La Gazapera

Tiempo de saetas en los balcones

Aunque no sea una época buena de este estilo, es hermoso echarse a las calles de Sevilla a la caza de alguna saeta cantada por Kiki de Castilblanco, Manuel Cuevas o Pedro el Granaíno

Manuel Bohórquez @BohorquezCas /
12 abr 2019 / 10:30 h - Actualizado: 12 abr 2019 / 10:33 h.
"Flamenco","La Gazapera","Pregón de la Semana Santa 2019"
  • Manuel Cuevas. / El Correo
    Manuel Cuevas. / El Correo

En los años veinte del pasado siglo, el Arzobispado de Sevilla prohibió las saetas pagadas en los balcones, pero no las espontáneas en la calle. Era una época de grandes figuras de la saeta tanto mujeres como hombres, con intérpretes como Chacón –le cantó un día doce saetas seguidas a la Macarena–, Manuel Torres, El Gloria, La Niña de los Peines, La Finito, La Serrana, Luisa la Pompi, Mazaco o El Pena de Sevilla. La Iglesia estaba un poco harta de que se comercializase con un estilo de cante que debería ser cantado sin que mediara una sola peseta.

Aquella decisión sirvió de poco, porque se siguió cantando en los balcones, y gracias a que lo hacían las grandes figuras del cante se salvó el estilo y se convirtió en un palo más de la baraja flamenca, un cante con la hondura de una seguiriya o un martinete, que lo mismo lo cantaban los gitanos que los no gitanos y en el que, como dijimos hace poco, la mujer tuvo un sitio importante, como en el cante en general. ¿Hubo una edad de oro de la saeta? Indudablemente, y fue en esa época, la que va desde los años veinte hasta los cincuenta del pasado siglo.

Antes hubo también grandes saeteros, pero la saeta no era un espectáculo público ni había adquirido aún carta de naturaleza flamenca. En Sevilla se ha hablado siempre de las saetas que cantaban los gitanos de Triana, de linajes como los Cagancho y los Pelao, grandes seguiriyeros y martineteros del arrabal que solían cantar en la calle y nunca en los balcones, que se sepa. Tragapanes, de la familia de Cagancho, me contó que Frijones cantó una tarde tres o cuatro saetas en Triana y que algunos gitanos del barrio se rompieron sus camisas.

Esta información me animó a buscarlo en el padrón y, en efecto, vivió un tiempo en la calle Puerto. Frijones, Chacón, Manuel Torres, Paco la Luz, La Serrana, El Gloria y su hermana Luisa, La Pompi, le injertaron a la saeta sevillana la esencia gitana de la de Jerez, y de esa fusión nació una saeta insuperable, la sevillana, que se parecía poco a las de Cádiz, Granada, Huelva, Córdoba, Jaén, Málaga o Almería.

Hablamos ya de la saeta flamenca, que había dejado de ser una especie de pregón, la primitiva saeta, de la que nos dejaron alguna muestra en la discografía de pizarra, cantaores sevillanos como Manuel Escacena o El Mochuelo. Era también la que cantaba el malagueño Juan Breva, que no llegó a grabarla, aunque fue quizá el primero o de los primeros en llevar este cante a la capital de España, pero metido en obras de teatro, como la dedicada al bandolero Diego Corrientes.

Sevilla no es ya ni la sombra de lo que fue, al hablar de la saeta, aunque hay aún algunos maestros y algunas maestras como José el de la Tomasa y Mercedes Cubero. Los concursos han logrado que no se pierda el interés de los jóvenes por este palo, sobre todo en los pueblos, donde aún se canta tanto en los balcones como en la calle. Pueblos como Puente Genil, Cabra, Arcos, Arahal o Mairena del Alcor son de una enorme tradición de saetas y han dado intérpretes muy buenos como Antonio Mairena, uno de los saeteros más grandes de la historia.

Por fortuna, y aunque no sea una época buena de este estilo, es hermoso echarse a las calles de Sevilla a la caza de alguna saeta cantada por Kiki de Castilblanco, Manuel Cuevas o Pedro el Granaíno. Vivir ese momento en la calle es algo mágico y difícil de explicar. En la Campana o en el Altozano de Triana. Si puede, hágalo, no lo deje para el año que viene.