El sevillismo no hace prisioneros

CONTRACRÓNICA. La era Sampaoli llega a su fin con el equipo en Champions y una sensación de indiferencia respecto al técnico, que ha querido hacer ver a todos una realidad paralela sin necesidad alguna. La afición le silbó al inicio del último partido del curso y ovacionó a los suyos

20 may 2017 / 23:27 h - Actualizado: 20 may 2017 / 23:30 h.
"Sevilla FC","Sampaoli"
  • Jorge Sampaoli, antes del partido contra Osasuna / Manuel Gómez
    Jorge Sampaoli, antes del partido contra Osasuna / Manuel Gómez

Llegó en un clima de lógica incertidumbre pero pronto comenzó a despejar dudas y a ilusionar con un equipo renovado que, por méritos propios, se coló en la fiesta de los más poderosos mientras estos se dejaban puntos por el camino, sabedores de que los títulos se deciden en el tramo final y había tiempo para recuperarlos. Sin embargo, cuando llegó ese momento, el Sevilla se había quedado ya sin agua. Jorge Sampaoli gastó toda en el desierto que él mismo creó a base de exigencia y de exprimir a un plantel que, hechos hablan, hoy por hoy no puede pelearlo todo, por muchas ganas y orgullo que le ponga.

El cuarto puesto en la Liga supone alcanzar el objetivo marcado por el club y debe valorarse en su justa medida. Con todo, resulta innegable que el curso se cierra también con el mal sabor de boca que dejó la forma de caer eliminado en la Champions e incluso en la Copa del Rey.

La próxima campaña, el Sevilla volverá a luchar con los mejores del continente si supera el playoff de la máxima competición. Y lo hará sin Sampaoli, un entrenador que se marcha de la entidad tras haber llevado a la afición a la indiferencia e incluso la decepción respecto a él.

Sampaoli ha errado en muchas cosas. Para empezar, desconocía el poder -el deportivo y el intangible- de los eternos aspirantes al título de Liga a los que pretendía hacer sombra y reventó al equipo de muchas formas en su intento de volar alto. Hasta este sábado, el Sevilla sólo había ganado tres de sus trece últimos partidos oficiales. Pese a ello, el técnico, vino a decir el pasado viernes que había peleado el título. Olvidó el insignificante detalle de que la Liga termina en mayo y no en enero

«La afición me recibirá como quiera, seguramente como ha consumido. Consumir de medios de comunicación que generan desigualdades con supuestos genera un condicionante. La gente tiene que estar orgullosa con el equipo, que peleó con otros inalcanzables», llegó a decir.

Sampaoli tampoco ha demostrado conocer a la afición del Sevilla. Si generalizar en su particular visión de los medios dista mucho de ser riguroso, considerar al aficionado un sujeto manejable por la prensa ya es...

Por si fuera poco, Sampaoli ha negado la evidencia hasta el último día. Hubiese sido comprensible decir que tu país te ha llamado para hacerte cargo de la selección -un sueño para cualquiera- y que lo estudiarías. Nadie se hubiese ofendido. Sin embargo, en su universo paralelo, Sampaoli puso a todos por mentirosos y el viernes vino a decir poco menos que se marcha casi obligado.

Sampaoli no sabe que el sevillismo no hace prisioneros. El sevillismo no le pide que ame el escudo más que nadie ni que se quede eternamente, pero sí que, mientras pertenezca al club, esté en lo que hay que estar. Y el argentino no ha estado de la forma en que su prestigio invitaba a pensar. La despedida que le dedicó la afición, con pitada generalizada antes del partido e indiferencia durante y tras el mismo, habla por sí sola. Todo lo contrario que a los jugadores en el cierre de un curso del que aprender.