En los felices años veinte, hasta tres vapores cubrían la distancia que separaba Sevilla de su playa más natural siguiendo el curso del Guadalquivir. En días como hoy en que comienza el verano, Sanlúcar ofrecía –ya desde comienzos del pasado siglo, casi desde comienzos de la historia del cine, podría decirse- no solo los encantos de sus baños y su gastronomía, sino el hechizo de un nuevo espectáculo que, como en otros rincones del país, alternaba las proyecciones con otros atractivos que iban desde el teatro y la zarzuela hasta los cuadros disolventes, el cante flamenco o el impacto de los enanos. Sanlúcar, con algo más de 23.000 habitantes, era considerada entonces la San Sebastián del Sur, y allí empezó a acudir no solo la alta burguesía sevillana dispuesta a cambiar de aires por el paseo de La Calzada, sino un sinfín de empresarios aventureros que instalaban sus barracones en una sinuosa historia –la del siglo XX- que combina pasión por el cine, por el negocio y por el ocio a partes iguales.
No es de extrañar que fuera en Sanlúcar precisamente donde se construyera el mayor cine de Andalucía y uno de los más grandes de toda Europa en plena posguerra: el Gran Cinema que se divisaba desde la playa y en el que sus más de dos mil espectadores contaban hasta con guardería de bicicletas..., que entonces no eran solo para el verano... Ni que algún teatro histórico, como el Principal, sobreviviera casi durante dos siglos, uno de los cuales entregado de lleno a la gran pantalla, que ha deparado en Sanlúcar escarceos y competencias que darían para otro libro.
Probablemente nadie como el escritor sanluqueño Juan Carlos Palma podía haber agavillado en una deliciosa publicación -editada por la Universidad de Cádiz con la ayuda de la Fundación Infantes Duques de Montpensier- tantos datos, fechas, nombres propios, recuerdos, curiosidades, testimonios, crónicas, fotos y fluidez expositiva para encerrar una historia que no es solo la del cine en la ciudad, sino mucho más, porque Baños de mar y celuloide. Historia del cinematógrafo en Sanlúcar de Barrameda es también el soberbio proyecto de alguien que ha entregado su vida a la pasión de bucear por el séptimo arte sin necesidad de moverse de donde nació, no solo para investigar cuántas salas o teatros albergaron cinematógrafos desde el tiempo de sus bisabuelos, sino para dejar memoria dolorida de tantas transiciones como nos depara la Historia, con el añadido de que estas las reflejara la gran pantalla: desde el cine en la playa a los salones que comenzaron sin licencia; desde los teatros reconvertidos para el sonoro hasta el imperio de algunos empresarios como el todopoderoso José Luis Ballester o el inolvidable Alfonso Ambrosy Márquez, que más allá de sus facetas como poeta o articulista, llegó a dirigir la primera película íntegramente sanluqueña (Un extraño veraneante, 1926); o, desde el esplendor de los sesenta hasta la decadencia con los multicines a finales de siglo, sin olvidar las aristas de la especulación urbanística, de los intereses municipales en el cobro de sillas y metros cuadrados, de lo que supuso Sanlúcar como escenario cinematográfico o de las carreras como actores de algunos de sus vecinos, como Eduardo Pedrote, el Gordo Calleja, La Sallago o Manuel Vidal Arias..., o últimamente la triunfito Natalia Rodríguez o Gala Évora, que ha amagado con ser más que una promesa al interpretar a la mítica Lola Flores y haber sido nominada a la mejor actriz revelación en los Goya de 2008, sin olvidar a la gran Porfiria Sanchiz que Palma –dedicado a la investigación cinematográfica desde aquella Sopa de cine del año 2000- rescató del olvido en su libro del año pasado: La tigresa escondida en la almohada.
Cinema paradiso
No resulta extraña la dedicatoria del libro después de leerlo: “A todos aquellos que guardan un recuerdo inolvidable de los míticos cines de su infancia, adolescencia y juventud”. Porque se trata de un canto de amor a ese espectáculo total que ha supuesto siempre el cine, desde las primeras proyecciones en barracones insalubres a los amagos de supervivencia un siglo después.
Hoy que comienza el verano, se puede trazar un paseo histórico y nostálgico por la transformada Sanlúcar, con sus derribados teatros en La Calzada por los primeros negocios de Ruiz Mateos, su desaparecido cine en Bonanza o el Barrio Alto y esa nostalgia de mar y celuloide que deja en el paladar esta documentada lectura cuyo insaciable autor no ha dejado en el tintero ningún detalle que ayudara en las últimas décadas a avivar un arte imperecedero en todas sus facetas, como la gloria y la rendición de la Semana de Cine Internacional en los 80 o aquel cineclub del Círculo de Artesanos –todavía en la calle San Juan- que más allá de sus partidas de ajedrez, sus clases de violín, sus pregones cofrades o su recitales poéticos, llegó a proyectar películas prohibidas en lo peor del franquismo, como El acorazado Potemkim. Otros tiempos. Y Doñana enfrente.