El reportaje literario

Un siglo de Carmen Laforet, la gran novelista que no solo escribió ‘Nada’

El próximo 6 de septiembre se cumplen 100 años del nacimiento de esta autora que consiguió todas las alabanzas durante la oscura posguerra y luego se fue hartando y callando, aunque su profundo universo literario es capaz de asombrar al lector de hoy

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
22 ago 2021 / 04:00 h - Actualizado: 20 ago 2021 / 08:33 h.
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  • Carmen Laforet.
    Carmen Laforet.

El título de la primera novela de Carmen Laforet (1921-2004), Nada, tiene un regusto expansivo no solo del poema juanramoniano que también le sirvió de cita a esta obra ganadora del primer premio Nadal, en 1945, sino de esa sensación personal que siempre pareció transmitir ella misma en su obra y en sus confesiones epistolares, como si nada valiera la pena realmente, a pesar de que aquella primera novela -escrita con la intensidad de sus 22 años, que también ganó el premio Fastenrath de la Real Academia Española en 1949 y que fue el libro más vendido del momento- revolucionó el panorama novelístico de aquellos oscuros años de la posguerra civil española.

Lo hizo, aunque tantos años después, en la inmensa mayoría de los institutos de nuestro país se despache a esta autora pionera en tantas cosas con el sucinto comentario de que escribió Nada y luego dejó de publicar. Tal síntesis no solo es injusta porque termine realzando solamente a dos autores que también se estrenaron en aquella época, Camilo José Cela y Miguel Delibes, sino porque aquel novelón psicológico que hoy se estudia más fuera de España que dentro ha sobrevivido mejor, tres cuartos de siglo después, al concepto del tremendismo que pueda entender un lector de hoy, mucho más alejado de Pascual Duarte, por ejemplo, que de esa Andrea que llega a Barcelona cargada de ilusiones para marcharse, un año después, “sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor”.

Un siglo de Carmen Laforet, la gran novelista que no solo escribió ‘Nada’

Seguramente, cuando Carmen Laforet se retiró definitivamente del mundo literario por no aguantar sus envidias, enemistades y rencillas, como habría de explicarle al exiliado Ramón J. Sender -con quien tanto se carteó antes y después de su divorcio- comprendió que realmente lo había conocido todo, sí, pero en su versión más mundana, porque, como aprendió por culpa de su madrastra, “la fantasía siempre es pobre comparada con la realidad”.

Una novela no autobiográfica, pero casi

Carmen Laforet Díaz, la primogénita de un arquitecto barcelonés y una profesora toledana, se llevó toda la vida asegurando que Nada, la novela por la que alcanzó tan prematuramente el éxito literario y por la que lo aborreció, no era autobiográfica, pero la realidad es que toda aquella ficción encerraba muchísimo de su propia vida. De hecho, aunque ella nació en Barcelona, donde transcurre el año que dura la trama de esta obra, no conoció la ciudad en sus primeros años, pues antes de cumplir los dos se trasladó con sus padres a Gran Canaria, desde donde regresó a la ciudad condal solo unos meses después de terminar la guerra civil para estudiar allí, a sus 18 años, la carrera de Filosofía. Lo que se encuentra Carmen es muy parecido a lo que se encuentra Andrea, la protagonista y narradora en primera persona que llama a la casa de la calle Aribau donde la recibe una abuela que no la reconoce –donde había nacido realmente Carmen- y donde ella se ve obligada a convivir en el parpadeante infierno de unos tíos que se soportan mutuamente en el lodazal sentimental del hambre, de la miseria no solo material, del resentimiento antiguo y de las heridas freudianas nunca cicatrizadas.

Carmen había vuelto, en parte, para seguirle la pista a un amor de juventud, y en parte, por huir del vacío que le provocaba el ambiente en el que había crecido. Desde esa menesterosa y misteriosa casa que le sirve de cuartel general, Andrea –como le pasó a Carmen- irá conociendo las caras y las cruces de una ciudad con escombros todavía de la contienda, con mendigos recurrentes y una burguesía que no solo aspira a medrar a costa de los obreros, sino incluso de una guerra mundial que podía reportarle pingües beneficios; con compañeros universitarios que observan con desdén su pobreza y con otros, como Ena –trasunto de Linka Babecka, una amiga fundamental en su vida-, que la terminan integrando en sus vidas familiares del mismo modo que estas integran la profundidad argumental de un entramado diversamente humano, con tipos nítidamente definidos, sacados del natural, como intenta hacer torpemente el tío Juan con sus retratos pictóricos a pesar de que el modelo que le supone su propia esposa, Gloria, se le termine rebelando a él y al lector como un personaje menos plano de lo que parece al principio, cuando se limita a piropearse a sí misma a falta de otras caricias y a recibir las brutales palizas de su marido con esa resignación con la que los demás y la propia época la contemplaban.

