‘Patria’, el superventas de Aramburu, promete ser la serie del 2020

La multipremiada y profunda novela de Fernando Aramburu sobre el terrorismo vasco se convierte en una serie de ocho capítulos que estrenará HBO en nuestro país el próximo año

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
24 jul 2019 / 11:02 h - Actualizado: 24 jul 2019 / 11:03 h.
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  • Protagonistas de ‘Patria’, que emitirá la cadena HBO. / El Correo
    Protagonistas de ‘Patria’, que emitirá la cadena HBO. / El Correo

Uno de los aciertos de la multipremiada novela de Fernando Aramburu (1959) es su denso título, Patria, que encierra en la concisión hiriente de su significado el problema humano del que trata la obra al completo: la tierra, la familia, la identidad social e individual, entregar la vida por un concepto construido por unos etéreos ideólogos que van más allá de considerar patria los zapatos que uno calza y la lengua que uno habla. A partir de ahí, se desenreda el ovillo narrativo de dos familias entresacadas de la verosimilitud del País Vasco profundo, rural, que sirven como marco psicológico en el que el novelista va a ser capaz de humanizarlo todo en un contexto tan presto al maniqueísmo como el del terrorismo de ETA.

La historia arranca con el anuncio del cese definitivo de la lucha armada por parte del grupo terrorista, pero esa decisión no es más que una excusa para desarrollar a una decena de personajes absolutamente tangibles y una explicación del sufrimiento provocado por el terror vivido en Euskadi no desde la oficialidad de los comunicados de la banda o las respuestas del Estado, sino desde la intimidad de cada hogar. El autor elige dos y le basta: el de Miren, a quien su pusilánime marido, pero profundamente buena persona, Joxian, le da tres hijos: Joxe Mari, Arantxa y Gorka; y el de Bittori, casada con un emprendedor de pura cepa, el Txato, con quien tiene dos hijos: Xavier y Nerea.

Ambas familias ponen sobre el trasfondo del drama que se avecina la mullida amistad sobre la que se impulsa la barbarie: los cafés vespertinos de ellas en San Sebastián cuando van de compras, las carreras en bici de ellos, la huerta de Joxian con sus puerros y sus conejos, las inquietudes de los chicos, tan diferentes, los amoríos de las chicas, las fiestas, la herriko taberna y sus zuritos, los homenajes municipales a los presos que aparecen en carteles, convertidos en héroes por la ideología panfletaria abertzale, el coraje de sus padres y la admiración de la chiquillería que se hace mayor cuando le prende fuego a un contenedor como en otras partes debía prenderle fuego al cigarrillo... Y como telón de fondo, el párroco con sus misas y su discurso de defensa de esa clase de patria que se contrapone a la otra patria en forma de estado que oprime a Euskal Herria, San Ignacio de Loyola que es solo Ignacio conversador con las madres que le piden protección...

Esta novela no podía despacharse en doscientas páginas, porque caería en el maniqueísmo facilón o en la resolución irreflexiva de un conflicto de profunda raigambre social. Por eso tiene más de seiscientas, aunque se lea del tirón, no solo por su abundante diálogo y su magistral mezcla de la primera y la tercera persona en el fluir de su discurso, sino porque sus capítulos nunca tienen más de cuatro o cinco páginas. Y eso despierta en el lector la imperiosa necesidad de avanzar, no tanto en el conocimiento de la intriga argumental como de los personajes que acaban siendo como de la familia, la nuestra, no solo los de corte noble como el Txato asesinado por la banda después de enredarse con el impuesto revolucionario que le exigen a su levantada a pulso empresa de camiones, sino los de personalidades más antagonistas como la del propio terrorista Joxe Mari, que arrastra en su loca carrera por conseguir una personalidad -justamente para perderla- no solo a su avergonzado padre, a su radicalizada madre -a la que nunca interesó la política pero un hijo es un hijo- o a sus dispares hermanos, sino a su propia juventud, que avanza de las ekintzas callejeras a los pisos con compañeros y de allí a los campos de entrenamiento y a Francia y a los objetivos y al tiro en la nuca como quien aspira al cinturón negro, que se le perfila en todo caso en los lentos años de la cárcel de El Puerto de Santa María a donde viaja su madre durante media vida de rencor encendido... el mismo que se le va apagando a él por ese cordón umbilical que lo ata al perspectivismo al que está condenado a llegar incluso quien piensa poco...

Las familias que fueron uña y mugre terminan convertidas en puntos cardinales y latentes del horror silenciado de todo un pueblo. Y entre tanto se desarrollan las vidas de los otros personajes, que no pueden desprenderse del sambenito que la patria íntima, estrecha, asfixiante, ineluctable les ha colgado en el círculo del terrorista o en el de la víctima, se conformen o no. Porque unos, como Nerea, huye de su papel de hija de asesinado hasta el punto de huir de sí misma sin encontrarse. Y otros, como Arantxa, se encuentran a sí mismos y hacen encontrarse a los demás pese a tocarle el papel de hermana de terrorista y enemiga teórica de todos, hasta de su propia salud.

El tiempo en la novela fluctúa entre la última década del pasado siglo y las primeras del presente, hasta ese momento crucial de nuestra historia en que ETA deja de matar y el Gobierno de Zapatero decide que también los homosexuales tienen derecho a contraer matrimonio, porque también de estos dramas humanos nos habla la novela... Al y al cabo, el reto de la gran literatura es siempre hacernos calzar los zapatos de a quienes consideramos en las antípodas, entender la íntima patria del enemigo, aunque eso no signifique que lo justifiquemos.

Salto a la pantalla

No es extraño que la novela haya vendido ya alrededor de 800.000 ejemplares, lo que hace pensar a la editorial Tusquets que la deben de haber leído casi dos millones de personas. Ni es extraño que HBO se estrene en España con esta novela convertida en guion, del que lleva más de un año trabajando para elaborar una miniserie de televisión que promete ser la serie del año. Ocho intensos capítulos de una hora cada uno.

La serie estará protagonizada por Ane Gabarain y Elena Irureta en sus respectivos papeles de Miren y Bittori. Y ambas familias tienen ya a todos sus miembros: del Txato hará José Ramón Soroiz. Sus hijos Xabier y Nerea serán interpretados por Iñigo Aranbarri y Susana Abaitua. El rodaje se está terminando estos días en localizaciones de Soraluze, Elgoibar y San Sebastián, además de algunas jornadas en Madrid.

Aitor Gabilondo (El Príncipe, Vivir sin permiso...) ha dedicado un año a la transformación de la historia de papel en material televisivo. Seguramente seguirá siendo mejor la novela, pero un best seller aspira solo a unos cuantos millones de lectores y la tele promete llegar mucho más allá, lo cual es imprescindible en esta otra posmodernidad que nos ofrece el terrorismo en un país como el nuestro, recurrentemente llamado a dar el salto a la mayoría de edad.