El reportaje literario

Rafael Guillén: el último poeta andaluz que murió para ser niño

Hace solo diez días nos dejó su palabra para siempre este nonagenario granadino, ciudadano del mundo que esculpió versos toda su vida para resucitar, desde la capital del crimen lorquiano, una nueva generación de poetas dispuestos a crear de nuevo

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
14 may 2023 / 04:41 h - Actualizado: 14 may 2023 / 04:41 h.
"El reportaje literario"
  • Rafael Guillén: el último poeta andaluz que murió para ser niño

El poeta andaluz Rafael Guillén, que nos dejó el pasado 4 de mayo -a los 90 años y una semana-, había nacido en Granada en la primavera de 1933, pero quizá ningún escritor andaluz del último siglo haya encerrado tan prístina la paradoja de ser local y cosmopolita al mismo tiempo, pues, desde el cuartel general de la misma ciudad en la que asesinaron a Federico y en la que Guillén aglutinó tantas voces de su generación para demostrar que podía seguir habiendo poesía, incluso distinta, fue y vino a absolutamente todos los rincones del mundo.

Siempre con Granada en la boca, en su verso, primero tan clásico, luego tan innovador. “Si existiera el tiempo, sería circular y, poco a poco, los viejos vamos volviendo a la infancia. Yo ya voy por la adolescencia, me queda muy poco para ser niño. Estoy deseando que me den la teta”, dejó dicho Rafael cuando ya era un poeta consolidado que había ganado el Premio Nacional de Literatura (en 1994) y otros muchos galardones que jalonan su inmensa carrera de intelectual especializado justamente en el tiempo (“Todo lo bello es triste mientras exista el tiempo”), como se ha encargado de plasmar en un oportuno ensayo la escritora Pepa Merlo pocos meses antes de que Rafael se marchara al otro mundo. Se trata de la última entrega de los Clásicos Singulares que viene publicando la Consejería de Turismo, Cultura y Deporte de la Junta y que Merlo tituló Del conocimiento al asombro, como un guiño, desde la portada, a ese camino inverso de Guillén por el que, niño prematuramente huérfano, consigue ir armándose de conocimiento para llegar al cenit del asombro, a esa capacidad de tocar las cosas por primera vez con palabras inéditas que solamente conservan los niños. “Voy poniendo palabras sobre cada / cosa. Las acomodo / de la mejor manera, algunas en difícil / equilibrio. Y percibo / una respuesta bajo la hirsuta piel de la materia, cómo / late cuando la nombro, / cómo enarca su lomo y runrunea / satisfecha. / Y pongo la palabra / ventana aquí y se cuadricula / la tibieza del sol; y la palabra / llover y el agua se separa en gotas / sobre mi cara; y la palabra / enigma y se retrae / bajo su concha el firmamento”. Sobre todas las palabras, y sobre todos los temas, en cualquier caso, el juanramoniano Guillén, como todos los poetas que vinieron después de del Moguer, se pregunta finalmente: “¿Y la palabra amor? ¿En dónde pongo / esta palabra, que tan dulcemente / me vivifica y anodada?”. La respuesta tal vez se construya a lo largo de su obra, siempre entremezcladora del erotismo y la elegía con una pulsión innovadora que hace de sus versos lugares a los que uno va a querer volver de vez en cuando.

El poeta de lo eterno

En ciertos círculos de Granada ha podido quedar estos días el regusto un tanto amargo de que, a pesar de tantos reconocimientos, el poeta Rafael Guillén no haya sido suficientemente reconocido. Pero los poetas son sobre todo sus palabras, y estas siguen aquí, con la rotundidad impresa de sus libros y la posibilidad siempre ilusionante de que salten de las páginas a los ojos de los lectores que quedan por llegar. “Se vive solamente / una vez. Esta vida, la de ahora, /es la de aquella vez. No hay otra”, escribirá Guillén como testamento de su propia poética. “Recordar es la torpe / manera de reconocer / un fracaso. Eran falsos los momentos / aquellos si no son / estos momentos. Aquel baile, / si existió, es el que ahora / cimbrea tu cintura en las estancias / vacías; igual que el saxo aquel / que sigo oyendo, tan lejano, ahora / que ya no oigo el saxo aquel. / Así es de corta / la eternidad”.

