Pablo Messiez y el poder sanador de la música

El Teatro Central abre la temporada de teatro con una obra de Pablo Messiez que reivindica la escucha activa y la musicalidad de las palabras

19 oct 2019 / 15:30 h - Actualizado: 19 oct 2019 / 15:35 h.
  • Pablo Messiez y el poder sanador de la música

Obra: Las canciones

Lugar: Teatro Central, 18 de octubre

Producción: El Pavón Teatro Kamikaze

Texto: Pablo Messiez a partir de personajes y situaciones de las obras de Chéjov

Dirección: Pablo Messiez

Intérpretes: Javier Ballesteros, Carlota Gaviño, Rebeca Hernando, José Juan Rodríguez, Iñigo Rodríguez-Claro, Joan Solé y Mikele Urroz

Calificación: ***

En estos momentos de crispación social y política, el autor argentino Pablo Messiez nos propone un ejercicio de catarsis mediante la reivindicación de la escucha activa de unas canciones que, gracias a lo que Walter Benjamin definiría como los medios de reproductibilidad técnica del arte, han llegado a formar parte de nuestro imaginario colectivo.

La obra comienza con cuatro de los siete intérpretes preparados para asumir cada uno la escucha activa de una canción. Uno a uno se enfrentan a esa escucha, que conlleva un movimiento corporal que se funde con la musicalidad de la canción y lo que expresan sus letras, que como tantas y tantas canciones hablan de la soledad y el desamor. Así, ya desde el principio Messiez nos define a los personajes como seres atrapados por una soledad compartida de la que no pueden salir. No en vano se ha inspirado en las obras de Antón Chéjov. Aunque más que dramatizar, el dramaturgo argentino parece querer justo lo contrario, esto es desdramatizar el drama interior de los personajes sumergiéndolos en un mar de música, unos temas musicales tan populares como evocadores. Gracias a ello tiene la facultad de conectar y conmover fácilmente al espectador mientras lo incita a experimentar invitándole, durante 15 minutos, a dar rienda suelta a su energía corporal bailando una versión de Nina Simone de “My Sweet Lord” ( George Harrison) que nos sumerge de lleno en la atmósfera ritual del godspel, aunque desde luego no acaba de desatar ese estado de trance colectivo que dicho ritual tiene el poder de provocar, con lo que el ejercicio de experimentación se queda a mitad de camino.

Esa escena es más bien una suerte de intermedio que corta la obra en dos. A partir de ahí la dramaturgia cambia el tratamiento coral por los dúos, y los personajes y su cotidianidad se elevan a primer plano. Son seres sufridores y patéticos, atrapados en un duelo bajo el que se esconde un misterio que no llega a desvelarse. Es aquí donde la obra, a pesar del magnífico trabajo de interpretación de todo el reparto, comienza a perder fuerza. Y es que, aunque el autor baña el discurso con un cierto aire de parodia, abusa de la reiteración y el existencialismo y el ritmo se torna irregular y un tanto tedioso.