Un valle gitano de lágrimas flamencas

El I Festival Flamenco Valle Gitano fue todo un éxito. Cuando los gitanos se organizan no hay quien los pare. Le auguramos futuro a este festival. Por la gloria del Planeta

Manuel Bohórquez @BohorquezCas /
23 jun 2018 / 10:22 h - Actualizado: 23 jun 2018 / 13:40 h.
"Flamenco","Los Gitanos","Farruquito"
  • Imagen de uno de los momentos de la emotiva velada. / Jesús Barrera
    Imagen de uno de los momentos de la emotiva velada. / Jesús Barrera

Pueden estar contentos en la Hermandad de los Gitanos de Sevilla, porque el I Festival Flamenco Valle Gitano ha sido un éxito de público, que era lo que importaba: el motivo principal de su creación era la recaudación de fondos para la obra social de la Hermandad. Casi mil personas entraron en los Jardines del Valle, donde jugaron de niños Arturo, Pastora y Tomás Pavón, criados en esa parte de Sevilla en la que nacieron los dos últimos.

Los tuve toda la noche en la cabeza mientras miraba la antigua muralla. También a Francisco Pavón El Paíti, padre de los tres genios del cante, que estuvo de machacador en la fragua que tuvieron los Lérida en la calle Sol, sucursal de la que tenían en el Callejón de San Miguel de Triana, en la zona de lo que hoy son las calles San Juan Evangelista y Febo, donde nacieron gitanos herreros y cantaores como Juan Pelao y su primo Francisco la Perla.

Aunque toda la gloria se la haya llevado Triana, esta zona de Sevilla fue un importante asentamiento de gitanos. De hecho, la calle Jáuregui, en Santa Catalina, era conocida como de los Gitanos y si miramos los censos de vecinos de hace dos o tres siglos, aparecen muchos apellidos gitanos que luego acabaron en el arrabal. Apellidos que llevaron personajes tan trianeros como el mítico Curro Puya, Vega, o García, de los Cagancho o los Pelao.

Hay artistas que se tienen como nacidos en Triana y en realidad lo hicieron en San Román, Puerta Osario o San Roque, como es el caso del célebre romancista gitano Juan José Niño López, uno de los hijos de El Brujo del Puerto, que nació en la calle Conde Negro, calle de gitanos herreros y cantaores.

Pensaba en ellos mientras veía a tantas personas en los Jardines del Valle y escuchaba cantar a Pedro el Granaíno, Esperanza Fernández o el maestro José el de la Tomasa. El Tomasa, por cierto, había cantado ya en este lugar hacía más de cuarenta años, en un mitin de La Pasionaria, como me recordó con el pájaro de la emoción posado en su rostro. Pensaba también en La Juanaca, la cantaora malagueña del XIX, que vivió en la calle Butrón, donde nació la Niña de los Peines, en febrero de 1890. Y en Antonio Pozo El Mochuelo, de la calle Sol, hijo de un barbero de Osuna. Lástima que nadie recordara la noche del pasado viernes la historia flamenca de esta zona de la capital de Andalucía, porque la ocasión la pintaban calva.

No hizo calor ni frío. Como diría Jesulín de Ubrique, cero grados. La noche acompañó y artísticamente fue más que aceptable, con un Pedro el Granaíno tan gitano como acostumbra, aunque cantando por Enrique Morente –o sea, por el Tío Enrique–, una Esperanza Fernández muy fresca y un José de la Tomasa en maestro y con letras tan suyas como esta:

Mira qué gitano soy,

que cuando veo una pala

a cualquiera se la doy.

La que le hubiera liado Demófilo de haber aparecido por aquellos jardines tan frescos y tranquilos.

Pero además de estos tres artistas y sus respectivos acompañantes, entre ellos el gran Paco Cortés y el no menos grande Rafael Rodríguez, estuvo Farruquito, el genio de la casa de Farruco. Y antes que él, un cuadro trianero en el que destacó el bailaor Paco Vega, la elegancia personificada. Y Antonio el Cordobés, que está hecho un pincel y baile tan natural como anda. Y otros tantos: María Vizárraga, El Perla, Manuel el Pati, José y Juan Lérida, Joaquina Amaya, Salud Vega, Lidia Vega, Melchor Santiago y otros.

Hubo emoción a raudales, pero cuando se subió doña Matilde Coral al escenario para recibir un homenaje, el de ella y el de su marido, el gran bailaor Rafael el Negro, el Valle era un valle de lágrimas gitanas y flamencas, valga la redundancia. Tenían que haber visto las caras de Curro Romero y Cristina Hoyos, presentes en el festival. Matilde hablando del bueno de Rafael y la luna dejando ver esas lágrimas negras de las penas, que los flamencos derraman como nadie.

Menos mal que había un chiringuito donde pudimos ahogar las penas y secarnos las lágrimas. Tres euros cincuenta por una cerveza y un montadito de carne mechada, lomo o tortilla. Cerca del chiringuito había una gitana vendiendo cositas de la Hermandad. Dos flamencas repartían romero por el recinto. La cola del retrete portátil llegaba a la Campana. Y en los balcones de los pisos que dan al recinto una señora controlaba con una enorme linterna a los que se salían de la cola para hacer pis en un rincón. «O te das la vuelta o te zampo una maceta en la cabeza, tú verás, que eres mu flamenco».

Cuando los gitanos se organizan no hay quien los pare. Le auguramos futuro a este festival. Por la gloria del Planeta.