La ronda francesa
Pogacar se viste de amarillo en el Tour y Vingegaard proclama que ha vuelto
Sensacional respuesta del astro danés al ataque del fenómeno esloveno en la última subida de la segunda etapa ganada en fuga por el ciclista francés Kévin Vauquelin en Bolonia.
Sergi López-Egea
Hubo gente que colocó la tienda de campaña para dormir en la cima del santuario de la virgen de San Luca y conseguir la primera posición en las vallas que protegían a los corredores. Había que subir a pie desde el centro de Bolonia con un calor insoportable. Había dudas de que el esfuerzo, quizá, con fuga consentida, no hubiese valido la pena. Qué error y que falta de fe, la que mueve el Tour y la que siempre convierte a esta carrera en un acontecimiento mágico. ¡Ataca Tadej Pogacar! ¡Responde Jonas Vingegaard! ¿Qué más podían pedir?
Van dos etapas y ya se han descubierto dos cosas. De una, que Pogacar es una fiera inconformista y el ‘caníbal’ del siglo XXI, no había ninguna duda. La otra, en cambio, la exquisita forma de Jonas Vingegaard se tenía que demostrar sobre un asfalto que parecía derretirse con un termómetro justiciero.
Todo empezó de buena mañana en el interior del autobús del UAE aparcado en Cesenatico, la ciudad del Adriático que vio nacer a Marco Pantani. Todos conocían la dureza de la subida al santuario de la virgen de San Luca porque allí se celebró la cronoescalada inaugural del Giro de 2019 que ganó Primoz Roglic. No llegaba a 2 kilómetros de esfuerzo, pero había que retorcerse y sufrir si a alguien le daba por demarrar.
Pogacar escuchó a sus directores que le recomendaron atacar. “Teníamos que comprobar si Jonas había llegado al Tour con la forma justa”, explicó en la Rai Joxean Fernández, ‘Matxin’, el técnico vasco de Pogacar. “El ritmo era alto y había que probar. Jonas fue rápido en la respuesta. No ha sido una sorpresa para mí”, reconoció Pogacar, ya con el jersey amarillo, después de bajar del podio.
Iba por delante la fuga, de la que salió victorioso el francés Kévin Vauquelin. Parecía que el pelotón de los ilustres ya había dado la etapa por sentenciada y todos llegarían tranquilamente a Bolonia. Sin embargo, Vingegaard corría con la mosca detrás de la oreja. No tenía a su lado a Wout van Aert que se había dado un castañazo y corría con las piernas doloridas. No hacía otra cosa que girarse, buscaba a Pogacar. Rampas superiores al 10 por ciento eran una invitación al ataque. Vingegaard conoce demasiado bien a su contrincante esloveno.
Un estallido de júbilo
De repente, como si estallase un globo, como si una alegría colectiva se apoderase de las calles de Bolonia, un estallido de júbilo, Pogacar atacaba; el típico cambio de ritmo patentado por el fenómeno de Eslovenia. Igualito que los que hizo en el Giro. Pero, señor mío, con una notable diferencia. Hubo respuesta, la que no obtuvo en la ronda italiana ni en ninguna otra carrera a lo largo del año. Y no fue la de un ciclista espontáneo en su tarde de gloria. Pogacar se giró levemente y vio al único que no querría haber visto; nada menos que un Vingegaard magnífico.
A la segunda etapa, con calor, con frío, con lluvia y hasta si se diera la ocasión con nieve… a la segunda etapa estalló el espectáculo que sólo son capaces de protagonizar dos ciclistas, Vingegaard y Pogacar, que se quedaron solos, relevándose, pedaleando de tú a tú, como si hablaran de vencedor a vencedor desde una tribuna de oradores.
Allí estaban los dos; uno para coger el jersey amarillo por accidente, y el otro para ganarse la admiración infinita y demostrar que había vuelto, que no tenía complejos a la hora de enfilar una bajada -y eso que se llevó un susto al tocar el pedal con el suelo- tras el accidente de Álava del 4 de abril y que la preparación espartana en Tignes durante el mes en junio había valido la pena, tanto o más que colocándose un dorsal para competir.
Diez kilómetros de fantasía
Fueron 10 kilómetros de fantasía, de dibujos animados, de efectos especiales, de éxtasis total. Pogacar descubrió que existe alguien que le planta cara y que si gana el Tour tendrá que esforzarse mucho más que en la victoria del Giro. Vingegaard comprobó que era el mismo de antes de la caída en el País Vasco y que como en 2022 y 2023, en las dos victorias en París, no temía a Pogacar, lo podía seguir a la perfección y quién sabe si rematarlo en los Alpes o los Pirineos. “Ha sido una pequeña victoria para mí sobre todo porque puedo anunciar que he vuelto”, festejó el corredor danés.
Por si fuera poco, aunque se soltase en la subida, Remco Evenepoel respondió en la distancia, demostró su enorme cabezonería, se lanzó como un loco en la bajada, siempre seguido por Richard Carapaz, y capturó en la meta a sus adversarios. Roglic ni lo intentó y llegó a meta a 21 segundos, en el grupo en el que estaban los españoles Juan Ayuso, Pello Bilbao, Mikel Landa, Enric Mas y Carlos Rodríguez. En Bolonia se empezó a dibujar algo mucho más bonito que una fuga consentida, nada menos que un Tour alegre, festivo y emocionante.
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