Esa preocupación constante y machadiana por la gestión del tiempo, por ese “hoy es siempre todavía”, es la que lleva a Guillén, permanentemente y sea cual sea el signo de su poemario a lo largo de más de medio siglo, a constatar que el tiempo no existe, que es un invento, “un hilo que hemos tendido para poder ir colgando, como la ropa a secar, todos nuestros sucesos. Lo que existe es la historia”. Y por eso escribirá: “Hay instantes que giran / sobre su gozne y entreabren / la posibilidad de que atisbemos / algo del tiempo simultáneo / que fluye en otra realidad. / Son como huecos que en el alma deja / esa mano que no llegó a tocarnos, / esa palabra clave / que no llegó a decirse nunca, / esos besos que no se dieron nunca, / esa otra vida nuestra / que está ahí sin nosotros, / que corre sin nosotros, como un río / que no llega hasta el mar, que es el morir, / porque subsiste sin haber nacido”.

Rafael Guillén: el último poeta andaluz que murió para ser niño

Un niño de la guerra

Rafael Guillén pertenece, en principio, a esa Generación del 50 de tantos poetas como nacieron inconscientes de la guerra que los acechaba. Como Ángel González, Francisco Brines o José Manuel Caballero Bonald, entre tantos otros que, al despertar a la razón, se encontraron con el oscurantismo de un país que no conseguía sacudirse la pena y la miseria de no hallar un resquicio para la lírica. En Granada, encima, con un motivo mayúsculo. Rafael se quedó sin padre a los dos años. Jorge Guillén –como el poeta del 27-, había nacido en Teruel pero se había educado en Valladolid, con los Escolapios, y de allí había llegado a Granada porque la empresa del comercio colonial en la que trabajaba quiso abrir una sucursal en la ciudad de la Alhambra. Pero murió un 20 de noviembre de 1935, dejando viuda y con dos hijos a Dolores García, la hija de la dueña de la pensión a la que había arribado desde Valladolid. Muchos años después, en 1960, Rafael le escribiría a su mamá una sentida elegía en perfectos alejandrinos, recordándola desde aquel principio en que no estaba ni él mismo: “Las palomas ponían su arrullo por el suelo / para que tú pisaras sin mancharte las plantas. / Dócil mujer humilde, tan terca en la alegría, / tan casi niña siempre, tan valiente, tan entera”. Y más adelante: “Aún vive, revestido de tu amoroso tacto, / tu cesto de costura, por donde el sol nacía. / Dulce mujer, vencida por el amor y el luto, / tan pequeña en la gloria, tan grande en el trabajo (...). Tu muerte, como un trueno, retumba en la llanura / por donde tú pasabas cogiendo trigo verde. / Con un golpe de pala te enterraron los ojos / y una palabra, madre, ya no tiene sentido”.

Poeta tan de gestos, el niño Rafael consigue una beca para estudiar en el Seminario Menor diocesano de San Cecilio que llevaban los jesuitas en 1943... Poco después conocería a los grandes existencialistas europeos, desde Jean Paul Sartre hasta André Gide, y aquella época también quedaría plasmada, cómo no, en su conciencia postrera de haber sido adolescente... “Aprendí a comprender que no comprendo, / a escribir muchas cosas para nadie, / a preguntar sin esperar respuesta, / a llorar, a estar solo, / a olvidar que un día tuve quince años”.

