Pintar a Federico, de principio a fin

Lumen publica a lo grande un exquisito trabajo de la ilustradora murciana Ilu Ros sobre la vida y obra del poeta granadino en el que se mezcla la magia de sus pinturas con retazos de todos los recuerdos publicados para presentarnos a Lorca de nuevo

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
13 jun 2021 / 09:56 h - Actualizado: 13 jun 2021 / 09:58 h.
"Pintura"
  • Pintar a Federico, de principio a fin

A Federico García Lorca le bullía tanto arte en el pecho, desde que nació, que parecía predestinado a pasar a la Historia por cualquier disciplina antes que por la escritura. Una de ellas podía haber sido el dibujo o la pintura, y es fácil imaginarlo ahora –sufrirlo, hacerse cómplice de él y de la gente que lo quiso- disfrutando el soberbio libro que Lumen (Penguin Random House) le acaba de publicar a la ilustradora murciana, de Mula, Ilu Ros (1985), la también autora de Cosas nuestras, seleccionado para representar la sección española de la Bienal de Ilustración de Bratislava 2021 y alabado unánimemente por la crítica. Su pintura –acrílico, acuarela, grafito y tinta- ha compuesto una biografía insólita del poeta español más universal.

Pintar a Federico, de principio a fin

El libro no se lee, se bebe, y no con los ojos, sino con el corazón en un puño desde esos primeros compases de cómic en el que aparecen las manos del poeta llenas de hormigas como en la secuencia aquella de Un perro andaluz, la película surrealista que Buñuel tituló de tal modo para hacerle daño a su compañero de la Residencia de Estudiantes en una época en la que Federico, tras el éxito de su Romancero gitano, se siente, sin embargo, más solo que nunca y se separa, no solo del pintor Dalí, sino también del cineasta aragonés “por el rechazo que le causaba su afición a los burdeles y a pegar palizas a homosexuales a la salida de los urinarios públicos”, según denuncia la autora literalmente. La mayoría de la literalidad de la obra, no obstante, no es a base de letra –mucha letra ajena, de documentación rigurosamente dispuesta-, sino de un dibujo personalísimo, una pintura hechizante y diversa –unas veces más viñeta, otras más de tebeo y otras más muralista- que nos secuestra la atención para que nuestra imaginación vuele a la casa de calle Trinidad, en Fuente Vaqueros, donde viene al mundo Federico el 5 de junio de 1898.

“Mientras trabajaba”, refiere Ilu Ros en su introducción, antes de pasar al libro en sí, concebido estructuralmente como una gran obra de teatro con sus actos y cuadros, “al nombrarle el título, Federico, algunas personas me miraron y me hicieron una pregunta insospechada: ‘¿Qué Federico?’ ¿Cómo que qué Federico? Federico solo hay uno”. Y de ahí el título, tan lacónico.

Y esta evidencia se hace más indiscutible desde la portada, y en ese preludio donde se remarcan los gestos en primerísimo plano del poeta a punto de ser fusilado, sus ojos tristes, su boca, su pajarita colgándole mientras dice, en la viñeta: “Mi madre me lo enseñó todo y ahora yo no me acuerdo de nada”, después de que alguien le advierta que “el cura ya se ha ido” y “no va a poder confesarse”, por si quiere que “recemos juntos”... La estampa de Lorca cayendo bajo su luna llena, aunque aquella noche no hubo luna, resuelve el arranque del libro para empezar por el principio.

Pintar a Federico, de principio a fin

Un bebé gordo

Así aparece descrito Federico del Sagrado Corazón de Jesús García Lorca al contar que fue bautizado con seis días por el “cura Pellizcos”, en unas primeras páginas inundadas de angelotes, claveles rojos y cirios, a las que suceden otras con el niño Federico trasteando por su casa, con su madre, Vicenta Lorca Romero, recién casada con el viudo Federico García Rodríguez. Se le dedican dos páginas a Dolores Cuesta La Colorina, la nodriza del hermano del poeta, no solo porque fue quien los crio, sino porque sus enseñanzas populares habían de inspirar tan luego la conferencia Canciones de cuna españolas del poeta ya en sus años de esplendor.

El libro continúa atrapando al lector, que sobre todo mira, con la diversidad de su estrategia discursiva a base de cómic, viñeta, primeros planos, pinturas espléndidas, diálogos, texto serio y texto manuscrito y, además, poemas significativos de Federico y muchos datos de su pueblo, su casa, sus familiares y sus profesores, entre los que destaca Martín Domínguez Berrueta, aquel maestro atípico que le enseñó la belleza de las tierras españolas imbuido como estaba de las consignas de la Institución Libre de Enseñanza, adonde acabó ingresando Federico después de haber publicado aquel primer libro titulado Impresiones y paisajes y de que Ilu Ros nos presente a los miembros de la tertulia El Rinconcillo, por donde pululaban como amigos de una misma pandilla Fernando de los Ríos, el catedrático que, al convertirse en ministro, haría posible tantas aventuras académicas (y teatrales) en la vida del poeta; el compositor Manuel de Falla, tan fiel a Federico no solo para organizar con él el primero Concurso de Cante Jondo, sino incluso después de su muerte; el periodista Melchor Fernández Almagro, con quien compartiría tantas cartas; el pintor y amigo desde su adolescencia Manuel Ángeles Ortiz; o el estudiante de medicina y amigo Manuel Fernández-Montesinos, que había de casarse luego con su hermana Concha y que fue asesinado tan solo diez días después de convertirse en alcalde de Granada, poco antes de que los fascistas de allí fueran también a por el poeta “maricón”.

