El duelo que Europa merece

38.512 almas enfervorizadas, 22 tipos en pantalón corto, ocho copas Europa League y un único destino

18 may 2016 / 11:10 h - Actualizado: 18 may 2016 / 10:05 h.
"UEFA","Liverpool FC"
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38.512 almas enfervorizadas, 22 tipos en pantalón corto, ocho copas Europa League y un único destino plateado. Sí, ha leído bien. La suma de títulos es ocho. Cuatro del más laureado en estas lides, tres del que le sigue y uno que explica la batalla. La octava es esa que aguarda impaciente el beso de capitán, la Europa League número 45 por la que pugnarán dos colosos de la extinta Copa de la UEFA. Sevilla y Liverpool, football clubs centenarios se citan prestos a engrosar sendos palmareses atiborrados de honores en el torneo en liza. Los sevillanos, codiciosos de ser aún más únicos en su especie. Y el equipo red, a igualar el ciclón andaluz que en una década pulverizó los registros. Cuando el sueco Jonas Eriksson haga sonar el pitido inaugural, en la exactitud suiza de las 20.45 de este miércoles 18 de mayo del 16, arrancará la mejor final posible en la Europa League. Nunca antes los contendientes sumaban tantos quilates de metal argénteo en sus vitrinas.

Al fin y al cabo, la historia del fútbol universal está salpicada de batallas legendarias. De lances que se solapan a los anales del balompié como el afanoso marcador se adhiere al ariete caído en suerte. Una final legendaria es la oda sublime con la que todo aficionado sueña. La que da estirpe a los torneos, y no por derroche de juego excelso y goles de infarto, sino por el peso de los escudos cosidos en el pecho. Enseñas que obligan a dar el todo. A pelear cada palmo de terreno como almas que lleva el bendito diablo que nunca hinca la rodilla. El que en un alarde de eufemística mojigata llamamos orgullo. Que nadie dude que hoy se vivirá un raudal de soberbia. Ínfulas de campeón en un reducto verde de un córner del mapa de Suiza.

Será allí, en la esquina helvética que separa Francia y Alemania, el lugar en el que se dirima el duelo que la competición continental merece y anhela. En la misma ciudad que allá por 1954 se fundara la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol –por sus siglas la conocerás: UEFA–. Basilea acoge por primera vez una final de Europa League, aunque no así de otros grandes encuentros europeos. Saint Jakob-Park fue uno de los estadios fetiche de la desaparecida Recopa. Hasta cuatro finales de esta antigua competición europea, erradicada en 1999, se han librado en la capital del cantón germanófono. Con dispar fortuna patria. En dos de ellas participó el F.C. Barcelona, derrotado por el inesperado Slovan de Bratislava en el 69 y vencedor una década después, frente al Fortuna Düsseldorf. El feudo del FC Basilea –precisamente eliminado en octavos por el Sevilla– Joggeli, como es conocido por la parroquia local, también vio tocar la gloria al Dinamo de Kiev y a la Juventus, triunfadores de la Recopa del 75 y del 84, respectivamente.

PERDEDOR INÉDITO

Solo hay algo peor que ganar una final. Perderla. Un axioma tan perogrullesco como desconocido para Sevilla y Liverpool. Ambos cuentan por victorias sus encuentros en el partido clave de la Europa League. Aunque en épocas bien distintas, hablamos de dos grandes dominadores de una competición que los muestra como exponentes de grandeza en los setenta y entre las dos primeras décadas del nuevo siglo. El Liverpool tomó pronto la senda del éxito en el torneo. Corría el año 73, en la segunda entrega de una disputa creada apenas un año antes para enfrentar a los mejores clasificados de las ligas europeas allende al campeón, que competía en la Copa de Europa y por detrás de la Recopa, que enfrentaba a los campeones de las copas nacionales. La Copa de la UEFA sucedió a la restrictiva Copa de Ferias, una competición que no estaba bajo el abrigo de la UEFA y en el que sólo entraban en liza clubes de fútbol y equipos representativos de ciudades europeas que albergaran ferias de muestras internacionales. Esa segunda final la disputaron Liverpool y Borussia Mönchengladbach dos de los mejores equipos del certamen europeo cuyos estiletes eran nada menos que Kevin Keegan y Jupp Heynckes. Pura dinamita. Los de Merseyside se llevaron el gato al agua en una vibrante final de ida y vuelta –hasta 1998 se decidía a doble partido–. El Gladbach tuvo la opción de revancha apenas unos años más tarde, en el 77 y en la final de la Copa de Europa, pero de nuevo Keegan, que en esta ocasión no marcó, y Clemence, el mítico portero red, fueron claves para que la orejona volara hasta la ciudad de los Beatles.

