Fútbol

El Barça de Flick es el sueño prohibido que Xavi se quedó sin vivir

El equipo barcelonista arrasa al Girona con los goles de Lamine Yamal (2), Olmo y Pedri en el mismo escenario donde su extécnico oficializó la quiebra de su proyecto

Dani Olmo y Koundé se abrazan a Lamine Yamal en Montilivi.

Dani Olmo y Koundé se abrazan a Lamine Yamal en Montilivi. / Jordi Cotrina

Francisco Cabezas

Los sueños prohibidos nos definen. Xavi Hernández, antes de ser despedido, pensó que llegaría el día en que sus jugadores se colocaran bien sobre el campo. Que serían solidarios en las ayudas. Que presionarían como si les fuera la vida en ello. Y que, sobre todo, emocionarían a una afición harta de promesas, propaganda y, sobre todo, de mentiras. En Hansi Flick no hay artificio alguno. Ni promueve revueltas ideológicas en la sala de prensa, ni se deja intimidar por quienes antes pedían títulos, y ahora sólo paz y comprensión. Ser un entrenador que utiliza los pies para tenerlos sobre el suelo, no para patear carteles ni lonas, le ha permitido construir un Barça dominado por la lógica. Bello, ambicioso, pero sí, lógico.

Así que el Barça, que encajó un 2-4 y un 4-2 la temporada pasada, pasó esta vez por encima del Girona en un Montilivi donde Flick se permitió firmar una obra impoluta y donde ninguno de sus titulares desentonó. Porque no es este un equipo que dependa de los solistas, sino del equilibrio de sus instrumentistas. Cubarsí e Iñigo Martínez viven mucho más tranquilos porque, unos metros más allá, Casadó y Pedri tienen el partido en la cabeza y en sus pantorrillas. Koundé y Balde ofrecen profundidad, pero sólo cuando toca. Raphinha ha aprendido a ser útil incluso cuando no marca. Mientras que Lamine Yamal, claro, sólo tiene que ser él mismo.

Adrenalina

El fútbol engancha porque sabes que, antes o después, te proporcionará ese chute de ilusión, de adrenalina, que nos hace seguir adelante y olvidarnos de las miserias del día a día. Por eso Lamine Yamal provoca adicción. Convierte lo episódico en habitual, la genialidad en rutina. Y te fuerza a soñar con una vida en la que las cosas, sí, pueden acabar bien. Lamine Yamal, a quien aún le afeaban que no equilibrara su prematura grandeza con más goles, marcó dos al Girona. Pero lo más importante, por supuesto, no fue eso. Sino la tranquilidad con la que lo hizo, obligando a los espectadores, pero también a los rivales, a detenerse mientras él concretaba lo que tenía en mente. Mientras continuaba convenciéndonos de que este tiempo comienza a ser ya suyo.

Habrá quien acuse al defensa David López de haber cometido un error de principiante al querer sacar el balón mirando musarañas. Habrá quien le diga que fue una torpeza. Pero quizá habría que reparar en la habilidad ajena, en cómo Lamine Yamal, con la puntera de su bota izquierda, le quitó la pelota, la hizo circular entre sus piernas, y dejó que se abrieran las puertas del paraíso con la tranquilidad con la que uno espera a que se abran las del Mercadona. Con un abanico de opciones por explorar, el delantero del Barça optó por la cordura, colocando el cuero con extrema dulzura en el rincón donde nunca podría llegar el meta Gazzaniga.

Pasada esa media hora en la que el Barça estaba bordando el fútbol, Lamine Yamal volvió a asomar para demostrar que su equipo no se calma en ventaja, sino que se excita aún más. Raphinha tiró un centro a balón parado y los jugadores azulgrana, quizá pillos, quizá conscientes de que el Girona tiende a desatender la frontal del área, dejaron a Lamine que se fuera solo hacia aquella zona. La intuición tenía su razón de ser. Los futbolistas de Míchel defendieron su corazón, pero descuidaron lo que pasaba frente a sus narices. El olfato lo puso Lamine, que con el interior de su zurda, y entre piernas y corpachones varios, dirigió con el interior de su zurda el balón a la red. Era el 0-2, pero tal era el vuelo del equipo de Flick y la impotencia del grupo de Míchel que los goles amenazaban con amontonarse en la portería de Gazzaniga.

Espantapájaros

Claro, el Girona pagaba de lo lindo que su equipo poco tenga que ver con el que abrumó la temporada pasada. Varias piezas de la columna vertebral hicieron las maletas, y a Míchel le está tocando liderar una reconstrucción con futbolistas que no tienen la calidad de los que se fueron. Por si fuera poco, la ausencia de Yangel Herrera en el centro del campo obligó a que el colombiano Jhon Elmer Solís, con maneras de espantapájaros, ejerciera de atolondrado líder en una zona en la que el Barça montó la entrada a su parque de atracciones.

Quizá el Girona tuviera una última oportunidad para rebelarse. Al filo del descanso, Bryan Ruiz, que por momentos pareció el valiente que se puso frente a los tanques chinos en las protestas de la plaza de Tiananmén de 1989, remató al cuerpo de Ter Stegen con todo a favor. Y justo después, Iñigo Martínez saltaba de espaldas y con los brazos abiertos. El árbitro del partido, Muñiz Ruiz, señaló penalti. Pero el VAR le invitó a que acudiera al monitor, porque allí podría ver cómo la pelota venía rechazada desde el cuerpo de su compañero Balde, lo que invalidaba la infracción.

Así que a Flick se le pasó rápido el cabreo, y no tuvo más que ver cómo su equipo, repleto de demonios insaciables, zanjaba la tarde en el primer cuarto de hora del segundo tiempo. Antes de que Dani Olmo, que en el primer tiempo se hizo un pequeño corte, tuviera que pedir el cambio por molestias físicas, encontró tiempo para continuar con su buenaventura. El martillazo sin ángulo con el que materializó el 0-3 tras un pase largo de Koundé habló de muchas cosas, especialmente de la confianza de un jugador que encaja como un guante en la estructura de un grupo tan dinámico como el de Flick.

Pedri acude a celebrar con Flick su gol ante el Girona.

Pedri acude a celebrar con Flick su gol ante el Girona. / Jordi Cotrina

También tiene mucho que agradecer Pedri al técnico alemán, y también a ese plan físico que le está permitiendo olvidar las penurias que amenazaban con descarrilarle. Pedri, que supo descifrar esa viveza con el balón que distingue a Casadó, aprovechó la formidable asistencia del canterano para sentar a Gazzaniga y tomar el cuarto gol.

Es tal la superioridad que está demostrando este Barça que incluso le sobró la última media hora, justo ese tramo que, en otros tiempos, se convertía en un sinvivir. Los cambios desnaturalizaron a los azulgrana un buen rato, de acuerdo. De ahí que el Girona se permitiera el pequeño consuelo de marcar un gol gracias a Stuani, indetectable para Eric García, o que Ferran Torres, que había sustituido a un Lewandowski que falló dos ocasiones claras a bocajarro, fuera expulsado por plantarle la plancha a Yáser Asprilla en una acción absurda.

Nada que turbara a un Barça que ha ganado sus primeros cinco partidos de Liga. Y que, sobre todo, se ha convertido en un equipo creíble. Un equipo de verdad.