le concedió tiempo más que suficiente para componer “el poema de amor más triste que existe”, según ha insistido en esta campaña de promoción de la novela el propio Muñoz Molina. El poema en cuestión se titula “Ya no”, y empieza así: “Ya no / Ya no será / ya no / viviremos juntos / no criaré a tu hijo / no coseré tu ropa / no te tendré de noche / no te besaré al irme / nunca sabrás quién fui / por qué me amaron otros...”. Merece la pena seguir reproduciéndolo aquí: “No llegaré a saber / por qué ni cómo nunca / ni si era de verdad / lo que dijiste que era / ni quién fuiste / ni quién fui para ti / ni cómo hubiera sido / vivir juntos / querernos / esperarnos / estar. / Ya no soy más que yo / para siempre y tú / ya / no serás para mí / más que tú. Ya no estás / en un día futuro / no sabré dónde vives / con quién / ni si te acuerdas. / No me abrazarás nunca / como esa noche / nunca”. El poema de Vilariño termina así: “No volveré a tocarte. / No te veré morir”. Y ese último verso es el título de esta última novela de quien, allá por 1994, cuando asistió al homenaje de Onetti y se encontró allí a sus dos mujeres, acababa de publicar su sexta novela, El dueño del secreto, ya en Seix Barral, como ahora, pero no imaginaba que treinta años después iba a escribir una novela inspirada en aquella mirada de Vilariño, en aquel último verso del amor más triste que él hubiera podido imaginar. Pero la vida es tantas veces más sorpresiva que la propia imaginación.

Muñoz Molina en Sevilla: «Hoy pueden retratarte solo porque vayas a misa»
‘No te veré morir’, de Antonio Muñoz Molina.

En rigor, según confesó anoche Antonio Muñoz Molina, la novela la escribió mucho antes, pero a lápiz y en un cuaderno, y la guardó, sin sospechar que en 2023 su editorial de toda la vida iba a reseñarla así en la contraportada: “No te veré morir es una novela sobre el poder de la memoria y del olvido, la lealtad y la traición, los estragos del tiempo y la obstinación del amor y sus espejismos. La conmovedora historia de una pasión frustrada por la vida y un hermoso retrato de la vejez escritos con una delicadeza extrema”.

El argumento de la obra vuelve a echar mano de algunas de las obsesiones del autor, cuya muletilla más recurrente parece ser la palabra “sutilezas”: el amor, sí, pero también el paso del tiempo, y la nostalgia por “una época que pudo haber sido y no terminó de ser del todo”, según señaló anoche, en referencia a las primeras décadas del siglo XX, o más ampliamente a ese período bautizado con el nombre de Edad de Plata que transcurre en España entre la fundación de la Institución Libre de Enseñanza y la II República... El libro lo protagonizan Gabriel Aristu y Adriana Zuber, que durante su juventud gozan de una historia de amor que parecía predestinada a ser eterna. Sin embargo, terminarán separados durante medio siglo por un océano de incomunicación, ella atrapada en la España de la dictadura, él viviendo el éxito profesional en Estados Unidos. Vuelven a encontrarse en el ocaso de sus días. Miradas, caricias, deseos acallados y viejos reproches dejarán paso entonces a la constatación de que la nostalgia de aquel primer amor lo es también de la persona que una vez fuimos. Lo cierto es que anoche también Muñoz Molina constató lo diferente que era él mismo cuando salió hace tantas décadas de “una tierra menesterosa” como casi todas las de España para instalarse por primera vez en un país que ha terminado conociendo tan bien por encima de todos los tópicos: Estados Unidos.

En el transcurso de la siempre bien llevada conversación por parte de Pons, el novelista Antonio –especialista en decir cosas importantes desprovisto de toda solemnidad, rodeado de Antonios en una sala abarrotada con casi 300 personas, entre ellas el otro Antonio Muñoz, ya exalcalde de Sevilla- se refirió a las riquezas del bilingüismo, a la importancia de la poesía y la música en el ejercicio de la narrativa, a que metió al pintor Valdés Leal en la novela solo porque estuvo el año pasado en la exposición que se organizó aquí en el Hospital de la Caridad con motivo del 400º aniversario de su nacimiento, y a la manía que hoy tenemos de retratar a los demás solo por un detalle, como hacen los paleontólogos cuando encuentran una sola falange. “Con ese dedo son capaces de decirnos que pertenecía a un varón de 1,40 de altura, Australopithecus, etc., y reconstruirnos toda su persona”, dijo a modo de ejemplo, para traer el símil a los peligrosos tiempos que corren, pues hoy cualquiera parece capaz de hacerte un retrato robot solo porque “vayas a misa”, por ejemplo, “o porque tienes dudas con las vacunas”, “o porque no te gusta el carril bici”, etc. Cualquier detalle sirve para generarle a los demás la idea definitiva de que eres A o eres B. En este sentido, se refirió también a que el padre de Gabriel Aristu era “descuidadamente conservador”, y eso lo lleva a la perdición frente a las izquierdas, o al carácter sumamente religioso de Manuel de Falla. “Creo que no somos conscientes de que Falla es de los pocos españoles universales que hay, junto a Lorca o Ramón y Cajal”, dijo ayer Muñoz Molina, y añadió: “Nosotros pensamos que la vanguardia está asociada a la izquierda, pero Manuel de Falla era un señor súper católico y yo lo saco en la novela rezando el rosario con el padre del protagonista”.


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