La segunda Copa de la UEFA arribó al estuario del río Mersey apenas unas temporadas después, en el 76, siendo además el inicio de una supremacía continental de los pupilos del legendario Bob Paysley que haría que en las dos temporadas siguientes sumara sendas Copas de Europa. Esa final del 76 los enfrentó al Brujas de Ernst Happel, que se puso 0-2 al poco de empezar el partido de ida, disputado en Anfield. Empujados por el You’ll never walk alone, y en cuestión de seis minutos (del 59 al 65), el tridente formado por Keegan, Fairclough y Toshack volteó el marcador. En la vuelta, celebrada en el Olympiastadion de Brujas, no hubo ocasión de deshacer el empate al que se llegó por mediación de Keegan.

En la historia del Liverpool existe un hecho curioso pocas veces valorado. Su dorado periplo europeo por los años setenta le proveyó los primeros cinco títulos continentales de los once que atesora en la actualidad. Las dos UEFA y las dos Copas de Europa (el otro título fue una Supercopa) los consiguió frente a los mismos rivales: Gladbach y Brujas.

Años de sequía antecedían al que hasta ahora es el último entorchado de Liga Europa que alumbra las vitrinas de Anfield. Tras derrotar al FC Barcelona en semifinales, el buen equipo de Gerrard Houllier se enfrentaba en la final de Dortmund a un desconocido en Europa, el Alavés. El conjunto español, hoy día a punto de retornar a Primera División, era por aquellos años poco menos que la sensación del panorama futbolístico patrio, en una época en la que los clubes españoles no derrochaban éxitos en esta competición, desierta en la piel de toro desde el 86, cuando la ganó el Real Madrid. Owen, Gerrard, Hamman, McAllister, Heskey, Hyypia y Westerveld, entre otros, frente a un elenco de jornaleros del fútbol: Martín Herrera, Karmona, Contra, Téllez, Geli, Desio, Jordi Cruyff y Javi Moreno, aquel delantero rápido y oportunista que ese año metió goles de todos los estilos y colores. La final fue la mejor que se recuerda. Goles por doquier (5-4), remontada, prórroga, expulsiones y crueldad de gol de oro, en propia meta, para más señas. Y también fue el partido que devolvió a la élite europea a una de las míticos escuadras del viejo continente, durante años penalizada, legal y deportivamente, por los sucesos de Heysel.

15 años después, el Liverpool vuelve a la final, ahora sin los agobios de haber penado durante años pero con ansias renovadas. Una de ellas es recuperar ex aequo el cetro europeo de equipo con más entorchados en la Copa de la UEFA y evitar, que otro equipo emule lo que solo han conseguido Bayern, Ajax y Real Madrid en Europa: vencer durante tres años consecutivos en una copa continental. Amén de otro hito al alcance sevillista: cinco campeonatos del mismo torneo continental en una década, esto último, solo alcanzado por el Real Madrid de Di Stefano. Pero lo que hay en juego supera las estadísticas: cuarenta medallas de oro, la réplica en tamaño original del famoso trofeo plateado y otro título al palmarés. Con recompensa extra: participar en la próxima edición de la Champions League. En el caso del equipo de Nervión, hay un plus en forma de satisfacción. La UEFA ya no da copas en propiedad, pero sí le otorgará una marca distintiva por ser el primer equipo que logra uno de los preceptos marcados. Ganar tres consecutivas o cinco en total. Nadie puede presumir de ello.