Menú
El reportaje literario

Preciosa, la gitana de Cervantes que Lorca redimió

De la primera y más extensa de las Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes tomó Federico el personaje para que protagonizara uno de sus romances gitanos, pero sin dejar de ser gitana

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
01 oct 2023 / 04:45 h - Actualizado: 01 oct 2023 / 04:45 h.
"El reportaje literario"
  • Gitanilla con pandereta
    Gitanilla con pandereta

Como esas damas platónicas de la poesía de amor, llamadas Laura, o esas ninfas llamadas Dafne que huían despavoridas del dios Apolo y que han recorrido la historia de nuestra literatura, de Ovidio a Garcilaso, hay una muchacha gitana, nacida de la imaginación tan realista de Miguel de Cervantes, que se catapultó desde el siglo XVII al XX de la mano del mismísimo Federico García Lorca, el poeta de la Generación del 27 que creó una auténtica epopeya del pueblo andaluz titulada Romancero gitano.

La chica gitana a la que nos referimos se llama Preciosa y es la protagonista de la primera y más extensa de las Novelas Ejemplares que el autor de El Quijote publicó allá por 1613, La Gitanilla... Emociona comprobar que no solo determinados personajes masculinos, como el Don Juan de Tirso de Molina o de José Zorrilla, son capaces de atravesar, evolucionando, las turbulentas aguas de nuestra literatura hispana. Esta Preciosa cervantina hubo de transmutarse en Preciosa lorquiana más de tres siglos después, pues el poemario de Federico es de 1928... Pero lo más interesante de su evolución es que, mientras en la novela de Cervantes se trata de una gitana que en realidad no lo es, en el poema de Lorca es una gitana de veras que lucha por seguir siéndolo y salvaguardar su dignidad. Preciosa evoluciona desde su condición de gitana de mentira, por confusión, a auténtica gitana de verdad. Y ahí radica su grandeza, como la de otros rotundos personajes lorquianos que pasaron de sus textos a la cosmovisión universal.

Hoy puede zaherir nuestros sentimientos antirracistas el arranque de la famosa novela cervantina: “Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana de hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte”. Sí, con la debida distancia histórica, el lector de hoy se ve obligado a releer el comienzo de esta historia de una quinceañera que precisamente baila y recita romances... Y a la que no tarda algún poeta a describir en redondillas: “Gitanica, que de hermosa / te pueden dar barabienes: / por lo que de piedra tienes / te llama el mundo Preciosa”. La propia protagonista volverá a referirse a las gitanas con paradójico y cuestionable piropo: “Los ingenios de las gitanas van por otro norte que los de las demás gentes: siempre se adelantan a sus años, no hay gitano necio, ni gitana lerda; que como el sustentar su vida consiste en ser agudos, astutos y embusteros, se despabilan el ingenio a cada paso, y no dejan que críe moho en ninguna manera”. El caso es que la gitanilla termina siendo pretendida por un muchacho noble. Y ella le impone la condición de que cambie de nombre, de usos y costumbres y hasta de vida para llevar la nómada y marginal que practican los gitanos durante dos años. De modo que el señor don Juan de Cárcamo se transforma en el gitano Andrés Caballero para vivir junto a su amor mil y una aventuras, hasta que en cierto lance en el que acusan de ladrón al supuesto gitano, se termina descubriendo que ni siquiera Preciosa es gitana, sino que es la hija de los Corregidores, que debe llamarse doña Constanza de Azevedo y de Meneses, y que fue la abuela gitana quien robó la bebé tres lustros atrás... O sea, que ni el gitano disfrazado era gitano, evidentemente, ni la gitana por la que se disfrazó era gitana tampoco, con lo que ambos resultan nobles y por eso el final feliz.

La novela cervantina está plagada de versos, y en ellos –de arte menor o mayor- se describe a la supuesta gitana que vive como tal: “Cuando Preciosa el panderete toca / y hiere el dulce son los aires vanos, / perlas son que derrama con las manos; / flores son que despide de la boca. / Suspensa el alma, y la cordura loca, / queda a los dulces actos sobrehumanos, / que, de limpios, de honestos y de sanos, / su fama al cielo levantando toca”.

Hasta el mismísimo Rubén Darío se acordaría de la gitanilla cervantina en uno de sus libros más exquisitos del Modernismo, Prosas profanas, concretamente en un soneto titulado “La Gitanilla” y que comienza así: “Maravillosamente danzaba. Los diamantes / negros de sus pupilas vertían su destello; / era bello su rostro, era un rostro tan bello / como el de las gitanas de don Miguel de Cervantes”... Más de tres siglos después del Manco de Lepanto, llegará Lorca para decir en el arranque del segundo poema de su Romancero gitano, titulado “Preciosa y el aire”: “Su luna de pergamino / Preciosa tocando viene / por un anfibio sendero / de cristales y laureles”. Preciosa ha vuelto al siglo XX, y sin necesidad de dejar de ser gitana para ser noble. Preciosa toca la pandereta como una luna blanca de piel tersa que representa su mismísima juventud...

