Un espectáculo digno de Farruco

Hubo muchas cosas interesantes, el buen estilo y las pinceladas de arte de África, la hija de La Faraona, y el fin de fiesta con los niños de la familia, esto es, el futuro.

Manuel Bohórquez @BohorquezCas /
16 dic 2015 / 12:39 h - Actualizado: 16 dic 2015 / 12:39 h.
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Teatro de la Maestranza. ‘Farruquito y familia’. Baile: Farruquito, El Farru, El Carpeta, África Fernández, El Barullo y El Polito. Cante: María Vizárraga, Encarna Anillo, Pepe de Pura y Antonio Villar. Guitarras: Román Vicenti y Juan Campallo. Palmaás: El Torombo. Dirección escénica: Miguel Ángel Vargas. Entrada: tres cuartos del aforo. Sevilla, 15 de diciembre de 2015. Calificación: ****

A veces los aficionados, y hasta los críticos, buscamos en los artistas del género lo que no tienen. Decimos tiene técnica y formación, aunque le falta pellizco, alma, emoción. O todo lo contrario. Lo ideal es conocer bien lo que vamos a ver o a escuchar, ahí está el secreto para disfrutar y, además, no salir decepcionado de un teatro. Conozco bien la escuela de baile de Farruco, genial bailaor ya desaparecido al que seguí durante años por todos los festivales del país y fui testigo de cuando empezaron a bailar sus hijas, La Faraona y La Farruca, la primera de ellas ya desaparecida, este mismo año. También cuando comenzaron a bailar sus nietos, primero Farruquito y más tarde El Farru y El Carpeta. Ya voy por los bisnietos y bisnietas, quienes aseguran el futuro de esta importante estirpe de bailaoras y bailaores de raza.

El pasado martes se reunieron en Farruquito y familia, un espectáculo presentado en el Teatro de la Maestranza, que no llegó a llenarse. También es verdad que tenían dos días y que la fecha no parecía la más adecuada. Así y todo, la entrada fue buena, de un público forofo de toda esta familia, sobre todo del líder, Farruquito, un artista con un carisma increíble, solo comparable al que tuvo su abuelo Farruco. O en la faceta del cante, el Niño de Marchena o Camarón de la Isla.

El espectáculo fue lo que esperábamos, ni más ni menos: un espectáculo total, con luces de cine, buen sonido, aceptable puesta en escena y mucho exhibicionismo de pies. Todo a una velocidad de vértigo, salvo el taranto de El Barullo, que para mí fue lo mejor de la noche. Fue el único bailaor que se paró, que hizo un baile completo, bien coreografiado, con coherencia musical y dancística, no exento de buen gusto flamenco. Me sorprendió su preparación técnica y cómo ha sabido, en pocos años, convertirse en un bailaor de una vez, conservando la esencia de esta escuela, aunque sin anclarse en ella. El hijo de La Faraona salió vestido, además, con pantalón alto, chaquetilla corta y sombrero cordobés, regalándonos una estampa clásica del baile de otros tiempos.

El Farru es, de los tres hermanos, el más innovador, aunque sin despegarse de lo esencial de esta manera de bailar lo jondo. Su fuerza es sobrenatural y sabe pararse también, como hizo en la guajira y en los tangos, con detalles muy interesantes. En esa misma línea se mueve El Carpeta, el menor de los hermanos, haciendo siempre las cosas a su manera, sin perder la cara del público, andando con desparpajo por el escenario y moviéndose con enorme frescura, como demostró en sus alegrías.

Farruquito es punto y aparte, el fenómeno no solo de esta familia, sino de las últimas décadas. Tiene eso que no se puede aprender en ninguna parte, el don, la magia innata, además de unas facultades que no hemos visto jamás en ningún otro bailaor. Domina varios bailes, pero cuando baila por soleá o bulerías es único. Impresionante cuando al final de este baile se fue al borde del escenario y se quedó parado cinco segundos, sin bailar, con la mirada clavada en el público, que estaba cegado por una luz que parecía venir de otro mundo. Farruquito es eso, un ser de otro mundo.

Hubo otras cosas interesantes, el buen estilo y las pinceladas de arte de África, la hija de La Faraona, y el fin de fiesta con los niños de la familia, esto es, el futuro. Y, por último, unos audiovisuales magníficos, emocionantes, combinados con lo que ocurría en el escenario, y un excelente cuadro de acompañamiento.

Un espectáculo digno de Farruco.