Pintar a Federico, de principio a fin

La Resi

El libro le dedica asimismo unas cuantas páginas y sus correspondientes ilustraciones, tan inteligentes como didácticas, a los compañeros de la Residencia de Estudiantes de un Federico que aterriza allí por no haber titulado en la Universidad de Granada y que en seguida se convierte en un referente alegre –magnético- para Pepín Bello, Eduardo Ugarte –con quien habría de dirigir La Barraca-, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Rafael Alberti, Jorge Guillén y el grupo de mujeres igualmente artistas para quienes ha tenido que pasar casi un siglo antes de ser rescatadas como Las Sinsombrero: María Teresa León, Maruja Mallo, Margarita Manso... mujeres con las que Lorca tiene muy pronto tanta sintonía como con actrices de primer orden como Margarita Xirgu, con quien lleva a Barcelona –una ciudad siempre tan distinta a Granada, por ejemplo- su Mariana Pineda, uno de los primeros éxitos de Federico en esos años todavía temblorosos en los que, como representan tan acertadamente las ilustraciones de Ros, ni él mismo sabía aún si iba a ser poeta definitivamente, o pianista, o dibujante, o conferenciante, o dramaturgo... O todo a la vez porque las horas de la vida no le daban ya para tanto entusiasmo, incluido el provocado por las amistades tóxicas y los amores contrariados, como se encargan de demostrar las páginas dedicadas a retratar a Dalí y luego al escultor Emilio Aladrén... cuyo romance hecho trizas le cuenta al diplomático chileno y amigo Carlos Morla Lynch, en un tránsito del libro muy conseguido por sus dibujos rotundos y la documentación precisa a base de cartas –también a su familia- desde Nueva York, la gran urbe que supone en la obra el ecuador de una biografía hecha con todos los recursos lingüísticos y paralingüísticos posibles para que cada lector no tenga ya más remedio que terminarla de interiorizar, porque el crack del 29, sus nuevas amistades y su felicidad inaudita en Cuba, en el viaje de regreso, presentan ya unos colores calientes que empiezan a precipitar un final para el que tanto queda, porque la vida de Lorca es muchísima más ancha que larga...

Pintar a Federico, de principio a fin

El teatro y la muerte

Tras volver del Nuevo Mundo, Federico es ya tan otro, que se atreve a terminar una obra de teatro que no iba a representarse: El Público, ilustrada de manera tan surrealista como valiente por Ilu Ros, consciente de que se trata de “la obra más compleja y comprometida” de su teatro imposible. El que sí fue posible fue el sueño de La Barraca, aquella compañía para representar los clásicos por los pueblos de España que ilumina la época más fructífera de Lorca y que en el libro aparece con profusión pictórica para ligarse, a continuación, con la producción de sus éxitos más sonados dentro y fuera de España: Bodas de sangre, primero, y Yerma, después.

Tanta tragedia vaticina, en la vida del autor y también en los dibujos de esta biografía que nos enreda en sus trazos tan dramáticos, la propia muerte del poeta, como una continuidad de las muertes en vida de protagonistas como la de Doña Rosita la soltera... En efecto, el acto tercero de esta biografía dramatizada –que tan bien se sirve de los flashback y de las entrevistas publicadas a posteriori a gente tan clave como Angelina Cordobilla, la criada de su hermana Concha que lo visita por última vez antes de que lo saquen para fusilarlo- se torna de un negro que profetiza el luto por un poeta destinado a la fatalidad desde su propia obra plagada de gitanos apaleados y asesinados, de toreros cogidos a las cinco de la tarde, de mariquitas peinándose en la soledad de sus azoteas.

Ese mismo negro final, acompañado de un color salmón que se identifica con el testimonio más doloroso, va cerrando el libro en un minimalismo que ya ha convencido al lector de que se ha contado todo lo contable, de principio a fin, y de que lo más profundo del relato coincide con las profundidades de cada corazón; de que “tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, / un andaluz tan claro, tan rico de aventura”; y de que también la ilustración es un método para hacer de una biografía mil veces contada “un fino y riguroso trabajo documental, una joya”, como asegura Elvira Lindo en la contraportada. Y lleva razón.