El número de Immobile

Juan Muñoz volvió a sentirse goleador, lo que siempre ha sido y siempre será. El conflicto de su renovación le llevó a un complicado ostracismo y ahora, con la salida del italiano ve la luz

29 ene 2016 / 00:11 h - Actualizado: 29 ene 2016 / 00:11 h.
"Fútbol","Copa del Rey","Juan Muñoz"
  • Juan Muñoz celebra su gol al Mirandés. / Adrián Ruiz de Hierro
    Juan Muñoz celebra su gol al Mirandés. / Adrián Ruiz de Hierro

Ocho minutos estuvo viva la eliminatoria en Anduva. El tanto de penalti de Iborra colocó al Sevilla FC en las semifinales de la Copa del Rey y mariposas en el estómago del sevillismo. Ahí está, de nuevo, a las puertas de otra final. El sorteo de este mediodía volverá a vivirse con nervios, emoción y el deseo de evitar al Barcelona. Hasta este paso, la Copa sólo ha dado satisfacciones en Nervión, pero es que esa relación de amor del Sevilla FC con el llamado torneo del KO es ya una tendencia histórica. Siete semifinales desde 2004, después de los azulgrana, el equipo más copero en España del Siglo XXI. Y con su glorioso historial en la Europa League, sólo cabe concluir que hay pocos clubes que se muevan como el Sevilla en esos cara a cara donde sólo uno se mantiene en pie.

Esta Copa ya será inolvidable para Juan Muñoz, pase lo que pase. En Anduva, ese campo con tanto sabor a fútbol de antes, a fútbol genuino, el canterano hizo su primer gol oficial con la camiseta de su vida. Cuando empujó a la red el centro de Vitolo, se hizo la luz para el de Utrera, sumido en la oscuridad por una negociación que se complicó a extremo, y que por momentos le dejaba sin esa zamarra que lleva desde hace once años. Para Emery quedaban varios objetivos pendientes, como siempre, después del gol de Iborra, amarrado ya el pase. Y no sacó a Juan del césped cuando dio entrada a Llorente, porque quería recuperar no a un goleador, sino a dos, uno de ellos heredero del número que llevaba Immobile. Y el goleador sevillista de las pretemporadas miró al cielo y se tocó el corazón. Gol dedicado a su padre, recientemente fallecido, y reconciliación publicitada con un escudo con el que por primera vez había peleado, aunque fuera en un despacho y con intermediario. Once minutos había disputado en lo que va de temporada, once minutos en el partido de Turín, en la Champions. Ayer volvió a sentirse futbolista, volvió a sentirse goleador. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Anduva es el inicio del camino.

Las sensaciones de Juan Muñoz le son ajenas ahora a Fernando Llorente, torpe, muy torpe en el área que tango ha dominado en su carrera. No tiene ni suerte. Marcó y se lo anularon por fuera de juego del pasador Coke, que sí acertó con la red después. El riojano no avanza, lo que crece es la preocupación por una inversión instalada de momento en el fracaso. Y no es cualquier inversión. Estaba muy serio en el banquillo, como ausente. La lluvia fina de Miranda de Ebro le traería recuerdos de aquellos tiempos en los que rugía de león, con la camiseta del Athletic, que era para él como la del Sevilla para Juan Muñoz. Pero, en cambio, en aquella negociación suya acabó en Turín con la Juventus y desde entonces no ha vuelto a ser el mismo. Y va pasando el tiempo. Es la pieza más costosa, nunca mejor dicho, de encajar que tiene Unai Emery, un reto patrimonial.

Un gol bajo la fina lluvia de Miranda de Ebro tampoco hubiese significado un vuelco en su situación, como sucedió con Immobile en Logroño, pero al menos le hubiese unido de alguna manera al éxito de estos cuartos de final. Tal vez esta Copa le tenga reservado un hueco en la foto más importante.