Realmente Carmen –como Andrea- estudió Filosofía en Barcelona y Andrea –como Carmen- se marchó a Madrid para estudiar Derecho. Y realmente ninguna de las dos terminó ninguna de las dos carreras. De la primera lo sabemos por su biografía real. De la segunda, porque por más que le preguntaran a su creadora por el paradero del personaje, jamás volvió sobre él.

En 1947, el cineasta Edgar Neville llevó a la gran pantalla la adaptación de Nada, protagonizada por Conchita Montes, Rafael Bardem, María Denis y Fosco Giachetti. La censura franquista no tardó en quitarle media hora a la cinta. En 1956, el argentino Leopoldo Torre Nilson hizo otra adaptación, en blanco y negro.

Un siglo de Carmen Laforet, la gran novelista que no solo escribió ‘Nada’

Dar clases o casarse

En un pasaje de la novela, un compañero le pregunta a Andrea qué hará cuando termine la carrera, a lo que ella contesta sin demasiado entusiasmo que supone que dará clases. Entonces el tipo, un fugaz pretendiente, le deja caer si no prefiere casarse. La verdad es que la secuencia es significativa si recordamos que Laforet se casó en 1946, al año siguiente de su éxito fulgurante, con el periodista y crítico literario Manuel Cerezales, todo un señor escritor que había sido quien le propuso presentarse al Nadal y con el que tuvo enseguida cuatro hijos y un quinto que, bastantes años después, hizo que se aguara su relación con la tenista Lilí Álvarez, a quien Carmen había conocido en 1951 y con cuya personalidad arrolladora quedó fascinada, hasta el punto que este amor secreto explica el giro místico para su conversión a la fe católica y la publicación de su tercera novela, de título tan significativo: La mujer nueva (1955), que por cierto ganó el Premio Menorca de Novela de aquel año y el Premio Nacional de Literatura al año siguiente.

Está por ver si esa tercera novela, tan distinta en todo de Nada, tiene más que ver con el autoconocimiento a través de un ser superior que pueda ser Dios o con la sublimación del desconocido deseo femenino al que en la época que a ella le toca vivir no le dan más opciones que la del matrimonio heterosexual. Antes, en 1950, había publicado La isla y los demonios, una novela ambientada en la isla real de su infancia.

Laforet se divorció de su marido en 1970. Para entonces, las presiones editoriales, el trabajo, los cinco hijos, los repentinos apuros económicos y los íntimos deseos de libertad estaban en su máximo apogeo.

Una obra más abundante de lo que parece

Además de las tres mencionadas novelas, Laforet se había embarcado en 1963 en una trilogía que iba a llevar por título Tres pasos fuera del tiempo. Aquel año publicó La insolación, una valiente defensa de la dignidad homosexual. Y luego siguió escribiendo Al volver la esquina, que fue reelaborada prácticamente durante el resto de su vida y fue publicada el mismo año de su muerte, el día de Andalucía de 2004. De Jaque mate, que iba a ser la tercera entrega, nadie sabe nada.

La autora de Nada, por otra parte, escribió y publicó también bastantes novelas cortas y relatos, entre los que destacan títulos estrechamente emparentados con su primera novela y su propia vida: La muerta y El piano (ambos de 1952), Un noviazgo (1953), La niña (1954) o Un matrimonio (1956), entre otros. De 1961 es su guía de viajes Gran Canaria. En 2003 salió a la luz su epistolario -76 cartas- con Ramón J. Sender, Puedo contar contigo (1965-1975), entre cuyos temas destacan sus dificultades de ser y escribir como mujer y la inseguridad frente a su propia obra. Hace solo unos meses, ha aparecido una recopilación de artículos publicados en la revista Destino entre 1948 y 1953 bajo el sugerente título de Puntos de vista de una mujer, una edición de Ana Cabello y Blanca Ripoll. Evidentemente, es solo una parte de los muchísimos artículos que publicó. No en vano, Laforet dejó dicho que “si uno es escritor, escribe siempre, aunque no quiera hacerlo, aunque trate de escapar a esa dudosa gloria y a ese sufrimiento real que se merece por seguir una vocación”.

Un siglo de Carmen Laforet, la gran novelista que no solo escribió ‘Nada’

El creciente distanciamiento de la vida pública de Carmen Laforet se aceleró en sus últimos años debido al Alzhéimer, que la dejó incluso sin habla. Todo lo fundamental que tuvo que decir, que fue mucho más que nada, lo dejó escrito en los libros, sobre los que afortunadamente se puede volver. “Siempre, hasta que me muera, estaré volcada en los demás”, dijo alguna vez. “Los querré y me querrán. Y al mismo tiempo estaré sola”. Las efemérides siempre han servido para combatir la soledad, también la de alguien tan inteligente como para afirmar, sobre el silencio de las mujeres, que “es más urgente descubrir nuestra cara oculta que la cara oculta de la luna”. Estamos a tiempo.