Silencio, aquí se está construyendo un estadio

El nuevo Gol Sur del Villamarín, la obra civil más importante que se ejecuta en Sevilla en la actualidad, casi no levanta protestas entre los vecinos de Heliópolis a pesar de su enorme envergadura

20 oct 2016 / 07:00 h - Actualizado: 23 oct 2016 / 23:24 h.
"Real Betis","Demasiado ruido"
  • Panorámica de las obras en la actualidad, con la construcción del aparcamiento subterráneo / Manuel Gómez
    Panorámica de las obras en la actualidad, con la construcción del aparcamiento subterráneo / Manuel Gómez
  • En la explanada es donde se corta la ferralla, el acero corrugado que reforzará las estructuras de hormigón / Manuel Gómez
    En la explanada es donde se corta la ferralla, el acero corrugado que reforzará las estructuras de hormigón / Manuel Gómez

Es mediodía de un martes laborable cualquiera y en la calle Iguazú, por encima del trajín diario de coches que vienen y van hacia Reina Mercedes, impera un ruido que procede del estadio Benito Villamarín. Allí se ejecuta desde hace unos meses la obra civil más importante de Sevilla en este momento: la construcción del nuevo Gol Sur. Unos metros más allá, ese zumbido se mezcla con el agua de riego de los jardines de los chalets que hay entre el campo del Betis y el hotel donde suele concentrarse el equipo. Es un ruido incesante, que no insoportable. Pero lo curioso, lo inesperado, es que no proviene de la obra en sí. La fuente está mucho más arriba, en la grada de Voladizo: son dos empleados que a esa hora del día limpian con unos sopladores los asientos y el cemento de los muchos desperdicios que hay allí. Hace tres días se ha disputado el Betis-Real Madrid.

La obra del Gol Sur del Villamarín, que el Betis comenzó a finales de junio con la demolición del viejo palomar y prevé concluir en mayo de 2017, es ruidosa, cómo no. Su envergadura es tal que por supuesto resulta imposible que sea silenciosa. Pero no molesta todo lo que los profanos y los vecinos podían esperar y temer, respectivamente. En la calle Orinoco, en la confluencia entre Iguazú y el final de La Palmera, los aspiradores de Voladizo pierden resonancia en beneficio de un ruido más metálico, más de la obra en sí. No es extraño: plantada en una de las esquinas del estadio hay una grúa de unos 80 metros sobre la que dos operarios caminan como el que no quiere la cosa. Pero para ser sinceros, en la escala sonora del entorno gana la tropa de coches de la avenida. El tráfico contamina, también acústicamente.

En Guayas, la primera bocacalle de Orinoco paralela a Iguazú, a menos de 100 metros de la grúa y el socavón donde se construye un aparcamiento subterráneo que tendrá capacidad para 400 vehículos, hay tal falta de estruendo que incluso se oye algo de flamenco. El soniquete corresponde a la Fundación Cristina Heeren de Arte Flamenco, con una cara en dirección a La Palmera y la avenida de Jerez y otra frente a la gran obra. «No nos molesta nada, ni nos enteramos», explica la encargada. En efecto, al otro lado del recibidor hay una clase de guitarra española y allí sólo se escuchan los acordes del profesor. Y no hay aislamiento especial, sólo un doble acristalamiento.

De vuelta a Iguazú, en la consulta de un psicólogo, admiten que la demolición del viejo Gol Sur, que apenas duró algo más de una semana, sí provocó demasiado ruido, aunque los principales inconvenientes fueron la reducción de aparcamientos y la polvareda diaria. Aun así, la propia empresa que echó abajo la antigua grada contrató un servicio de limpieza que ponía la calle en orden todas las tardes. Es más, recuerdan que la primera fase de la obra, que afectó a Fondo y Gol Norte y terminó en 2000, incluso hizo que salieran ratones del subsuelo.

