Hay que felicitar al Teatro de la Zarzuela por su continua recuperación del patrimonio lírico más genuinamente español. Este título de Francisco Asenjo Barbieri, uno de los fundadores de la Sociedad Artística impulsora del género y autor de una de sus obras más emblemáticas, El barberillo de Lavapiés, estuvo aparcada durante el siglo XX hasta que el teatro madrileño lo revitalizó hace cinco años. Merece esta segunda oportunidad por cuanto se trata de una música de estimable calidad, inspirada tanto en la lírica italiana, especialmente los maestros belcantistas, como en el acervo popular más arraigado en nuestras raíces aunque sin folclorismos superfluos. Dada su complejidad y amplitud de miras, exige un trabajo esmerado y completo por parte de sus intérpretes y artífices.
No es un título que permita a la orquesta lucirse generosamente, algo que la dirección de Óliver Díaz supo comprender llevando la parte instrumental a niveles discretos, evitando salidas de tono y excesos ampulosos, salvo en las muy contadas ocasiones en los que los aires marciales lo demandaban. La respuesta de la orquesta fue como siempre ejemplar, aunque para ello tuvieran que reprimir su habitual brillo y autoridad. Quienes no tuvieron que hacerlo fueron los integrantes del coro, espléndido en este título que tanto demanda sus servicios. Hasta diez ocasiones tuvieron para hacer valer sus méritos, con momentos puntales como Vuelta al trabajo de la introducción, ¿Qué nuevas corren? al inicio del tercer acto, o la Coronación final.
Los trampantojos hicieron de nuevo las delicias de un público encandilado, como ya ocurriera hace años en Parténope y hace menos en Aida. Unos muy cuidados, coloristas y estilizados telones sirvieron de fondo para situar los distintos escenarios - cuevas de monederos, jardines de Coimbra y Palacio Real de Lisboa - en los que se desarrolla este cuento dieciochesco sobre una reina generosa con su pueblo, cuya ingenuidad deja poco espacio para la crítica política y social, un mimbre que la producción podría haber limado para darle actualidad más allá de unos chistes que no acaban de funcionar, por mucho que el conjunto sea jovial. La dirección escénica resultó ágil aunque los movimientos de masas volvieran a ser, como siempre, enmarañados y anárquicos. Los intérpretes solventaron con magisterio y profesionalidad sus cometidos vocales y escénicos, y aunque se anunció una Sonia de Munck afectada por un proceso gripal, en la práctica no se notó, dada su frescura y naturalidad, tanto en la emisión como la compostura, magnífica en la romanza De qué me sirve el trono. Cosías triunfó como cómico y esmerado tenor. La mezzo Cristina Faus brilló como Diana, con momentos estelares como el bolero Niñas que a vender flores junto a Munck. Bien el resto del elenco, con especial mención para la vis cómica de Ricardo Muñiz. Para quienes sólo conozcan esta zarzuela a partir de la grabación de Ataulfo Argenta, disfrutarla en estas condiciones habrá sido un auténtico placer.