La final de la Europa League revolucionó Nervión, San Pablo, Santa Justa, Triana, Macarena, San Marcos, Valdezorras, San Diego, Pino Montano, Sevilla Este, Alcosa o Torreblanca. Las calles fueron durante horas un desierto de viandantes y un termómetro real de la trascendencia de la enésima cita de prestigio que el Sevilla FC afrontaba en Basilea. Pero no sólo fue una noche de transistores, pantallas gigantes y taquicardias en la capital, sino también en los 105 municipios que decoran una provincia de cine y fábula.
En Los Rosales, un nutrido grupo de aficionados multiplicaba los decibelios del salón principal de Anca Raúl, uno de los establecimientos hosteleros más concurridos del municipio. La primera ocasión de Kevin Gameiro motivó a los jóvenes que, asidos a una bufanda y una bandera, espoleaban desde la distancia a los hombres de Unai Emery. A unos kilómetros de Los Rosales, los incondicionales del SFC de La Campana maldecían el 1-0 de Sturridge mientras los refrescos y las tapas agitaban a la clientela del Bar Román. Eran momentos de dudas y tensión que inquietaban a los hinchas que confiaban en la épica en el corazón de la Peña Sevillista de Osuna.
El descanso originó unos minutos de tregua en Guillena, donde una pantalla gigante reunía a cientos de aficionados ávidos de festejar otro hito en el Viejo Continente, y Albaida, uno de los centros neurálgicos del Aljarafe donde los peñistas rindieron honores a los rocieros que regresaban a pie de Almonte. Y, de repente, el gol de la reacción de Gameiro y el doblete de Coke, inmortal en los corazones de los sevillistas de Villaverde. El final fue el inicio de la fiesta en Los Corrales, Cazalla de la Sierra, Castilleja, Barcelona, Bilbao o Almendralejo, allí donde David Feito, uno de los símbolos de la historia moderna del Coria CF, sostenía a su hijo para que viviera su primera noche de éxtasis como neonato sevillista.