AL FINAL DE LA EXPLANADA

A estas alturas del proyecto, a la espera de que la gran estructura de hormigón empiece a erigirse, el punto crítico se encuentra al otro lado de Iguazú, en la explanada adyacente al estadio. Allí se corta la ferralla, el acero corrugado que reforzará las estructuras de hormigón del nuevo graderío. Es seguramente la fuente de contaminación acústica más importante, en clara competencia con las excavadoras que aún trabajan en el solar de la futura grada. El presidente de la asociación de vecinos Los Andes, Juan Luis Manfredi, admite que la obra no molesta en las calles interiores del barrio pero se teme lo peor en Doctor Fleming. Lo único que separa esa calle del descampado de las máquinas es nada. Sin embargo, no es tan fiero el ruido como lo pintan.

Sola ante el peligro (acústico), frente por frente al recinto donde se corta el metal, se encuentra la escuela infantil Los Pitufos. Decibelios por doquier más niños chicos, mala combinación. Pues no. «No hay ningún problema, cerramos la puerta y no se oye nada. Y la puerta es de metacrilato», explica la administrativa, María José Rodríguez. La obra no estresa a los chavales ni siquiera cuando salen al patio en busca de sus pequeñas bicicletas. Viven en su mundo, está claro. Y los adultos, asegura la empleada, están más preocupados por encontrar un sitio donde dejar el coche que por el ruido ambiental.

Un poco más lejos, en la esquina entre Doctor Fleming y la emblemática calle Tajo, el ruido de la excavadora se ha transformado ya en una especie de murmullo. En el colegio Nuestra Señora de las Mercedes, de la Fundación Educativa Doctrina Cristiana, la respuesta es la misma: nada de ruidos, nada de molestias, nada de quejas. «Los niños hacen más ruido», bromea la responsable de la conserjería. Tajo adentro, a 50 metros de la explanada, en La Tienda de Rosi, donde otrora los jugadores de la cantera del Betis se tomaban un bocadillo en condiciones después del entrenamiento, ocurre lo mismo que en el resto de este histórico barrio de casas señoriales: si se oye algo, son los coches que de vez en cuando pasan por allí.

EL ENTORNO FÍSICO FAVORECE A LA OBRA

La mezcla de excavadoras, grúas, martillos mecánicos, cortadoras de ferrallas, camiones y maquinaria pesada en general no da como resultado un entorno silencioso y agradable, tipo biblioteca, y eso es innegable, pero hay algo que beneficia a la obra del Gol Sur y reduce su impacto acústico sobre los edificios colindantes: se trata de un espacio muy abierto. «La ventaja es que no rebota, no reverbera, no tiene eco. Si fuesen calles más estrechas, habría más problemas», explica José Luis del Río, director general de Heliopol, la empresa adjudicataria de la obra. En todo caso, el directivo no niega la mayor: «Ruido habrá. La envergadura de la obra es como la de construir un puente, no se puede evitar. Y ahora mismo casi no hay ruidos porque el proyecto está en una fase en la que no hay una maquinaria que genere una gran contaminación acústica», añade.

La actividad es continua en el Villamarín y los dos solares adyacentes: la explanada, cuya mitad ha sido ocupada por los trabajos de la obra; y el descampado donde se levantará el Gol Sur. La faena comienza entre las 7 y las 8 de la mañana y se prolonga hasta las 18.00 de lunes a jueves y las 14.00 los viernes. Es lo que hacen los encargados del movimiento de tierras, metros y más metros cúbicos que salen del suelo heliopolitano y se llevan a Alcalá de Guadaíra. Pero fuera de ese horario sigue habiendo trabajo. Por ejemplo, el 12 de octubre no hubo fiesta y algún sábado, cuando el Betis no juega en casa, tampoco hay descanso. Entre semana puede verse a operarios por allí hasta las once de la noche.

El Gol Sur es la segunda y penúltima fase del proyecto que el arquitecto Antonio González Cordón dibujó para remodelar el estadio del Betis. La primera consistió en la demolición y construcción del Gol Norte y Fondo, que fueron inaugurados en 2000. La tercera, todavía sin plazos, afectará a Preferencia, aunque el Betis aprovechará esta obra de ahora para someter la tribuna principal a un lavado de cara. O ‘restyling’, según la terminología moderna.