Santa Clara a tope (II): los gritos de Alonso Gil

02 ene 2023 / 14:25 h - Actualizado: 02 ene 2023 / 14:28 h.
  • Antonio, el bombonero, recitando su “salmodia”; Ángeles, la peluquera en uno de sus cortes originales; Flory, la florista que sabe los secretos de una flor; Bella, la “bella” tendera de exquisiteces y emergencias; Ángeles, una clienta y sus útiles artísticos; José, el Niño Seise, que canta mientras transporta los encargos; Pepa, la camarera-cantante o la cantante-camarera en pleno recital y Obai, con su atuendo, peinado e instrumento de percusión tocando como los otros, para aquellos que quieran detenerse, mirar a su alrededor, reparar en ellos.
    Antonio, el bombonero, recitando su “salmodia”; Ángeles, la peluquera en uno de sus cortes originales; Flory, la florista que sabe los secretos de una flor; Bella, la “bella” tendera de exquisiteces y emergencias; Ángeles, una clienta y sus útiles artísticos; José, el Niño Seise, que canta mientras transporta los encargos; Pepa, la camarera-cantante o la cantante-camarera en pleno recital y Obai, con su atuendo, peinado e instrumento de percusión tocando como los otros, para aquellos que quieran detenerse, mirar a su alrededor, reparar en ellos.

El Espacio Santa Clara, como intenté apuntar en el anterior artículo dedicado a otra de las muestras celebradas en él, se ha ido convirtiendo con el tiempo –y sin que esto quiera decir que no lo hubiera sido desde el primer día- en uno de los Centros artísticos y culturales más relevantes de nuestra cuidad por la cantidad y calidad de los actos que se celebran en él, y por tanto, uno de los grandes referentes que desde el Ayuntamiento de Sevilla, impulsa la labor de los creadores, sean estos artistas plásticos, cinematográficos, literarios, escénicos, etc.

En lo que a nosotros nos concierne: las artes plásticas o visuales, serían muchísimas las actividades que se han celebrado incluyendo el entorno de la Torre de D. Fadrique y sus jardines aledaños, las diferentes dependencias del antiguo cenobio franciscano y sobre todo los dormitorios bajos y el Refectorio, lugar este último que es el que escogió el pintor y video-creador Alonso Gil para presentar el resultado de su último trabajo, desarrollado precisamente sobre el significado y sentido del “Trabajo”, que ha titulado “Gritos” y que ha podido hacer gracias al patrocinio y financiación del Banco de Proyectos del ICAS.

Alonso Gil es un artista suficientemente conocido y reconocido internacionalmente –sobre todo en Alemania y Estados Unidos y en otras ciudades españolas además de Sevilla- por la amplia trayectoria que va alcanzando ya, y sobre todo porque entiendo que se encuentra en uno de los momentos o etapa que pueden definirse como de su madurez y plenitud vital, una vez que ha ido adquiriendo la destreza de conocimientos de la base de su formación en la Facultad de Bellas Artes en esta ciudad de su elección donde se licencia, y que han continuado siguiendo su propio camino a través de su propia evolución.

Esta le ha hecho llegar al día de hoy, en donde se ha atrevido a dar ese paso al cine, al vídeo, a la video-creación, al documental, a traspasar los límites de un lienzo o una escultura, para recoger con cámaras y pantallas, una serie de capítulos que recogen la actividad profesional de cada uno de los protagonistas que ha elegido.

De ellos, puede decirse que manifiestan una reflexión filosófica en torno al medio de ganarse la vida, y el significado que tiene hoy el trabajo, considerando el precariato, las diferencias salariales, la elección circunstancial o cualquier tipo de imposición que les supone.

