Teatro campesino, ‘Patria’ y una brisa que da gustirrinín

Juan Bernabé y Fernando Aramburu centran una jornada con mucho público y un tiempo excelente

27 may 2017 / 08:45 h - Actualizado: 27 may 2017 / 08:45 h.
"Feria del Libro"
  • Con el viernes y el alto el fuego en las temperaturas creció el número de visitantes a la Feria del Libro de Sevilla, en la Plaza Nueva. / FLS
    Con el viernes y el alto el fuego en las temperaturas creció el número de visitantes a la Feria del Libro de Sevilla, en la Plaza Nueva. / FLS
  • Presentación ayer del libro ‘Teatro Lebrijano. 1966: un despertar de la conciencia’. / I. G. C.
    Presentación ayer del libro ‘Teatro Lebrijano. 1966: un despertar de la conciencia’. / I. G. C.

La bajada del mercurio en la Plaza Nueva durante los días de Feria del Libro es inversamente proporcional al descenso en el número de pintas que despachan en la sobria barra inglesa del victoriano bar The Trinity. Esto es una verdad inapelable; aunque es posible que no sea exactamente científica. Alguien debería alguna vez poner en valor esta elegante coctelería que tanto favor hace a los plumillas que entrevistan a escritores durante la Feria y a los propios autores cuando quieren descansar de los plumillas. Una paradoja esta que hace que siempre tengan negocio sus camareros. Como ayer, cuando repanchingado en un sofá Carmelo aguardaba la presentación del best seller patrio de la temporada, Patria, de Fernando Aramburu, uno de los autores más esperados en estos días. Apurando un Campari, Carmelo, español en México con más años de solera en el país azteca que Hernán Cortés, desconocía la hora de la firma de libros. A las nueve. Bueno, era por entonces la una del mediodía; todavía podían entrar una o dos bebidas espirituosas más.

El buen visitante de la Feria del Libro, el que lleva galones, no es el que lee el programa de actos y selecciona aquellos a los que quiere ir. Ese no es. No. El fetén es en cambio aquel que viene como atraído por el olor de la tinta impresa, como los zombies que buscan humanos con las manos por delante. Se va a la Plaza Nueva porque sí, por placer, y ya luego se verá qué se escucha y qué se lee. Y, antes, que se compra, claro; que lo segundo es (casi) imposible sin lo primero. A media mañana, la Pérgola presentaba una entrada generosa para asistir a la presentación del libro del periodista Raúl Limón, Teatro Lebrijano. 1966: un despertar de la conciencia (Editorial Niebla). Un homenaje, el suyo, al actor y dramaturgo Juan Bernabé (Lebrija, 1947-1972). «Es una figura fundamental para el teatro andaluz e internacional; compañías como Els Joglars o Comediants no se entenderían sin él; quien fue el auténtico precursor del teatro independiente en nuestro país», dijo Limón, quien ha escrito «una crónica periodística» para la que se ha instruido consultando los más de 14.000 documentos que atesora el Centro de Documentación de las Artes Escénicas de Andalucía.

Además, el libro que se presentó sirve para rendir homenaje a un empeño del propio Bernabé. Cuando murió prematuramente víctima de un tumor cerebral estaba comenzando a escribir la historia de Teatro Estudio Lebrijano. «Ahora se ha saldado la deuda con un deseo que él no pudo llevar a cabo», expresó Limón. Fundada en 1966, la compañía abanderó la idea de un «teatro campesino y flamenco en el que el pueblo se viera identificado». La obra Oratorio trascendería nuestras fronteras llegando a ser presentada en Francia, en Nancy y en La Sorbona. «Lo que hizo Bernabé fue un proyecto de una fuerza inaudita, especialmente si tenemos en cuenta que el dictador Franco vivía todavía y que el Teatro Lebrijano era excepcionalmente contestatario», anotó luego el editor.

Con la brisa que corría ayer por entre las casetas, una brisa fresquita, de esas que están a punto de ser simple y llanamente rasca, uno se sentía especialmente propenso a detenerse en los stands. Porque, por mucho que mayo en Sevilla constituya un acicate poético, por más que el sol otorgue estampas memorables, para leer y para recrearse una buena nube encima es una maravilla. Así, en este estado inspirador, se puede incluso descubrir que una de las presencias más importantes de esta Feria y que, sin embargo, no aparece en ninguna publicidad, es el filósofo trascendentalista Henry David Thoreau (1817-1862), de quien la editorial Errata Naturae está publicando su obra más importante en unas publicaciones atractivas y que borran la imagen de otras anteriores, en las que para leer a Thoreau parecía necesario darse antes dos cabezazos contra una farola. Cartas a un buscador de sí mismo, Un paseo invernal, Walden o Filosofía para la felicidad son algunos de los títulos que pueden adquirirse y que sirven tanto para el practicante de yoga como para el vegetariano o el que, porque sí, quiere leer a uno de los más grandes pensadores del siglo XX. Thoreau, se llama. Si preguntan por él en la Plaza Nueva le pondrán sobre la pista.

Dicen que lo que hace atractivo a un evento es la heterogeneidad de las propuestas. En la Feria esta van sobrados. Porque aquí lo mismo puede visitar un puesto centrado en literatura alrededor del Islam que adentrarse en la palabra de los Testigos de Jehová, que aunque no tengan una caseta en sentido estricto, ellos se apalancan frente al Ayuntamiento a ver si alguien, por caridad y con paciencia, quiere escucharles.

Pero hay más antagonismos; como los que sin querer, existen entre dos librerías. De un lado Padilla Libros, que vuelve a la cita después de más de dos décadas ausentes, propone sus ex-libris y sus reediciones antológicas de pequeños librillos de época; como ese hit del cultureo local que es El Culo, todo un compendio de aforismos y otras veleidades lingüísticas alrededor del trasero. Y de otra parte, los libros de artistas y las publicaciones a contramano del Cangrejo Pistolero. Si prefiere un libro que en lugar de para leer sirva para ponerlo en una vitrina, para tocarlo, contemplarlo, olerlo o incluso volarlo en mil pedazos; rebusque entre esta colección de rarezas con ediciones tan limitadas como que, en algunos casos, solo hay un único ejemplar publicado. Sí, también hay cosas más apegadas al terruño, como multitud de libros para perderse por la sierras de Andalucía; o colecciones de libros tan colorados que, al leerlos, sentirá la tentación de levantarse en babuchas de su sillón orejero y cantar La Internacional. Esto viene a ser como el Festival de las Naciones, solo que en lugar de a mojito y a grasita, aquí huele mucho mejor, a libros, cada uno de su padre y de su madre.


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