En banquero casado

El joven Rafael Guillén conoció a Áurea Marcos, Nina, en el tranvía a Fuentevaqueros. Le preguntó si podía sentarse a su lado y ella le contestó, lacónica: “Puedes sentarte donde quieras. El tranvía es público”, sin sospechar que en menos de una década iban a estar casados y que iban a ser padres de cuatro hijos: Área, Esperanza, Marina y Jorge. Nina, que había llegado provisionalmente desde Salamanca, ha sido la compañera de Rafael toda la vida. “¿A dónde irá este amor cuando la muerte / socave en nuestros cuerpos su cimiento? / ¿Qué otro yo ha de servirle de sustento / cuando su yo más íntimo deserte?”, se preguntaba al inicio de un soneto Rafael entonces, mucho años antes de esta muerte de ahora pero más o menos cuando aprobó la oposición de auxiliar interino en el Banco Hispano Americano para ir subiendo a jefe de negociado, a inspector regional, a la secretaría de la Dirección Regional de Andalucía Oriental. Rafael Guillén renunció a un alto cargo en Madrid para poder seguir escribiendo, y tres años antes de que le tocara jubilarse, pidió una excedencia después de toda una vida laboral vinculada al banco que le había dejado tiempo libre para los versos y para ir cincelando, desde tan joven, la nueva poesía que se abría hueco en el sur de España en plena posguerra. Banquero de día, poeta de trasnoche, Rafael publicó su primer poemario, Antes de la esperanza –cuyo título le sugirió Blas de Otero-, en 1956, tres años antes de casarse con Nina y tras regresar del servicio militar al que había ido dando esquinazo, en la época de las tertulias bodegueras y de su labor como cicerone para tantos escritores por una ciudad que él conocía tan bien y cuyas inspiraciones iban a dar igualmente de sí. “Espérame en el vino, amigo mío. / Levantaremos muros con cubas y toneles. / Beberemos de un trago muchas horas ganadas / y una mano piadosa nos tocará en la frente. / Saldremos a la calle como quien entra en casa. / Mi brazo por tu cuello, como un húmedo liquen, / sorberá testimonios de amistad pegajosa. / Seremos como barcos, dulce borracho amigo; / majestuosos barcos por las calles vacías”.

Jóvenes como sus amigos José García Ladrón de Guevara, Elena Martín Vivaldi, Julio Alfredo Egea, José Carlos Gallardo, Miguel Ruiz del Castillo, Eduardo Roca Roca, Pepe López Fernández, Mary Cervera o Antonio Llamas Orihuela, entre otros, se tomaron al pie de la letra aquella sentencia de Ángel Ganivet (“la poesía nueva deber hacerse al aire libre”) y montaron la tertulia Versos al Aire Libre para hablar no solo de poesía o novela, sino también de pintura, de música y de arte en general. Por aquella tertulia en el carmen de las Tres Estrellas pasarían infinidad de escritores, periodistas, pintores y escultores en un ambiente deseoso de vivir en normalidad. Y así lo parecía si no fuera por el policía que les infiltraba el Gobierno Civil. Aquel policía, Guerrero Milla, que no se perdió, aunque fuera obligado, ninguna de aquellas tertulias, terminaría ganando el certamen poético convocado por el Liceo.

Rafael Guillén: el último poeta andaluz que murió para ser niño

Para entonces, Rafael Guillén había vuelto de la mili, cerca de Bilbao. La primera tarde que le dieron un permiso se fue a la ciudad dispuesto a conocer a Blas de Otero, y luego hizo lo propio con Gabriel Celaya... “Año cincuenta y cinco. Blas pedía / la paz y la palabra. / Yo, mochila / de recluta, decían, paseaba / mis veinte años, todo / por la patria, mis armas / de poeta, banderas, versos en ristre, / mis botas, mis primeros / poemas, y el porqué, y el chiquiteo, / Algorta, paseaba / mi juventud, las Cortes, las mujeres, por la humedad del bocho, / y las largas tardes de amistad, el cuarto / de Blas era pequeño, / Alameda Recalde, ¿lo recuerdas? (...) / Tenía / Blas, tiene la palabra parca, / suave, habla rozando / los sentidos. Los ojos / como de vuelta del cansancio. Tensa / la barbilla y el pelo / como quien ve el misterio, así, de pronto”.