Esta decisión la toma Alonso Gil –conocido también como Loncho- ante las voces y los ecos que como le pasaba a Elías Canetti con Marrakesh, le llegaban a su entorno cercano: las calles aledañas de La Puerta de la Carne, uno de los puntos más variopintos de la ciudad, lugar de tránsito y tertulias ocasionales, de vecindario antiguo -o si es moderno, acoge la cultura de ese barrio- que tiene su personalidad específica. Una cultura integrada por residentes, transeúntes y todos los que durante parte del día, laboran en sus comercios, bares, peluquerías, puestos callejeros, como los que ha fijado su atención Alonso Gil.

Antonio, el butanero recién jubilado después de 40 años surtiendo de bombonas a esta y otras partes de la ciudad, llamaba con su timbre personalísimo (con lluvia o calor extremo) de la misma manera que hacen los almuédanos, para que los interesados pudieran salir a sus ventanas a pedírselas o entregarlas.

Santa Clara a tope (II): los gritos de Alonso Gil
Antonio, con su bombona dorada a cuestas, como un penitente y saetero al tiempo.

Flory, rumana de origen y curiosamente dedicada a la floristería, cada día ofrece sus ramos de escogidas y preciosas flores, entre ellas las rosas, en una de las plazas vecinas, de la misma manera que pudiera hacerlo en la Vandôme o como en My Fair Lady, a las puertas del Coven Garden. Para ello debe adquirirlas en Chipiona, donde el mercado floral es una de las actividades más desarrolladas en esta localidad gaditana, por la variedad y excelencia de su cultivo.

José, repartidor de mercancías a los bares de la zona, es apodado también el “Niño Seise” porque en su infancia tuvo ocasión de danzar y cantar ante el Retablo Mayor de la Catedral hispalense en las festividades solemnes de esos cultos antiguos, y en su recorrido canta o silva (ya quisiera incluso danzar con las castañuelas), estrofas que recordará para siempre.

Ángeles, la peluquera cercana, bien podría dedicarse al escaparatismo y a la decoración interior, pues ella misma es la que decora su local, una “coiffure” donde además ejerce de terapeuta, confidente, psicoanalista, consejera, y artista de peines y tijeras, de cortes y peinados que también inventa para sus clientas. El Salon de Madamme Angeles como espacio de encuentro e intercambio de información y comunicación.

Santa Clara a tope (II): los gritos de Alonso Gil
Bella, ante su “Retablo de las Maravillas”

Bella, la dependienta, la vendedora de todo tipo de mercancías como si estuviera en un Bazar entre Oriente y Occidente, un establecimiento abierto para los desavíos, para las compras improvisadas o para los rezagados de algún producto de urgencia. Una especie de samaritana con una voz que guarda “sólo” para los clientes de la tienda de vituallas.

Pepa, la camarera que hubiese sido cantante, tonadillera, tiple, vicetiple, coplista, cantaora, solista mejor que miembro de un coro de música sacra, o por el contrario, de cabarets del tipo de los de la Place Pigale o de la Rive Gauche del Sena –en este caso del Guadalquivir- que reparte bebidas y manjares, viandas castizas y autóctonas o sofisticadas como las del Ritz.

Y Obai, un músico percusionista que llegó hace ya bastantes años a nuestra ciudad para interpretar una serie de conciertos, procedente de Sierra Leona donde él y su familia son casi –o sin el casi- una institución muy conocida, pero que aquí primero espera sus papeles, es decir regularizar su situación de sevillano por elección y segundo, ser bastante más reconocido aunque lo es, grabar sus discos, hacer giras, promocionarse,...

De todos ellos, de sus actividades laborales cotidianas, versa esta exposición que cuenta con vídeos de cada uno, fotografías y objetos usados en sus afanes y menesteres como son el casco y la bombona que Alonso Gil, trabajador también del arrabal del Centro Histórico, ha impregnado con pan de oro (en el primer caso) y con oropel (en el segundo). Una exposición que da cuenta del trabajo de estos actores que con naturalidad se exponen a la mirada de Loncho y de los que lo visualicen (por cualquier plataforma o internet) y expone el suyo propio, un camino del que no sabemos si va a ir a partir de ahora, intercambiando o prosiguiendo en esta investigación urbana, sociológica, antropológica y participativa.