En La Unión (Murcia), por cuyo festival de Las Minas han pasado los más grandes portentos del flamenco del último medio siglo, no sabían qué hacer con una niña que prepara sus catequesis para tomar la Primera Comunión. Ni cuando su padre se empeñó en que la dejasen participar y allí pusieron la excusa de que ya participaba su madre, cantaora con solera, entre centenares de aspirantes más; ni cuando se templó por malagueñas y el jurado, con los ojos cerrados, creía estar escuchando a una vieja de cien años. Pero finalmente la dejaron emocionar a un público que aplaudía sin que la niña abriese la boca, como solo les ocurre a los más grandes. Y así acabó ganando por cantiñas, esa modalidad salinera del cante gaditano con que Reyes Carrasco, rebuscándose a Chano Lobato en lo más jondo, ha conseguido que en la Catedral del Cante le concedan el galardón a la mejor artista menor de 25 años. No es su primer premio, sino el cuarto, pero sí el que ha hecho que en solo un día la reclamen más medios de comunicación que a su madre en su carrera de toda la vida.
Reyes Díaz Ruiz, de Los Palacios y Villafranca –el mismo pueblo del futbolista Jesús Navas, el cantaor Miguel Ortega o el bailaor Amador Rojas, segundo premio en Las Minas de este año, entre otros frutos prodigiosos–, acaba de terminar 3º de Primaria en el colegio público Picasso. Solo las matemáticas se le dan regular. «He sacado notable solamente», dice tímida mientras su padre, Juan Díaz Carrasco, recuerda que también recibe clases de solfeo, piano e inglés. «Y algunos días se pasan con los deberes», tercia su madre, María José Ruiz Morales, consciente de que la niña no perdona la horita de cante, esté su padre a la guitarra o no. «Soy encargado de obras y trabajo muchas veces fuera», explica él, «pero le dejo una tabla con soleares, vidalitas, marianas, bulerías y de todo, para que practique a diario». A ella, que pasa a limpio en el ordenador las letras gitanas, no le pesan las historias que canta porque el compás que le sobra la hace flotar. Se le nota en los melismas de una voz prodigiosamente flamenca que saca no de su cuerpecito sino de una herencia obstinada.
Su madre ganó varios certámenes importantes hace más de una década, como el Antonio Mairena, cuyo galardón luce orgullosa en el salón. «En una semana ganó un millón y medio de pesetas», recuerda su marido, que no solo le cedió el segundo apellido para su nombre artístico, como ahora a la niña, sino toda su dedicación. «Yo soy mal guitarrista, pero en mi familia lebrijana están Curro Malena y La Macanita...». De modo que cuando Reyes Carrasco se arranca por bulerías, espoleada por los tercios que papi le arranca a la sonanta, y su hermana Rocío sale a bailar, con solo siete años y una pataíta profesional que llena el patio de su casa, uno empieza a comprender que esta niña no ha salido de la nada. En una salita cuelgan retratos de Reyes con Mayte Martín, José Mercé, María de la Colina, María Jiménez, Valderrama hijo o el Capullo de Jerez, que se confiesa «su seguidor incondicional». También está Juan y Medio, en cuyo programa de Canal Sur comenzó a participar el día que cumplió 3 añitos. «Cantaba por bulerías pero no se le entendía nada», recuerda su madre, mientras ella sonríe con esa suficiencia que solo pueden tener las niñas de 9 años con nostalgia.
Conscientes del peligro que tanta fama puede acarrearle desde tan pequeña, sus padres le mantienen los pies en el suelo. «Esto es solo el primer escalón de una escalera muy larga», le advierten.
Sin pendientes ni fular de lunares, Reyes Díaz es una niña aplicada, divertida y locuaz. «No calla ni debajo de agua», aseguran sus padres. «En el coche va hablando consigo misma». Cuando empieza a cantar se convierte en una persona mayor. Pone cara de gitana del Sacromonte, mueve los brazos como la Jurado y se siente el pellizco de su casta en cada palabra que ahora sí vocaliza bien, no como cuando cantaba antes de saber hablar. Entre tercio y tercio, mira a mamá, que le dicta letras en silencio. Ella las recuerda y las hace suyas, interpretándolas con una puesta en escena que conmueve.
Un viejo entendido le dijo una vez que no sabía si llegaría a ser cantaora, pero seguro que actriz. Cuando Reyes Carrasco termina de cantar y se convierte otra vez en Reyes Díaz, siempre pide helado. «Corre a la nevera», concede su madre. «El helado fresquito es bueno para destensar las cuerdas vocales, que se le contraen», explica el padre. Rocío, que ha rematado su baile con una postura muy flamenca, pregunta: «¿Yo también puedo, papá?». «Tú también, hija, que el helado también es bueno para después de bailar»