Nadie se acuerda ya de Carmen Tórtola Valencia. Sin embargo, esta mujer nacida en el barrio de Triana, en Sevilla, fue en su época, finales del siglo XIX y primer cuarto del XX, una cotizadísima bailarina, capaz de rivalizar con Isadora Duncan o la mismísima Paulova. Creció como persona y como artista en Londres y París, fue contemporánea y compañera de inolvidables actrices y cupletistas como Raquel Meller, y destinataria de los más ardientes poemas de admiradores como Valle-Inclán, Pío Baroja, Jacinto Benavente, Rubén Darío u otra gran olvidada por su condición de mujer, pero desde hace tiempo reivindicada y recuperada, Emilia Pardo Bazán. Tórtola no solo fue mujer, sino comprometida, provocadora, exótica y transgresora, y eso no se perdona a su sexo. Aunque tuvo muchos amantes masculinos, vivió casi toda su vida de adulta con otra mujer, a quien adoptó para evitar habladurías. Se declaró republicana y a favor de la independencia catalana. Incluso parece ser que custodió el corazón de Francesc Maciá, quien proclamó la efímera República Catalana en 1931 y fundó Esquerra de Catalunya, siendo sustituido a su muerte en 1933 por Lluís Companys. Todo eso no le impidió cultivar también una fuerte amistad con Pilar Millán Astray, la muy reaccionaria y monárquica autora de La tonta del bote. Muchos detalles como para no ser olvidada. La Historia, siempre tan oportuna y conveniente, silenció a Carmen Tórtola, la mujer que desafió a su época con su danza provocadora, sus ideales revolucionarios y sus preferencias sexuales. Naturalmente con todo lo que se venía encima en este desdichado país, había que silenciarla y olvidarla.

La ciudad de Valencia celebra estos días la figura y la trascendencia de Carmen Tórtola con una estupenda obra teatral y musical que se representa en el Rialto, sede también de la Filmoteca Valenciana, un año después de su estreno y de cosechar varios y muy merecidos premios de las artes escénicas de Levante. Begoña Tena es la autora de su excelente texto, y Rafael Calatayud lo dirige, mientras la actriz María José Peris da vida a la emblemática protagonista, secundada por Resu Belmonte como Ángeles Magret, su amor y compañera de vida, Marta Chiner sensacional como Pilar Millán Astray, y tres bailarinas que personifican distintas etapas en la vida y el arte de la homenajeada. El resultado es un apasionante, meticuloso y meritorio ejercicio de justicia, que recupera tan importante personaje para la posteridad y procura dar voz a quien fue silenciada durante tantos años de penuria emocional e intelectual, más ahora que las sombras de la intolerancia acechan tan cerca.

Tórtola coincide en Valencia con una suntuosa producción de Nabucco de Verdi en el Palau de les Arts, protagonizada por Plácido Domingo en su faceta de barítono encarnando al famoso rey de Asiria, Nabucodonosor. Un espectáculo operístico que estos días ha sido noticia más por su carácter morboso que el puramente artístico. Todos los medios se han apresurado a destacar el aplauso unánime y el apoyo incondicional del público valenciano al tenor, y ahora barítono madrileño, tras las enormes ovaciones recibidas en otras plazas europeas como Salzburgo, frente al desprecio que se le ha dispensado en Estados Unidos, cuna según parece del puritanismo más extremo. Todo, ya se sabe, a colación de las casi dos centenares de denuncias que antiguas aspirantes a cantantes de ópera, en su mayoría, han hecho respecto a los presuntos abusos sexuales causados por el artista. Algo que siempre se ha sabido y hoy justificamos como conductas de otros tiempos, admitidas y habituales. Incluso en estas mismas páginas hemos argumentado esa justificación y defendido la conveniencia de separar la moral y la conducta del mérito y el talento como artistas. Pero incluso a falta de juicios concretos, no hubiera estado de más no ya un mero reconocimiento o un mea culpa justificado por las circunstancias, sino una disculpa pública y una intención de resarcimiento que no se ha producido. Una vez más sin embargo son ellas las silenciadas, y su dolor sacrificado a favor del gran artista, del poderoso, de quien justamente haciendo abuso de ese poder despreció a la mujer y sus sentimientos, que ya sabemos que como ser encantador y atractivo nunca lo hizo. Puede que fuesen conductas del pasado, justificadas coyunturalmente, pero sabemos de muchos hombres que incluso entonces respetaban a la mujer y no hubiesen abusado ni de su poder ni de su presunta superioridad. El respeto ha de existir siempre, antes y ahora, no es un invento moderno.

El Nabucco de Verdi que se representa en Valencia es un espectáculo suntuoso, excelente en su vertiente musical y sorprendente en su concepción como metateatro. Asistimos a una posible recreación del estreno de la ópera en la Scala de Milán en 1842, con palcos ocupados por la aristocracia de los invasores austriacos, y una escena en la que se representa paralelamente la ocupación de los territorios hebreos por los asirios en tiempos bíblicos. La recreación pasa por decorados y vestuario tan de la época y tan del gusto americano y hollywoodiense; la eficaz producción viene de Washington, Minnesota y Filadelfia. En cierto punto el elenco se enfrenta al público figurante ataviado con ricos disfraces que recuerdan al decadente Gattopardo, dando pie a un Va, pensiero en forma de bis que ejemplifica el carácter de reivindicación que el célebre coro acuñó como canto de libertad del pueblo italiano.

Además de apreciar por supuesto la incandescente e inapagable voz de Plácido Domingo, que en su nueva tesitura ha perdido naturalmente algo de su característico e inconfundible timbre, pudimos disfrutar de la vigorosa y rutilante voz de Anna Pirozzi como Abigail, el aterciopelado timbre de Arturo Chacón-Cruz como Ismael, y la flexibilidad y dulzura de Alisa Kolosova como Fenena. Coros y orquesta hicieron un trabajo ejemplar, quizás algo falto de matices y sutilezas en el caso de la batuta de Jordi Bernàcer, pero en cualquier caso apoyado en un sonido soberbio y muy preciso tanto de la Orquesta de la Comunidad Valenciana como del Coro de la Generalitat. Hubo muchos aplausos y vítores merecidos a una gran leyenda imperecedera del canto lírico, para nada en la función del domingo esa rendición de pleitesía brindada al artista como compensación a los presuntos agravios perpetrados por sus víctimas y los fariseos que le han condenado, aunque nos consta que sí hubo algo de eso el día del estreno, el pasado lunes 2 de diciembre, a juzgar por las cientos de octavillas que se tiraron desde lo alto en forma de agradecimiento y devoción al gran artista. Pero no hay que olvidar que ha causado dolor y que las voces de sus denunciantes no pueden ser calladas. Nada ni nadie puede seguir legitimando el silencio de la mujer, ni siquiera la admiración que inspira y sin duda merece un artista de la talla de Plácido Domingo. Eso no solo no mitiga el dolor sino que lo acentúa, y es inadmisible.