LOS ROSTROS DEL AÑO
Carolina Marín, dolor y escalofrío olímpico de todo un país
Ninguna medalla alcanzó en España el estremecedor impacto de la lesión de la onubense en París 2024, en una mañana de agosto que todos recordaremos durante mucho tiempo
Sergio R. Viñas
Eran las 10.30 horas del primer domingo de agosto, tiempo de estar bajando a la playa o de dar un paseo por el pueblo de tu madre que sirve de fresco refugio frente al calor. O, qué demonios, de seguir en la cama, sea por la verbena del día anterior o, sencillamente, para curar el sueño acumulado de tantos meses de trabajo y madrugones. Era hora para casi todo. Menos para sentir, en cuerpo ajeno, el de Carolina Marín, un dolor insoportable.
Carolina, muy a su pesar, fue la imagen de España en los Juegos Olímpicos de París 2024. Ninguna de las 18 medallas, ni siquiera los cinco oros, tuvo un impacto semejante. Algo increíble, si se observa con perspectiva, para una jugadora de un deporte tan minoritario y con tan poco arraigo en nuestro país como el bádminton. He ahí la grandeza de la onubense y de su legendaria carrera que, en ese momento, pareció desvanecerse ante nuestros ojos.
Ocurrió como ocurren estas cosas: de repente, sin el menor indicio previo y, claro, en el peor momento posible. Suena a tópico, pero pocas veces fue tan real como aquella mañana de bádminton en el Arena Porte de la Chapelle, uno de los escasos recintos que se construyeron desde cero para los Juegos Olímpicos de París 2024. Iba Carolina rumbo a la final olímpica, completamente desatada, una de sus mejores versiones de siempre, cuando sintió ese chasquido que ya había sentido otras dos veces en su vida y cuya consecuencia, por tanto, conocía: rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla.
La loba que "agarra y muerde"
Apenas 24 horas antes, en los cuartos de final, Carolina Marín había exhibido una confianza en sí misma que sorprendía por su contundencia. Tras aplastar a la japonesa Aya Ohori (21-14 y 21-13), la onubense se mostraba feliz por haber desplegado sobre la pista su versión más lúcida, la de "esa loba que cuando agarra y muerde no suelta hasta final".
"Parece que estoy un poco loca, que quizás lo esté, pero no paro de hablarme a mí misma, porque el foco lo quiero poner en lo que tengo que hacer, en qué puedo hacer para ganarle a mi rival. Estoy constantemente repitiéndome el plan, animándome a mí misma", añadía. Y ese "plan", a grandes rasgos, consistía en llevarse el oro a casa sin haber visto la Torre Eiffel, como ocho años antes se había llevado el oro de Río de Janeiro sin haber visto el Cristo del Corcovado.
El "plan" iba sobre ruedas, alcanzado el pico de forma físico y mental necesario para repetir presea olímpica ocho años después de la primera, después del lapso obligado de Tokio 2020, debido a, en efecto, una de esas ya tres lesiones de ligamentos. "Mi legado está escrito, ya solamente queda lo que vaya sumando de aquí hasta que me retire", explicaba días antes de París 2024, en una entrevista con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, mascullando sin alzar la voz la opción de un oro en el que pocos creían.
Porque la Carolina que se presentó en París era una Carolina ya veterana, 31 años en un deporte en el que la precocidad es cada día mayor, merced en parte al incremento de la velocidad en los juegos que está experimentando el bádminton en los últimos años, especialmente en categoría femenina.
Premio Princesa de Asturias 2024
Para entonces, ya sabía que era la ganadora del Premio Princesa de Asturias de los Deportes de este año, galardón anunciado en mayo y entregado en octubre, ya sin las muletas que, como un señuelo, llevaban la mente irremediablemente a ese mañana de agosto en la que un escalofrío recorrió el cuerpo de todos los españoles. En la que, mucho más que la rodilla, a Carolina se le partió el alma.
Ganaba su semifinal con una solvencia asombrosa, 21-14 y 10-6. Su rival, la china He Bing Jiao, transmitía estar completamente sobrepasada por el ciclón que tenía enfrente. Nadie podrá nunca afirmarlo con rotundidad, pero la final olímpica era suya. Y, entonces, '¡crack!'. Vencida su rodilla derecha, se tumbó al suelo retorciéndose de dolor, mientras su rival levantaba la mano llamando la atención de los médicos, consciente de la gravedad de lo sucedido.
Su entrenador, Fernando Rivas, igualmente consciente, se acercó a ella, entre la asistencia y el consuelo. Las gradas del pabellón de La Chapelle, abarrotadas de españoles, se sumieron en un estremecedor silencio. Minutos después, en un intento de negar la evidencia, Marín pidió reanudar el partido. Disputó un punto más. Pero era imposible.
De la retirada al retorno
Y fue entonces cuando empezó a brotar de ella un llanto estremecedor. En un último gesto de orgullo, no hay otro atributo que la defina mejor, se negó a abandonar la pista en silla de ruedas. Con la sensación, en ese momento, de que hasta allí había llegado su vida de deportista. Con la certidumbre de que ya no merecía la pena más sufrimiento, más crueldad.
El paso del tiempo le hizo replantearse el futuro. "Me daría mucha pena retirarme por una lesión y no ser yo misma quien decida cómo retirarme", argumentó tras la operación. Sin dar nada por seguro, Marín ha decidido que quiere retirarse en una pista de bádminton. Y ha fijado la mirada en el Europeo de 2026, que se disputará en Huelva, su ciudad. Ojalá lo consiga.
PD: Y en la retina también, que jamás se olvide, el gesto de su rival He Bing Jiao recibiendo la medalla de plata en el podio con un pin del equipo español en la mano. El espíritu y los valores olímpicos de los que tanto se hablan, concentrado en un sencillo pero memorable gesto.
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