A finales aquella década de los 50, funda con Ladrón de Guevara la colección Veleta al Sur, en la que no solo va a publicarse la antología Sierra Nevada, sino algunos de sus primeros títulos, como Río de Dios, Pronuncio amor, Elegía, Cancionero-guía para andar por el aire de Granada o Canto a la esposa. Para entonces, bien entrada de los 60, comienzan los viajes, los congresos y los premios. De México a Nueva York y de París a la India y de Chile a Argentina. Habrá pocos países donde Rafael no haya puesto sus pies. Conforme pasan los años, Rafael es un viajero insaciable. En octubre de 1974, la Orquesta y Coros de Radio Nacional de España estrena sus “Campanas para Federico”, con música de Juan Alfonso García. El poema se subtitula “Elegía en TAN menor” y empieza así: “Tanta Granada y tanta / palabra por decir. Tanto posible. / Están tus huesos tan a flor de tierra, / tan sin cubrir tu densa / claridad, que es bastante / mover un poco el aire. Y te incorporas. / Tan solo algunos muertos permanecen / porque en estado están de muerte clara”. Y termina así: “Y tú, por los barbechos, intangible, / flotante por la bruma mañanera, / aventando las risas y las balas / tan augusto, tan grácil, tan entero”.

De 1970 es Los vientos, un poemario publicado por Revista de Occidente que se hizo con el Premio Ciudad de Barcelona. En Litoral aparecerá ya en 1979 Moheda, y luego, ya en la década de los 80, Veinte poemas risueños, Vasto poema de la resistencia, Azoteas en cal, Mis amados odres viejos o Versos del amor cumplido. En 1994, gana el Premio Nacional de Literatura con Los estados transparentes. En 2003, ganará el Premio de la Crítica Andaluza con Las edades del frío.

Rafael Guillén: el último poeta andaluz que murió para ser niño

Rafael es ya un poeta que ha visto muchas cosas: “Ya hemos visto lo que el hombre hace con el hombre / y lo que deja de hacer con el hombre. / Ya hemos visto lo que el hombre hace con la vida / y lo que pudiera haber hecho con la vida. / Ya hemos visto lo que el hombre hace con la tierra / y lo que está dispuesto a hacer con la tierra. / Ya hemos visto todo lo que podemos ver / y también, acaso, lo que no podemos ver. / Regresemos al futuro”.

Consciente absolutamente de todo lo que la vida da de sí, Rafael Guillén reflexiona, liberado del tiempo: “Como el dedo que pasa / sobre la superficie polvorienta / del mueble abandonado y deja un surco / brillante que acentúa la tristeza / de lo que ya está al margen de la vida, / de lo que sigue vivo y ya no puede / participar de nuevo, ni aun con esa / pasiva y tan sencilla / manera de estar limpio allí, dispuesto / a servir para algo; como el dedo / que traza un vago signo, ajeno a todo / significado, solo / llevado por la inercia del impulso gratuito y que deja / constancia así en el polvo de un inútil / acto de voluntad, así, con esa / dejadez, inconsciencia casi, siento / que alguien me pasa por la vida, alguien / que, mientras piensa en otra cosa, traza / conmigo un surco, se entretiene / en dibujar un signo incomprensible / que el tiempo borrará calladamente, / que recuperará de nuevo el polvo / aun antes de que pueda interpretarse / su cifrado sentido, si es que tuvo / sentido, si es que tuvo / razón de ser tan pasajera huella”. Después de noventa años, que no es huella tan pasajera, Rafael Guillén ha sido hasta profeta de su propio tiempo, que también sigue siendo el nuestro, ya con su palabra interpretadora del porvenir: “Necesito algo horrible, una epidemia, / la mueca de la muerte, algo turbio / como un niño sufriendo, como el día / en que el amor nos deja / por vez primera, para echarlo en medio / de las maletas y los timbres”. La poesía, que nos interpela desde cualquier final para volver a ser niños por siempre jamás.