Un patrimonio inmaterial

Los horarios demenciales propician estampas para la vergüenza. Mientras sus ídolos se baten el cobre, cientos de niños cumplen con su odisea semanal en las decenas de partidos de fútbol base fijados para la tarde del viernes.

23 sep 2016 / 23:48 h - Actualizado: 23 sep 2016 / 23:56 h.
"Javier Tebas","Ángel María Villar","Gustavo Poyet"
  • Rafa Navarro firmó una notable participación personal. El de Valencina de la Concepción figuró en el carril siniestro. / Manuel Gómez
    Rafa Navarro firmó una notable participación personal. El de Valencina de la Concepción figuró en el carril siniestro. / Manuel Gómez

El fútbol es patrimonio inmaterial de la niñez, la etapa de la vida en la que Javier Tebas o Ángel María Villar son una sencilla entelequia. Los horarios diseñados por el negocio de la televisión han contribuido a que el éxodo de los imberbes de los graderíos de Primera División sea sencillamente alarmante. El Betis, Real y Balompié desde que fue concebido, es un imán para las plataformas televisivas, que han abonado al conjunto de Gustavo Poyet a la noche de los viernes, la franja preferida y hoy desaparecida de aquella LEB Oro de basket.

El Benito Villamarín presentó un aspecto digno del gozo y el jolgorio colectivo, aquella sensación que invade al personal cada 15 días cuando los abrazos se fusionan en el momento en el que el gol respira en verde y blanco. Como un cruel castigo, cientos de niños en edad de crecimiento no acudieron ayer a La Palmera para alentar a sus ídolos porque debían cumplir cita en el césped. Como los alevines del Tinte de Utrera, el FB Carmona o el Tabladilla, tres de las decenas de equipos que, por la saturada ocupación de sus terrenos de juego, coincidieron en hora con la tropa de Gustavo Poyet.

Aquellos de rostro pueril que sueñan con emular a Rubén Castro, Álex Alegría o el irrepetible Joaquín debieron consolarse con sus propias peripecias en lugar de las de sus ídolos, unos ídolos ajenos a un sistema horario demencial y no apto para generar nuevos adeptos. Los niños son inmunes a la locura y la sinrazón. Y en el Villamarín había cientos de zagales que, bufandas en ristre, sonrieron cuando el árbitro decretó el final. Una mínima representación de un colectivo que es mayoría cuando el reloj es el aliado.

Los niños, adictos a la verdad, despidieron al Real Betis al ritmo de aplausos. De fandangos y bulerías. Por tonás que ahora es la Bienal de Sevilla. El fútbol, patrimonio inmaterial de la niñez, regaló una noche de viernes para la felicidad y el regocijo general. Porque los jóvenes ni recuerdan ni pretenden recordar ni la polémica del derbi ni las críticas de Poyet. Ellos sonríen. Sólo sonríen cuando el Betis gana.