En un momento dado de su proceso creativo Natalia Jimenez sintió la necesidad de buscar nuevos espacios para la danza alejados de los escenarios teatrales. Ahora vuelve a la caja teatral con este nuevo proyecto, una pieza de danza contemporánea, sumamente abstracta e introspectiva, que estrenó ayer en el Teatro Central con un lleno hasta la bandera.
La obra cuenta con el apoyo del ‘Programa Ágora’, una iniciativa de la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales que tiene como objetivo impulsar la creación y la formación, así como vertebrar la investigación. La semana pasada tuvimos la oportunidad de ver una producción de teatro promovida por este programa y esta semana le toca el turno a la danza con esta propuesta de Natalia Jimenez, que se inspira en algunas obras de Virginia Wolff (de ahí el título) como ‘Una habitación propia’ o ‘La muerte de la polilla’.
Pero más que intentar reflejar el universo literario de la insigne escritora británica, la coreógrafa y bailarina se inspira en su capacidad para ir de su mundo interior al exterior, que no duda en retratar en su más cruda realidad, con un discurso feminista bastante avanzado para su época. De la misma manera, Natalia Jimenez se propone elaborar una suerte de autorretrato dancístico que trascienda lo real para dar luz a su mundo interior, delimitando con ello un espacio poético que discurre entre la abstracción de la música y el espacio sonoro y la concreción de la imagen corporal, que eleva la figura femenina a primer plano.
Se trata, por tanto, de un proyecto bastante introspectivo aunque, curiosamente, la danza comparte el protagonismo con la música y con la palabra de Wolff, que se vuelca en un par de textos que colman el discurso de interrogantes. Por su parte, la coreografía se centra en la auto-contemplación con un exhaustivo trabajo corporal que lleva a la bailarina a rozar el contorsionismo en la primera parte, cuando Jordina Millá envuelve la atmósfera de inquietud manipulando las cuerdas del piano, mientras hace sonar unos cascabeles cuya dulzura contrastan con el sonido chirriante que sale del instrumento. En ese sentido cabe destacar cómo Jordina va progresivamente, a medida que el relato avanza, introduciendo el sonido de las teclas, hasta que acaban por adueñarse del espacio sonoro colmando el espacio de dulzura con su melodía entrecortada.
De esa manera, aunque la pieza se defina como un solo, desde el principio se conforma como una suerte de diálogo entre danza y música que alcanza, gracias a un considerable grado de complicidad, algunos momentos de conexión tan impactantes como sutiles, enfatizados con la iluminación de Irene Cantero, que va de la luminosidad a la penumbra en los momentos en los que la bailarina se adentra en su soliloquio interno para brindarnos un discurso sensorial tan detallista como rotundo.
Natalia Jiménez hace gala de una encomiable maestría y un dominio corporal que alcanza su cenit con el manejo de los silencios y el suelo, pero, a fuerza de tanta introspección y abstracción, el discurso feminista se pierde, el ritmo decae en algunas escenas y las emociones no acaban de aflorar.
Obra: Wolff
Lugar: Teatro Central, 11 de febrero
Coproducción: ICAS, Mercat de les Flors. Con la colaboración del programa Àgora/Consejería de Cultura/Junta de Andalucía/Conservatorio Música de Sanlúcar la Mayor (Sevilla) y Centro cultural La Villa, La Rinconada (Sevilla).
Dramaturgia: José Luis de Blas
Composición musical y espacio sonoro: Jordina Millá
Dirección y coreografía: Natalia Jimenez Gallardo
Espacio escénico: Ángela López
Diseño de iluminación: Irene Cantero
Intérpretes: Natalia Jimenez Gallardo (baile) y Jordina Millá (piano)
Calificación: ***