La Gazapera

No hay mal que por bien no venga

Manuel Bohórquez @BohorquezCas /
13 jun 2020 / 09:04 h - Actualizado: 13 jun 2020 / 09:06 h.
"La Gazapera"
  • No hay mal que por bien no venga

A veces tienen que ocurrir catástrofes naturales o tragedias como la que vivimos con el coronavirus, que parece la antesala del final de todo, para que reaccionemos y le plantemos cara a la vida, que no es un camino de rosas. Cada día hablo con algún artista que me llama para contarme penas y decirme que se va a tener que ir a la fresa o el verdeo para poder seguir pagando la hipoteca y dar de comer a sus hijos. Ya hay quien se ha ido a la construcción y lo dijo en las redes sociales sin ningún pudor.

Los flamencos son grandes luchadores, aunque tengan un poco el sambenito de que quieren vivir del cuento, algo que viene del siglo XIX, cuando este arte empezaba a encontrar un hueco en los cafés y teatros de la Villa y Corte y la prensa se ensañaba con los artistas. No sentó muy bien que cantaores como Juan Breva y Paco el Sevillano llevaran más público a los teatros que los tenores italianos, con toda su fama y pompa. Localicé un artículo titulado “La plaga flamenca”, así que se pueden hacer una idea de cómo se las gastaban los gacetilleros madrileños. Detestaban el flamenquismo, como dijo años después Chacón, y mezclaban lo flamenco, lo taurino y lo barriobajero con una desvergüenza increíble. Gentes de mal vivir, vamos.

Los artistas flamencos le han visto las orejas al lobo y se están poniendo las pilas. Se han creado ya algunas asociaciones de artistas y de tablaos y parece que muchos han descubierto lo que significa la palabra reciclaje. Ya no vale estar sentados en casa viendo el fútbol o seriales a la espera de que suene el teléfono, como en los tiempos de Jesús Antonio Pulpón, quien le decía a los artistas: “Querido, pasado mañana cantas en Burgos con Manuel Domínguez a la guitarra. Lo hemos podido cerrar en tres mil duros”. Lo anotaban en una agenda, comisión al canto, y a vivir.

Ha venido un virus que ha cerrado teatros, tablaos y peñas, y se han dado cuenta de que tienen que hacer algo más que esperar una llamada. Que hay que dar clases online, se dan, aunque no sepan encender una linterna. Que hay que irse a América, sin problema. Cuando la crisis de los cafés y teatros de Sevilla del inicio del siglo XX, cantaores como Chacón, el Macareno, Bernardo el de los Lobitos, Pepe el de la Matrona o Fernando el Herrero se fueron a Madrid a vivir de los tabancos, de las fiestas, que dejaban mucho dinero.

La pandemia está siendo tan dura que hasta los flamencos han decidido que hay que hacer algo. Un maestro ya veterano me dijo ayer mismo que era el momento de poner una escuela, algo que ya hicieron algunos cantaores, bailaores y guitarristas hace más de un siglo. Ramón el Ollero daba clases de cante trianero en su casita de la calle Palomas, en el Barrio de la Feria. Y lo mismo hacían Antonio Páez El Pintor, Paco el Barbero o Antonio Silva El Portugués. Murieron pobres, pero con una enorme dignidad. Eran flamencos de raza.