San Esteban, aquel diácono tan incómodo

La Iglesia celebra hoy, 26 de diciembre, la festividad de uno de los primeros mártires, apedreado en presencia de Pablo antes de ser santo, después de haber reprochado a los judíos las mismas faltas que Cristo y de haberle pedido a Dios que los perdonara

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
26 dic 2022 / 15:07 h - Actualizado: 26 dic 2022 / 15:15 h.
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Quizá los años más apasionantes del Nuevo Testamento -más allá la vida pública del propio Cristo narrada en los Evangelios- sean los que se cuentan en el libro Hechos de los apóstoles, atribuido tradicionalmente al evangelista Lucas. Porque es la época de la fundación de la Iglesia primitiva sin conciencia aún de serlo, la larga temporada en que el cristianismo, como una secta aún, se fue expandiendo por las tierras más inmediatas del Imperio Romano desde Jerusalén... Y si hay un personaje verdaderamente interesante en sus primeras páginas es el santo cuya festividad se celebra hoy, al día siguiente de Navidad: San Esteban.

Cuenta el libro que los mismísimos apóstoles nombraron a siete diáconos (siempre el número siete) para distribuir comida y caridad entre los miembros más pobres de la comunidad, especialmente entre las viudas helénicas (de origen griego), que se habían quejado de que recibían menos que las hebraicas... El caso es que el diácono más importante de todos se llamaba Esteban, y nada se sabe de él salvo lo que cuenta el libro, que no es poco, pues precisamente le atribuye el discurso más largo de cuantos aparecen, por mucho que estudiosos bíblicos de todos los siglos le hayan ido enmendado la plana, pues no todo lo que explica el diácono Esteban en su largo parlamento sobre la historia del pueblo de Israel, desde la aparición de Dios a Abraham, coincide plenamente con lo que dicen los primeros libros bíblicos. En cualquier caso, Esteban enfadó tanto a los judíos del Sanedrín, que estos terminaron lapidándolo por blasfemia. Dice el libro Hechos de los apóstoles que un tal Saulo, a cuyo lado habían dejado los vestidos de Esteban, “aprobaba este asesinato”. El joven Saulo, de Tarso, acabaría convirtiéndose en San Pablo después de caerse del caballo camino de Damasco...

En rigor, quienes habían blasfemado contra él fueron aquellos judíos congregados en una sinagoga de libertos y que no pudieron rebatir los argumentos de Esteban. Ante la falta de potencia argumentativa, aquellos judíos empujaron al diácono hasta el Sanedrín –como a Jesús- asegurando que blasfemaba contra Dios y contra Moisés, y buscaron testigos falsos para que abundaran en las calumnias.

No deja de ser curioso, en todo caso, que Esteban hiciera exactamente lo mismo que el propio Jesús antes de ser crucificado. Una de las blasfemias que reprochaban al diácono era que había dicho, supuestamente, que Jesús destruiría el Templo de Jerusalén. También Jesús se había referido a aquella destrucción, y que en tres días lo reconstruiría, pues se refería a su propio cuerpo muerto y resucitado al tercer día. También Esteban llamó a los judíos “duros de cerviz”. Su discurso termina así: “Hombres de cabeza dura e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como fueron vuestros padres, así sois también vosotros”. Y fue capaz de añadir: “¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Mataron a los que predijeron la venida del Justo, del cual vosotros ahora sois los traidores y asesinos; vosotros, que habéis recibido la ley por ministerio de los ángeles, y no la habéis guardado”. No hicieron falta más palabras. Las disputas por las reliquias de San Esteban protagonizaron los primeros siglos de la cristiandad. En La Biblia solo se dice que “unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron gran duelo por él” y que “Saulo, en cambio, asolaba la Iglesia; entraba en las casas, sacaba a rastras a hombres y mujeres y los metía en la cárcel”. Faltaba mucho todavía para que aquel Saulo fundara estrictamente el Cristianismo.