Preciosa, perseguida por el viento

Al contrario que Soledad Montoya, la otra gran protagonista del romancero lorquiano, que venía por la falda del monte abajo antes de que amaneciera, la niña Preciosa sube desde la playa hasta la montaña. La metáfora es rotunda, porque el “anfibio sendero” –del agua a la tierra- es el camino de la propia vida, o más aún: el camino que lleva de la niñez a la adultez. De ese contraste entre el mar y la sierra tratan los siguientes versos del planteamiento lorquiano: “El silencio sin estrellas, / huyendo del sonsonete, / cae donde el mar bate y canta / su noche llena de peces. / En los picos de la sierra / los carabineros duermen / guardando las blancas torres / donde viven los ingleses”. Allá lo alto se encamina la gitanilla de Lorca, dejando atrás su familia de cíngaros a la orilla del mar, su ámbito, su propia infancia de “gitanos del agua” que “levantan por distraerse, / glorietas de caracolas / y ramas de pino verde”.

Hasta ahí el planteamiento de una muchacha gitana de más tres siglos, una vieja conocida porque nos la presentó Cervantes en aquel recorrido con sus gitanos de adopción hasta que encontró el amor de su vida con un gitano que se había hecho pasar por tal solo por superar la prueba de amor impuesta por ella, que tampoco era gitana en realidad. En Lorca, donde la gitana no lo es de mentira, sino auténticamente, ya no hay historia de amor, sino de persecución, y quien la persigue no es un noble, ni un gitano, sino directamente el viento, “el viento-hombrón”, que desde la mitología griega ha encarnado poderes de masculinidad y fecundación. El viento perseguidor de Preciosa es ahora un gigante, un ogro que la niña intenta despistar. Para los griegos, su dios Bóreas era un anciano alado con barba y cabellos desgreñados, de muy carácter, que llevaba una caracola y traía el frío y la nieve. Existía incluso la creencia de que aquel dios viento adoptaba la figura de un semental y de que se había encaprichado de la princesa ateniense Oritia, a la que había suplicado sus favores y, al no poder persuadirla por las buenas, la había raptado y violado... Del propio viento español Levante existe la superstición de que es capaz de dejar embarazadas a las mujeres. Es una especie de lujurioso dios Pan dedicado a perseguir a las ninfas. Todo eso lo conoce Federico cuando piensa en la Preciosa de Cervantes y avanza en su propio romance: “Al verla se ha levantado / el viento que nunca duerme. / San Cristobalón desnudo, / lleno de lenguas celestes / m ira la niña tocando / una dulce gaita ausente”. Tampoco la alusión a San Cristobalón es gratuita, puesto ya que Cervantes había escrito en el conjuro de su gitanilla: “Solicita / la bonita / confiancita; / no te inclines / a pensamientos ruines; / verás cosas / que toquen en milagrosas, / Dios delante / y San Cristóbal gigante”.

Preciosa, la gitana de Cervantes que Lorca redimió
Gitanilla con pandereta

El nudo de la historia lorquiana lo inicia el propio viento: “Niña, deja que levante / tu vestido para verte. / Abre en mis dedos antiguos / la rosa azul de tu vientre”. La indecente proposición asusta, evidentemente, a la niña, que “tira el pandero / y corre sin detenerse” mientras “el viento-hombrón la persigue / con una espada caliente”. La metáfora fálica no deja duda en el poema, ni en las intenciones del sátiro perseguidor. Toda la naturaleza se pone de parte de Preciosa, avisándola: el mar, los olivos, las sombras y la nieve... “Frunce su rumor el mar. / Los olivos palidecen. / Cantan las flautas de umbría / y el liso gong de la nieve”. Y en la mágica versatilidad del romance lorquiano irrumpe una voz de alerta: “¡Preciosa, corre, Preciosa, / que te coge el viento verde! / ¡Preciosa, corre, Preciosa! / ¡Míralo por donde viene! / Sátiro de estrellas bajas / con sus lenguas relucientes”.

En el desenlace del episodio interviene el orden que supone, en la montaña, “el cónsul de los ingleses”, un mundo tan en el otro extremo del de los gitanos, como el de los carabineros, que aún no se habían integrado en el cuerpo de la Guardia Civil. “Asustados por los gritos / tres carabineros vienen, / sus negras capas ceñidas / y los gorros en las sienes”. En la casa del inglés, este le da a la gitana “un vaso de tibia leche, / y una copa de ginebra / que Preciosa no se bebe”. Después de la aventura y de tanta adrenalina acumulada, la gitanilla no está para copas ni para que el alcohol le nuble el entendimiento. La chica solo necesita desahogarse. “Y mientras cuenta, llorando, / su aventura a aquella gente, / en las tejas de pizarra / el viento, furioso, muerde”. Preciosa está a salvo. Ha dejado de ser niña para empezar a ser una mujercita. Pero no ha dejado de ser gitana. Porque los artificios clasistas de la literatura moderna resultan inútiles en la contemporaneidad.


Revista Escaparate Empleo en Sevilla Más seguros Edictos