Flamenco

Rocío Molina entre el riesgo y la diversión

Rocío Molina y François Chaignaud llevan al límite la improvisación en su último “Impulso” el pasado sábado dentro del marco del Itálica Festival Internacional de Danza

15 jul 2019 / 09:45 h - Actualizado: 15 jul 2019 / 09:52 h.
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A estas alturas, todos los aficionados al baile flamenco saben de la inquietud creativa de Rocío Molina quien, sin sacar su baile del lenguaje del flamenco, ha incorporado en sus espectáculos elementos propios de la danza contemporánea, como bailar en el suelo o en silencio. Ese afán de ir más allá de los límites establecidos la ha llevado a interactuar con artistas que no forman parte del universo del baile flamenco. Es justo lo que nos ha mostrado en esta nueva edición de Italica, Festival Internacional de Danza con los sus “Impulsos”.

Aunque se trata de eso que se ha dado en llamar “work in progress (trabajos en proceso) y por lo tanto no constituyen un espectáculo propiamente, dicho sino una suerte de exploración que da rienda suelta a la improvisación, estas tres propuestas de la bailaora malagueña han convocado a un público selecto y expectante. Y es que, poder ver a una figura del baile flamenco tan reconocida y poderosa como Rocío Molina en un espacio tan íntimo y hermoso como el Claustro de los Muertos del Monasterio de San Jerónimo del Campo, es todo un privilegio.

François Chaignaud

Este sábado, se cierra el ciclo de 'Impulsos' de Rocío Molina en #Itálica2019, de nuevo en el Monasterio de San Isidoro del Campo. El invitado a entrar en el laboratorio de la creadora en esta sesión será el francés François Chaignaud. Artista multidisciplinar e inclasificable, Chaignaud está siendo uno de los renovadores de la danza en Francia. En este vídeo, podéis ver parte de una de sus últimas obras, 'Romances inciertos. Un autre Orlando', en el que dialoga con el músico Nino Laisné, y que está basado en la música tradicional española de los siglos XVI y XVII. Chaignaud viaja en una auténtica metamorfosis a través del canto y la danza.

Posted by Itálica. Festival Internacional de Danza on Friday, July 12, 2019

Desde que el Festival de Itálica inaugurara este Claustro como un segundo espacio para las propuestas de pequeño formato, hemos tenido la ocasión de ver obras muy diversas. Muchas de ellas de compañías de reconocida calidad y prestigio. Pero no todas supieron integrar el espacio en sus montajes como hace Rocío con esta última performance junto a François Chaignaud, bailarín, coreógrafo, bailarín y cantante francés que hace los honores al concepto de la performance.

Y es que, como pudimos comprobar el pasado sábado, François huye de clasificaciones y categorías. Para ello apuesta por un lenguaje que aúna la danza contemporánea con la canción lírica tradicional y algunas técnicas teatrales e incluso circenses. Así, mientras delimita, gracias al maquillaje y al vestuario una imagen andrógina con la que explota un discurso gestual repleto de comicidad, asume riesgos que descolocan al espectador, como subirse con una bata de cola y unas botas de tacón alto a la baranda del piso de arriba, o hacer ejercicios de acrobacia en el brocal de un pozo que forma parte de un espacio que, como el del Monasterio, forma parte de nuestro patrimonio histórico y está reconocido como Bien de Interés Cultural. Aunque quizás lo más llamativo fue su singular “taconeo” flamenco con las puntas de sus zapatillas de ballet. No es un recurso original. Se lo vimos a Sol Picó hace ya algunos años. Pero el artista francés lo llevó a un límite casi imposible para un cuerpo humano. Él es así, le gusta divertir y divertirse asumiendo riesgos corporales extremos. Claro que para ello cuenta con un absoluto control corporal, fruto de un cuerpo fibroso y sumamente entrenado. Gracias a eso, y a una imaginación hiperactiva puede permitirse improvisar como lo hizo en esta última performance de Rocío Molina, quien más que dialogar con él, se plegó su torrente creativo, hasta incluso mostrarse vacilante y descolada en algunos momentos. Pero no por ello dejó de brindarnos momentos memorables, como su pieza de baile en el suelo con una bata de cola negra, su taconeo girando al compás del ritmo que marcaban las puntas de François, o su complicidad con el espléndido contrabajo de Pablo Martín Caminero.