Jorge Sampaoli aterrizó la semana pasada en Sevilla para ponerse al mando de un proyecto que no seduce a nadie. Quizá por ello el entorno sevillista ha aceptado -algunos a regañadientes- la vuelta de un hombre que se fue entre llamadas de la selección argentina en aquel año en el Leicester eliminó al cuadro de Nervión de la máxima competición europea. No obstante, el mérito de la decisión del técnico es indiscutible, y, si se es optimista, parece haber iniciado un proceso de lavado de cara al equipo, como se vio ante el Athletic de Bilbao.
El primer golpe sobre la mesa que ha dado el entrenador ha sido en la portería: un inesperado Dimitrovic asumió la responsabilidad de la meta en un duelo que no era, ni mucho menos, ante un rival ‘menor’. La apuesta de tocar al intocable Bono salió bien, pues el serbio estuvo seguro en todo momento, y no se le notó la falta de rodaje que suele darse en el caso de los guardametas suplentes. También sentó a Carmona, uno de los pocos que se salvan de la catastrófica temporada que ha efectuado el Sevilla hasta la fecha, aunque acabó saliendo para la segunda parte. En líneas generales, Sampaoli creó una ensalada que mezclaba rotaciones con fijos, presumiblemente tomando nota de los jugadores más adaptables a su sistema de juego.
Cabe destacar que se vio algo de la devoción que siente el técnico hacia los jugadores de su patria, con un Montiel que asumió bastante protagonismo en una banda en la que conectaba de cerca con el Papu. Una teoría que puede quedar en eso, una simple teoría, ya que Lamela, un hombre que ha sido de importancia durante lo jugado a las órdenes de Lopetegui, no salió de inicio. En cualquier caso, se asume que los jugadores de esta nación, generalmente muy conectados con Sampaoli, serán de relevancia durante esta segunda vuelta del entrenador en la capital andaluza, que no tiene sino un auténtico reto por delante si quiere devolver al Sevilla a la posición que merece.