Libros

‘Ubi Sunt’ del poeta Víctor Jiménez en Alcalá de Guadaíra

El Ayuntamiento inicia una colección de libros con la ciudad como inspiración con el poemario ‘Cuando eran una vida los veranos’, que ganó en 2017 el VIII Premio de Poesía Escritor Francisco Montero Galvache

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
04 ago 2022 / 14:54 h - Actualizado: 04 ago 2022 / 14:57 h.
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  • Víctor Jiménez.
    Víctor Jiménez.

El último libro publicado del poeta sevillano Víctor Jiménez –que no su último libro, pues lo escribió allá por 2014- ha sido editado ahora por el Ayuntamiento de Alcalá de Guadaíra como el primer número de una colección de obras que no debería caer en saco roto porque la ciudad de los panaderos es verdaderamente un lugar con suficiente inspiración como para dar de sí un nutrido ramillete de publicaciones en torno a sí misma. Está bien que el arranque de la pretendida colección sea este poemario de Víctor Jiménez “para los niños que lo siguen siendo”, como reza su dedicatoria, aunque, como matiza acertadamente Lutgardo García en el prólogo, vaya dirigido más bien “al niño que llevamos dentro y del que un día nos alejamos sintiéndonos mendigos en el destierro, desheredados de un paraíso de luz”. No en vano, el propio Jiménez cierra la obra con una de las muchas décimas o espinelas que tan bien maneja: “Dónde el tiempo entre las manos, / los juegos, las ilusiones, / los besos y las canciones / de aquellos días lejanos / en los cálidos veranos / que dan a la adolescencia. / Dónde el fulgor y la esencia / de aquellas tardes vividas. / Y tantas cosas perdidas / en la distancia y la ausencia”.

Pues eso, dónde sino en la memoria vívida, fotográfica, dorada de poetas como él. Cada cual construye la elegía sobre lo que lo merece, y es cierto que muchos de los grandes han llegado a la última habitación del corazón de los lectores con autoelegías cuya elegancia ha radicado siempre en tratar del lugar y el tiempo esfumados para siempre y no directamente de sí mismos. Que le vuelvan a preguntar a Juan Ramón con su Platero, o al pueblo lejano de Romero Murube, por no citar las cosas del campo de Muñoz Rojas o el consabido Ocnos de Cernuda. Al fin y al cabo, el tiempo y el qué no daría yo por empezar de nuevo seguirán siendo los temas eternos cuando los poetas no se dediquen a ejercer. Pero es que, además, Víctor Jiménez se deja influir aquí, tan gustosamente, por las moneditas de Machado, por el arbolé de Lorca o por la Margarita de Rubén. Es un poeta, como diría Borges, mucho más orgulloso de lo que lee. Y se le nota, por el dominio de la síntesis y la sintaxis, de esa rima consonante que nos transporta a otra época de la inocencia y de esas clásicas estrofas que van de la redondilla a la cuarteta pasando por el romancillo, además de esos sonetillos que el poeta mete tan bien por el palo de la aventura: “Con espada de madera, / arco y flechas en su aljaba, / el niño entonces jugaba, / con el valor por bandera / y una tropa aventurera / que la sangre se dejaba, / a conquistar la alcazaba / del moro de la frontera. / Y, bajo el sol amarillo / que coronaba el Castillo / inclemente y justiciero, / asediaban la muralla / de la enemiga atalaya / las huestes de aquel guerrero”. Todo es, al cabo, aventura en sepia en esa parte central del libro que va de exploradores, indios, moros y cristianos...

El pan, al alba

Todo el libro huele a pan, como corresponde a aquellos años en que, tantos niños necesitados veían cómo el tren llegaba “de Carmona, por la vega” y esperaban en la estación “cargadas las angarillas / de sus mulos con pan tierno, / gentes buenas y sencillas” que “se acercan por las orillas / de aquel tiempo de ilusión”. El propio niño que era él mismo aparece al alba, “en pantalones cortos / camino del colegio, / cargada su maleta / de libros y cuadernos” y “al pasar por la calle / Mairena de su pueblo, / hacia los Salesianos / como otros compañeros, / en su alma de niño / resplandeciente y bueno / se funden el color / misterioso del cielo / y el olor que ya sale / de los hornos abiertos, / llenando el corazón / también de gozos nuevos...”. Como ocurre en tantos otros poemas, la rotundidad del final de este da la medida exacta de la sensualidad de todo el libro: “...y el niño quedó lejos, / pero al hombre que es hoy, / pensativo y sereno, / al volver a pasar, / las mañanas de invierno / bajo el gris azulado / de los cielos eternos, / por la calle Mairena / de su querido pueblo, / de las puertas cerradas / de los hornos aquellos, / aún le llega el olor / de aquel pan recién hecho”.

Miedos, travesuras y altos vuelos

El miedo infantil, sazonado con ese ansia de libertad que solo imprime la patria que es la infancia, atraviesa tiernamente el libro, como el “siniestro vagabundo / de la calle de La Mina / o aquel otro, a la Canina / sobre la bola del mundo”. Pero también las travesuras ajenas o propias. “Satisfecho, desde el suelo, / mira el niño la bandada / con la pícara mirada / del travieso delincuente / que provocó, de repente, / la volandera espantada”, escribe, recordando seguramente aquellas andanzas con sus amigos por Alcalá, con las cometas y los panderos al aire, o con las bicis por las cuestas, o con aquellos anfibios del sopitipando: “Rota y sucia la camisa, / como pícaro en harapos, / el pequeño, con dos sapos / y una traviesa sonrisa, / a casa vuelve deprisa. / Y no se le ocurre nada / mejor que hacer la trastada / de soltar -¡vaya sorpresa!-, / con la familia en la mesa, / los sapos en la ensalada”.

El poemario rememora, en fin, otros ámbitos de libertad como el fútbol, las confiterías o las fantasías de piratas sobre el Guadaíra, todo lo cual pareciera constituir la primera incursión en la poesía para niños de este poeta que, como todos, nunca dejó de ser niño, ni siquiera cuando se decidió a empezar a publicar. Desde entonces, tiene una docena de poemarios, entre los que destacan La cosas por su sombra (colección Adonais, Madrid, 1999), el reciente Con todas las de perder (Libros Canto y Cuento, Jerez, 2019), o por Tango para engañar a la tristeza (Renacimiento, Sevilla, 2003) o Al pie de la letra (La Isla de Sistolá, Sevilla, 2011). Para los niños y para los que aún los llevamos dentro, no estaría nada mal que algunos de estos poemas de Jiménez ilustrasen lugares de Alcalá en los que solo la poesía se atreve contra el tiempo.