La que deberíamos contar como trigésimo primera edición del ciclo de música de cámara, si no fuera porque la anterior se vio bruscamente interrumpida como consecuencia del estado de alarma y el confinamiento, arrancó con fuerza y decisión, y desde luego con la ilusión y la esperanza de que esta vez nada interrumpa su ansiada celebración. Unas pertinentes palabras del director gerente de la orquesta, Pedro Vázquez, precedieron la presentación de las obras a cargo de la joven hija de uno de los músicos convocados, presuntamente Piotr Szymyslik, un dechado de simpatía y desparpajo que dramatizó a discreción el programa de mano que la pandemia no permite ofrecer impreso, aunque paradójicamente este ciclo nunca se ha valido de programas explicativos y ha echado siempre mano de la elocuencia de los músicos, generalmente los extranjeros, para ilustrarnos sobre las obras a interpretar. También por la venas de la joven presentadora corre sangre foránea, además de un talento artístico innegable, lo que una vez más nos lleva a cuestionarnos la carencia en nuestras aulas de formación para actuar en público, una asignatura muy apreciada en países del norte.

Era año Beethoven antes de que otro fenómeno indeseable se lo apropiara, y así comenzó esta nueva edición, con un trabajo de un casi treintañero compositor, el Trío nº 4 en Si bemol mayor Op. 11, original para piano, clarinete y violonchelo, aunque desde su presentación en público se permitió la sustitución del clarinete por un violín. Postnikova, Szymyslik y Aragó optaron naturalmente por una versión que respeta el clarinete e incorpora el fagot en lugar del violonchelo, añadiendo al perfil más grave de la pieza un cariz aun más melancólico y apesadumbrado, como muy bien supo plasmar Aragó en su muy emotiva e intimista interpretación. También Postnikova y Szymyslik alcanzaron el máximo de su nivel en una interpretación eminentemente cantabile y sentida, que se benefició en el adagio central de un profundo lirismo. El tema con variaciones del tercer movimiento se aprovechó como una ocasión de lucimiento, con el tema central extraído de la ópera El corsario por amor de Joseph Weigl, muy popular en su época, de ahí el sobrenombre Gassenhauer (melodía popular), edificado por el trío con viveza y desenfado y sometido luego a poderosas inflexiones sobre todo del fagot y un piano pletórico en lirismo y delicadeza. El pequeño allegro que le sirve de coda fue servido con amplio sentido del ritmo y la alegría.

Esta infrecuente combinación de instrumentos es sin embargo la que originó el célebre Trío Patético de Glinka, pieza escrita en medio de una depresión y un desengaño amoroso, que cuenta también con una versión para piano, violín y violonchelo más divulgada. Los tres primeros movimientos se tocan de un solo trazo, a pesar de lo cual los intérpretes los sometieron a unas breves pausas, y han de fundir un patetismo doliente con cierto escape de luz y esperanza. Los intérpretes se movieron así entre un tono épico y una considerable tensión lírica, con incursiones apasionadas del fagot en el scherzo y sombrías en el largo, sin disimular sin embargo su carácter optimista y a la vez lírico en contraste con su intención, ese único amor que conoció el autor, el que causa dolor. En definitiva una interpretación sólida y atinada, con más exuberancia juvenil que pura melancolía, y un arranque sensacional de ciclo que esperamos ni decaiga ni se interrumpa.

CÁMARA ROSS ****

Ciclo de música de cámara ROSS. Tatiana Postnikova, piano. Piotr Szymyslik, clarinete. Javier Aragó Muñoz, fagot. Programa: Trío en Si bemol mayor Op. 11, de Beethoven; Trío Patético en re menor, de Glinka. Espacio Turina, domingo 18 de octubre de 2020