Rocas al viento, la novela que ilusiona al Ateneo de Sevilla el año de la pandemia

El libro del sevillano José Manuel Begines Hormigo, finalista de la LII edición del galardón sevillano, ha sido publicado por la misma institución, mientras que Algaida Editores se ha hecho cargo de la obra ganadora

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
20 dic 2020 / 21:16 h - Actualizado: 20 dic 2020 / 21:43 h.
"Cultura","Literatura"
  • Rocas al viento, la novela que ilusiona al Ateneo de Sevilla el año de la pandemia

La última novela de José Manuel Begines Hormigo (Los Palacios y Villafranca, 1979) ha tenido algo de especial, de muy especial, para que, sin estar entre los finalistas cuando se anunciaron oficialmente, estuviera sin embargo en esa lista definitiva de obras candidatas al LII Premio de Novela Ateneo de Sevilla que se llevó finalmente, en plena pandemia de este raro año, la gallega Blanca Riestra (La Coruña, 1970) con Últimas noches del edificio San Francisco. La novela del también profesor de Lengua y Literatura Begines Hormigo, Rocas al viento, ha debido de decirles algo en lo más íntimo al jurado y a la propia institución para haber decidido publicarla con el sello mismo de Ateneo de Sevilla mientras que la obra ganadora –e incluso el premio de Ateneo Joven, Horizonte aquí, de Alejandro Martín (Plasencia, 1987)- acaba de ser publicada por quien suele, Algaida Editores. Desde luego, en el libro del palaciego no solo hay una novela, sino, como mínimo, tres, y sobre todo dos: una es la novela de la infancia, que decía Umbral que se nos hace sola, aunque haya que escribirla; la otra es la novela necesaria para que exista una trama. En tercer lugar, está la metanovela sin la que un poeta como es José Manuel nunca podría escribir una historia. Porque los poetas no escriben historias; más bien paladean las que ya existen, o que al menos comenzaron a existir en sus mentes porque una manera particular de vivir se las había inoculado, como un caramelo en la boca que no termina de desgastarse.

Rocas al viento es también una historia triple en tres épocas distintas: los años de la cruel guerra incivil que no solo dividió al país, sino a pueblos perdidos de nuestra marisma sevillana como el que da sustento locativo a esta novela; el final del tardofranquismo en que los sufridores de los años del hambre empezaron a recordar nebulosamente toda aquella pesadilla desde la perspectiva engañosa de haber pisado la luna; y los comienzos del siglo XX, cuando quienes no habían vivido nada de aquel pretérito imperfecto se vieron obligados, como en el caso del protagonista narrador, a reordenar unos años que no le pertenecieron para darle consistencia a la propia existencia, que no es sino tiempo etéreo si no se le administran picas de sentido.

Precisamente la falta de sentido y la inquietante llamada telefónica a un padre de familia son los elementos que abren esta historia que termina ocupando casi un siglo y que al mismo tiempo es circular porque el inseguro narrador arroja una mirada de grandísimo angular sobre todo: lo que ocurrió de veras, lo que pudo ocurrir y lo que él imaginó que había ocurrido. En Rocas al viento, las tres cosas son igual de posibles, como ocurre siempre en la buena literatura, donde la argamasa de la vida real sirve para esculpir precisos personajes universales, como ese médico don Onofre cuya mala conciencia atraviesa la historia desde sus primeros años de estudiante hasta sus últimos momentos de octogenario; esa tía Marta, “más mala que los alacranes”; la pobre Manuela, al albur de los vivos que se dan por muertos y los muertos que siguen vivos; esa deliciosa pareja que son los padres del narrador, quienes sustentan –con personalidades tan complementarias, es decir, tan distintas- ese sabroso hilo del cuento de un bebé muerto a los ocho días sobre cuyo llanto se van agolpando las anécdotas centelleantes de la vida cotidiana convertida en mito; y, sobre todo, el propio narrador, cuya metamorfosis de personaje secundario en la pobre familia en la que aterriza cuando nadie lo espera a potente cronista de todo lo que los demás no quisieron o no supieron entender es la llama que no se apaga durante las 350 páginas de una novela que, sin embargo, nos agarra para ser leída del tirón.

El poeta Begines Hormigo (Las plazas, el amor y las estrellas, galardonado en 2015 con el premio nacional de poesía Amantes de Teruel) demuestra con esta tercera novela (tras Como fiera que te acecha, 2016; y Belén, 2018) que se ha convertido en una voz muy autorizada del panorama metanovelístico andaluz, de ese grupo de escritores capaces de manejar la potencia poética y los mecanismos de la metaficción con la seguridad con que un cirujano se enfrenta al inciso preciso en la piel del paciente. Aquí la metáfora es que la piel es el presente del propio autor, que nada por su propio pasado como pez en el agua. Incluso por las aguas que la vida no le dio a conocer, y hasta por esos pantanos –a veces océanos- que quienes sí pudieron frecuentarlos los consideraron secos.