Un siglo sin la Pardo Bazán, a la que hubieran llamado feminazi

Se cumplen cien años de la muerte de Emilia Pardo Bazán, la introductora del Naturalismo en España, la aristócrata que luchó por los derechos de la mujer en todos los ámbitos, la prolífica novelista que incorporó por primera vez en sus tramas a las madres trabajadoras y pobres

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
25 abr 2021 / 17:10 h - Actualizado: 25 abr 2021 / 18:45 h.
"Cultura"
  • Emilia Pardo
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El próximo 12 de mayo se cumplirá un siglo de la muerte de la escritora más prolífica que ha dado este país: la coruñesa Emilia Pardo Bazán, a la que sus compañeros de generación, sin embargo, siguen hurtándole el espacio primordial en los libros de texto. La Pardo Bazán, como se la conoce después de un siglo de estrecheces esquemáticas, dijo antes de morir: “Si en mi tarjeta pusiera Emilio, en lugar de Emilia, qué distinta habría sido mi vida”. Y el caso es que, aun siendo como fue, la historia de su vida dio tanto como su literatura, mucho más de esa única novela que llegó a trascender, Los pazos de Ulloa, en la que describe la decadencia de los terratenientes antes de que a su compatriota Valle Inclán le sirviese aquella patética pintura de la aristocracia rural gallega como semilla del esperpento.

En rigor, Doña Emilia se adelantó en todo a los escritores de su época, no solo porque fuera principalmente ella quien introdujera el Naturalismo francés mientras aquí se asistía a los últimos estertores del Romanticismo, sino porque ya en sus primeras novelas, como La Tribuna, de 1883, incorporó por primera vez en el papel protagonista al proletariado y especialmente a esas mujeres triplemente marginadas en sus condiciones de madres obreras invisiblemente trabajadoras. En aquella novela primeriza, la protagonista es una cigarrera de La Coruña que encabeza las reivindicaciones laborales pero que termina engañada por un señorito que la abandona. La historia termina con los gritos populares a favor de la República mientras está pariendo a su hijo, una valiente alegoría de la lucha feminista cuando ni siquiera se llamaba así.

Menos mal que en su época no se había acuñado aún la palabra feminazi, porque la hubieran estrenado con ella, sobre todo después de divorciarse del hombre con el que se casó a los 16 años para dedicarse a defender sus ideas y el derecho de todas las mujeres a aspirar a cuantas oportunidades pudieran conducirlas a su feliz realización en una sociedad española tan falta de europeización. Dejó dicho doña Emilia, a la vista de la educación de sus contemporáneas, que aquello no podía llamarse educación, “sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión”.

Después de publicar muchos artículos sobre el impulsor del Naturalismo, el francés Émile Zola, y sobre una novela experimental que convirtiera sus páginas en espejos que reflejaran las realidades externas e internas, sus propios colegas, empezando por Clarín, que le había prologado la compilación (titulada La cuestión palpitante), renegaron de ella por haber provocado un gran escándalo, pues su alegato a favor de la literatura francesa, considerada aquí entonces atea y hasta pornográfica, se tomó como una postura indecente en una señora casada y con tres hijos.

Para entonces, aquella muchacha tan tempranamente casada y divorciada civilizadamente –hasta el punto de que su exmarido, José Quiroga, la siguió en la distancia y ella guardó luto por él cuando murió en 1912- se había propuesto continuar su labor de escritora de todos los géneros, de traductora y de conferenciante pese a las críticas feroces de quienes alguna vez habían sido sus amigos: el mismísimo Marcelino Menéndez Pelayo, los novelistas José María de Pereda y Juan Valera o el influyente padre Coloma.

Niña prodigio

Fue especialmente su padre, José María Pardo-Bazán y Mosquera, quien se empeñó en darle la mejor educación, más allá de la que se le dispensaba a mediados del siglo XIX a una señorita incluso de la nobleza. Emilia leyó muy pequeña El Quijote y La Ilíada, también La Biblia, y quedó fascinada muy pronto con todo lo que caía en sus manos sobre la Revolución francesa. Siendo solo una adolescente, manejaba ya con soltura el francés, el inglés y el alemán y, aunque no fue a la Universidad, siguió los avances científicos de la época a través de los libros. Con solo 13 años, escribió su primera novela, en la que advierte contra el peligro de las aficiones peligrosas en una sociedad con estrechos criterios morales y en la que la difusión de la lectura estaba empezando a crear un nuevo tipo de mujer. Aficiones peligrosas, que así se titulaba aquel primer libro inédito, reivindicaba el papel moral de la literatura y fue publicado en 2012, muchísimo después de que la autora se lo hubiera entregado en 1898 a su amigo y coleccionista José Lázaro.

Ya no era una niña cuando se casó, con 16 años, aunque hoy en día lo pareciera. Era 1868, el año de la Gloriosa, tras la cual consiguió su padre ser diputado en Madrid. Cuando dejó el escaño, la joven pareja y los padres de ella viajaron por toda Europa y Emilia aprovechó para publicar en El Imparcial diversas crónicas de aquellos viajes que muchos años después agruparía bajo el título de Por la Europa católica (1901). Su matrimonio le dio para tener tres hijos: Jaime, a quien le dedicaría un poemario nada más nacer, Blanca y Carmen. El mismo año que fue madre, 1876, se estrenó también como escritora, con un ensayo dedicado a otro gallego por quien siempre sintió admiración: Estudio crítico de las obras del padre Feijoo. Tanto admiró al célebre ilustrado, que en 1890 fundó una revista con el título de una de sus obras, Nuevo Teatro Crítico, dedicada a esa rara costumbre del pensamiento social y político, más rara aún en una mujer.

Rechazada para la RAE

Fue exclusivamente por ser mujer por lo que no ingresó en la Real Academia de la Lengua (RAE), a pesar de su labor como consejera de Instrucción Pública nombrada por el rey Alfonso XIII, o de haber sido la primera mujer que presidió la sección de Literatura del Ateneo de Madrid, o la primera en ocupar una cátedra de Literaturas neolatinas en la Universidad Central de Madrid. Nada de ello sirvió porque muchos de sus colegas insistieron en que una mujer no podía ser académica. De hecho, no solo su propia candidatura fue rechazada tres veces, sino también las candidaturas que ella misma había propuesto antes: la de Concepción Arenal y la de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Mismo argumento: eran mujeres, y punto.

El romance con Galdós

Emilia Pardo Bazán no paró nunca de viajar ni de escribir. De hecho, publicó unas 40 novelas (no se pierdan La madre naturaleza, Insolación o La sirena negra), más de 500 cuentos y una veintena de ensayos. Por si fuera poco, y aparte de sus crónicas, artículos y ensayos dispersos por periódicos y tiradas limitadas, escribió una decena de obras teatrales y hasta biografías de grandes personajes, místicos y profanos: San Francisco de Asís, Hernán Cortés o Francisco Pizarro... O sea, que no le fue a la zaga a uno de los escritores realistas más prolíficos del momento, Benito Pérez Galdós, con quien empezó, poco antes de divorciarse, una relación epistolar que acabaría en amorosa, como se descubrió en 1970 tras la publicación de 32 cartas inéditas de Emilia a Benito. Luego se fueron descubrieron más cartas. También las hubo de Benito a Emilia, de igual a igual, aunque esa fogosa historia de amor entre dos gigantes de la literatura hispana no tenga su novela todavía. Ni su película.