Opinión | OPINIÓN
Energía nuclear: ¿cuestión de racionalidad o de emocionalidad?
Construir nuevas centrales en España no tiene sentido económico, pero clausurar las existentes es un disparate que los españoles pagaremos caro, sobre todo los que trabajan en industrias amenazadas de cierre
Conversaba recientemente con un psiquiatra y me decía que la forma más segura de acabar en su consulta es ser empático. Desde joven he estado escuchando la necesidad de desarrollar la empatía para entender al otro y creo que es una habilidad muy necesaria, pero con la edad cada día estoy más con Adam Smith y priorizo el interés propio.
Es cierto que hay decisiones individuales que no consiguen el óptimo colectivo, como son las relacionadas con el medio ambiente y el reparto de las rentas generadas por el sistema capitalista, y que necesitan una intervención inteligente del Estado y un sistema institucional eficiente del mercado de trabajo para reducir la desigualdad, minimizar la pobreza y preservar la estabilidad social, condición necesaria de los sistemas democráticos. Pero lo emocional domina la política, los ciudadanos empiezan a cansarse y solo así se entiende que Donald Trump haya vuelto a ganar las elecciones en EEUU y el auge de la extrema derecha y la extrema izquierda en Europa después del desastre que supuso el fascismo y el comunismo.
El debate más emocional es el relacionado con la transición climática, pero la especie humana debe hacer uso de su intelecto y racionalidad si queremos transitar hacia una economía descarbonizada que respete los límites planetarios. Más allá del debate sobre las causas, el cambio climático es un hecho medible y no discutible, se ha acelerado desde 2015 y los costes económicos asociados al mismo están superando los escenarios más pesimistas. Por lo tanto, reducir el nivel de emisiones de dióxido de carbono generará bienestar a la especie humana, además de mejorar la biodiversidad del resto de especies que habitan en el pequeño planeta Tierra.
El mayor nivel de emisiones se concentra en la producción de electricidad, el transporte y la construcción. Trump es un negacionista del cambio climático que acaba de nombrar a un empresario petrolero como secretario de Energía; China sigue priorizando la reduccción de la pobreza y la creación de empleo y tiene una política industrial muy agresiva y muy exitosa que le ha convertido en líder tecnológico de la transición climática, pues produce el 90% de las placas fotovoltaicas y el 80% de los coches eléctricos del mundo.
Europa es el área más dominado por la emocionalidad del planeta, prioriza la reducción de emisiones al empleo y los salarios, los votantes se han cansado y, como ha sucedido con Trump, vamos a ver un fuerte repunte de la extrema derecha en las elecciones alemanes y francesas de 2025, especialmente en zonas industriales afectadas por los cierres de fábricas. Como señala Mario Draghi en su reciente informe, uno de los principales lastres de la baja competitividad y la crisis industrial europea es nuestro elevado coste energético y la principal causa son errores políticos forzados por el relato y la emocionalidad.
El mayor error lo ha cometido Alemania forzando el cierre prematuro de las centrales nucleares. La decisión se tomó en 2019, cuando Vladímir Putin era aún un socio fiable y le vendía gas barato a través de los gaseoductos, pero tras la guerra de Ucrania, las sanciones y el corte del suministro, el precio del gas ha subido, la competitividad se ha deteriorado y el cierre de fábricas y la destrucción de empleo industrial en Alemania se ha acelerado. Cuando Angela Merkel precipitó el cierre de las nucleares cometió un grave error, pero que Olaf Sholtz haya continuado con el plan tras la invasión de Ucrania es el mayor error económico desde 1945, y lo pagaremos muy caro todos los europeos, no solo los alemanes.
Este mes de noviembre hay menos viento estacionalmente en Alemania y, tras el cierre de las nucleares, se ha incrementado el consumo de gas, han aumentado las emisiones y se ha acelerado el cambio climático. Además, ha presionando al alza el precio tanto del gas como de la electricidad en toda Europa, por lo que veremos un repunte de la inflación en breve, presionando al alza sobre los salarios, lastrando aún más nuestra competitividad contra China y EEUU y originando más cierres de fábricas y más destrucción de empleo.
El caso de Almaraz
Teresa Ribera es una de las políticas más emocionales que yo he conocido en mi vida en todo el mundo, pero acaba de tomar una decisión priorizando su interés propio. Para ser vicepresidenta de la Comisión Europea, cobrar un sueldo que la mete en el club del 1% de la población más rico del planeta y evitar el veto de Francia, ha reconocido que la energía nuclear es necesaria en la transición pero en España mantiene el plan de cerrar la central nuclear de Almaraz, en Cáceres.
España tiene las mejores condiciones de sol y viento para producir electricidad más barata que nuestros socios europeos, mejorar nuestra competitividad y hacer una política industrial exitosa como propone Draghi en su informe. Si además queremos electrificar para descarbonizar y ayudar a reducir las emisiones contaminante, necesitamos las centrales nucleares ya en funcionamiento hasta que se desarrolle la tecnología y la inversión en acumulación de electricidad, tanto en bombeo y turbinación como en baterías.
Nuestra gran ventaja competitiva son las renovables. Construir nuevas centrales en España no tiene sentido económico, pero cerrar las nucleares es un disparate que pagaremos muy caro los españoles, especialmente los que trabajan en industrias amenazadas de cierre como el automóvil, la siderurgia y el sector químico, de las que dependen muchas ciudades y comarcas.
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