Plebiscito en Nervión

Sin nada en juego, el Sevilla-Alavés se convierte en el escenario ideal para que la afición exprese su parecer por la gestión

17 may 2018 / 20:27 h - Actualizado: 18 may 2018 / 22:57 h.
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  • José Castro, en el palco del Sánchez-Pizjuán durante el Sevilla-Real Sociedad. / M. Gómez
    José Castro, en el palco del Sánchez-Pizjuán durante el Sevilla-Real Sociedad. / M. Gómez

La anómala situación de la Liga de cara a la última jornada permite anticipar en una semana balances y peticiones de responsabilidades. El Sevilla llega a esta jornada final sin nada de que hacer más allá de intentar sumar tres puntos y acabar la Liga con 58. Es por eso que, al jugar el cuadro nervionense en el Ramón Sánchez-Pizjuán y estar los ánimos revueltos entre la hinchada tras una temporada de continuos altibajos y un panorama futuro repleto de incertidumbre, el Sevilla-Alavés de este viernes puede convertirse en poco menos que un plebiscito. Una ocasión ideal para que la afición, sin temor a desestabilizar al equipo, se pronuncie sobre lo que quiera, aunque ya haya dejado muestras en partidos muy recientes, incluida la final de la Copa del Rey.

El caso es que a la hora de analizar la situación del Sevilla hay que ponderar no pocos condicionantes. No es sencillo y todo va de percepciones subjetivas. La temporada en sí, objetivamente, no es nada mala. Los resultados en dos de las tres competiciones son muy buenos: cuartos de final de la Champions y final de la Copa del Rey. Es más, en positivo se puede hacer la siguiente valoración del séptimo puesto liguero: es un fracaso, pero un buen mal menor visto el rendimiento en los otros dos torneos, que condicionó de forma evidente el devenir en la Liga. Digamos que el Sevilla ha conseguido que su fracaso sea coger la última plaza para disputar competiciones europeas, lo cual, visto con perspectiva, es más que loable. Para ello, eso sí, ha tenido que despedir muy costosamente a dos entrenadores (Eduardo Berizzo y Vincenzo Montella) e invertir más de lo previsto en el mercado invernal de incorporaciones.

Es este uno de los muchos puntos negativos que explican por qué gran parte de la afición tiene un regusto más que amargo en su paladar pese al notable alto en la Champions (eliminó al United y compitió dignamente frente al Bayern por las semifinales), el notable en la Copa (no es sobresaliente por la lamentable final disputada) y el suspenso en la Liga (convertible en aprobado raspado teniendo en cuenta los condicionantes).

No es el Sevilla el primer equipo ni el último que tiene que echar a dos entrenadores en una misma temporada. Sin embargo, como punto negativo a destacar queda la gestión de esos dos momentos. Berizzo fue despedido en diciembre, antes del parón. Fue sustituido por un Montella de ideas parecidas y que no llegó de forma inmediata. El italiano tuvo que rectificar después su plan de juego y no tuvo apenas tiempo para preparar una cita clave como el derbi, del que salió claramente perdedor. Su despido en mayo fue aún más rocambolesco, pues el equipo pedía a gritos un giro en el banquillo, pero la directiva prefirió echar al director deportivo, Óscar Arias, a la vez que mantener al italiano por recomendación precisamente del dirigente fulminado. Una semana después, Montella cesó como técnico.

La temporada empezó torcida desde el surrealista caso Vitolo. El canario, una de las estrellas del equipo, negoció con el Atlético de Madrid, que buscaba desesperadamente la forma de juntar dinero para ficharlo. Ante la tardanza, la directiva del Sevilla logró convencerlo para renovar, pero las prisas de José Castro por anunciar la buena nueva hicieron que Simeone, técnico atlético, realizara un órdago a su directiva: si no fichaban a Vitolo se iba. El Atlético se las arregló para subirle la oferta y raptar al futbolista cuando se dirigía a Nervión para firmar lo ya acordado verbalmente.

Este episodio, aún sin resolver del todo, con la salida de Monchi (y la forma de elegir a su sustituto) muy reciente y otros episodios pasados presentes en la memoria colectiva, siguieron destruyendo el crédito del presidente. Castro, además, se ha encontrado a lo largo de la temporada con la sombra de las sospechas del posible uso irregular de dinero del club para sus intereses privados (a Fiscalía ha anunciado que pedirá el sobreseimiento de la causa contra el presidente). Todo ello aderezado por ser el primer año en el que el máximo mandatario del Sevilla va a percibir remuneración por su gestión. Y, por si fuera poco, otra sombra que no se disipa: la posible venta del club a capital extranjero. Ninguno de los accionistas mayoritarios quiere pronunciarse con rotundidad (ni siquiera lo hicieron en la junta de accionistas cuando fueron cuestionados formalmente por ello). Ni los que mandan (familia Carrión y Sevillistas de Nervión), ni los que están fuera (familia Del Nido, que sigue dejando caer en privado que no venderá su paquete de títulos).

Cuando echó a rodar el balón, la atención general se centró en el césped. El Sevilla se metió en la fase de grupos de la Champions con susto gordo en el play off y empezó a acumular malas sensaciones que derivaron en no pocas humillaciones históricas, tanto con Berizzo (Spartak y Real Madrid) como con Montella (Eibar y Barcelona en la final copera; e incluso contra el Atlético en casa). Y encima perdió un derbi, algo que tenía que llegar tarde o temprano pero que complicó todo. Es más, provocó que tanto el entrenador (Montella), como el presidente del Sevilla (Castro), y más tarde los jugadores, centraran declaraciones y cánticos en el vecino, algo más que desterrado dentro del recuperado estatus de grandeza del club nervionense.

Y es que las declaraciones públicas tampoco han ayudado a calmar los ánimos de una afición que llegó a abroncar a Castro el día de la final de la Copa: tanto después del bochornoso 0-5 como antes del partido, lo cual es lo más sintomático del sentir general de la afición respecto al presente y futuro del club. Pocos días antes el presidente se había lamentado públicamente de que hubiera sevillistas que se quejaran por la temporada del primer equipo. Porque de la gestión del filial ha sido muy deficiente y casi secreta (nadie ha dado la cara salvo el entrenador cada fin de semana).

Hablando de futuro, he aquí el asunto más tenebroso y que seguramente sea la base de todo el malestar general: la incertidumbre sobre el proyecto de futuro inminente. A mediados de mayo, el Sevilla no consigue fichar un director deportivo de nivel (ha activado el plan B, un equipo de la casa con Caparrós al frente), no tiene entrenador (la pieza más importante) y hay serias opciones de que una de las estrellas, Lenglet, se vaya pagando sólo 35 millones de euros, una auténtica ganga actualmente. No es el presente, pues, sino el futuro.

En estos tres partidos entregados a Caparrós para lograr el mal menor de un billete provisional para la Europa League, la afición ha sabido de nuevo estar a la altura y aparcar sus iras en beneficio del interés general del equipo. Solventada la papeleta, Nervión podría convertirse este sábado, además de en un merecido homenaje al técnico utrerano, en el lugar idóneo para que el pueblo (plebiscitum) emita su veredicto sobre el equipo, el consejo de administración y los principales accionisas. Es decir, sobre el presente y el futuro del Sevilla Fútbol Club.