Recelos entre los gitanos por temor a perder el arte del flamenco

Una de las quejas más frecuentes es que se está dejando de reconocer que el cante jondo es un arte de este pueblo

Manuel Bohórquez @BohorquezCas /
16 feb 2018 / 10:37 h - Actualizado: 16 feb 2018 / 10:40 h.
"Flamenco","La Gazapera"
  • Los artistas y cantaores de flamenco Manolo Caracol y Lola Flores, ambos de etnia gitana. / El Correo
    Los artistas y cantaores de flamenco Manolo Caracol y Lola Flores, ambos de etnia gitana. / El Correo

Una de las quejas más frecuentes de los gitanos actuales, tanto de artistas como estudiosos del flamenco, es que se está dejando de reconocer que el cante jondo es un arte de este pueblo, una de sus principales aportaciones a la cultura andaluza. No estoy de acuerdo con esto, porque, además, no es cierto. Hace dos siglos que el flamenco se reconoce en el país y en el resto del mundo como un arte de los gitanos andaluces, de ahí que vinieran aquellos viajeros románticos a destacar el arte de El Planeta, El Fillo, María Borrico o La Perla, cuando ni si quiera se llamaba flamenco. En ocasiones ignorando a figuras importantes que no eran gitanas, como las boleras Manuela Perea La Nena, Petra Cámara o La Campanera, que son unas auténticas desconocidas en su propia tierra, cuando en el XIX eran unas revolucionarias del baile que conquistaron Europa.

Si nos referimos a Sevilla, Silverio no posee ni una peña flamenca con su nombre y, sin embargo, sí tienen un monumento, la Niña de los Peines, Pastora Imperio, Antonio Mairena y Manolo Caracol, todos de la etnia gitana. Con todo merecimiento, además, aunque no lo tengan tampoco Manuel Vallejo o don Antonio Chacón, que aunque este último era jerezano, se afincó en Sevilla con solo 18 años y desarrolló en la capital andaluza los años más importantes de su carrera, dejando una escuela de cante fundamental que sigue viva más de un siglo después.

El problema de todo esto es que los que escribían de flamenco en el XIX, que no eran muchos, se encargaron de destacar principalmente a los intérpretes gitanos e ignoraron a los que no lo eran. Recuerdo que un día le llamaron la atención a La Finito, la destacada saetera sevillana, por decir en una entrevista que en Triana había más artistas payos que gitanos, y no dijo ninguna tontería. Entre otras cosas, no es cierto que en La Cava Nueva –llamada de los Gitanos–, solo vivieran gitanos, ni que solo cantaran o bailaran los de esta etnia. Muchos ni siquiera eran trianeros, sino de Cádiz y los Puertos: El Planeta, de Cádiz; El Fillo y su hermano Curro Pabla, de San Fernando; Frasco el Colorao, de Puerto Real, aunque oriundo de Marchena; La Andonda, de Ronda; Tomás el Nitri, del Puerto de Santa María; y Frijones, de Jerez de la Frontera.

Si hablamos de Sevilla en general, los primeros cantaores profesionales, los que cantaban en los salones de baile, ninguno era gitano. Me refiero a Lorente, El Peinero, Silverio, Ramón Sartorio o Perea del Puerto, entre otros. Eran intérpretes del viejo cante andaluz y aprenderían los cantes de sus padres o abuelos, como los gitanos. Sin embargo, esto se ha venido ignorando hasta hace poco tiempo en que las nuevas investigaciones han metido las linternas en las cuevas del flamenco.

Tanto se manipuló esto en su momento, que aún hoy los artistas del flamenco, los no gitanos, están llenos de complejos con términos como compás, pellizco, duende o arte, casi siempre relacionados con los gitanos. Para Antonio Mairena, el gran cantaor de Mairena del Alcor, los gachés eran poco menos que unos intrusos, de ahí que acuñara lo de cante gitano-andaluz, o sea, una música creada por los gitanos andaluces, que, al parecer, nacían ya con más arte, más gracia y más talento que los extremeños o los murcianos.

Nadie les va a quitar el flamenco a los gitanos andaluces, entre otras razones porque jamás se les ha negado su contribución a la creación de este arte musical y dancístico, sino todo lo contrario. Más bien son ellos los que deberían aceptar que es un arte de todos los andaluces.