Crónicas dominicales

Ana Botín, mi casa es suya, no mía

La cara más visible del Santander parece orgullosa de que los españoles en un gran porcentaje seamos propietarios de casas y pisos. Propietarios en apariencia, para jugar a ser ricos, la verdadera propietaria de “lo nuestro” es ella y sus colegas

06 feb 2022 / 04:00 h - Actualizado: 06 feb 2022 / 04:00 h.
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  • La presidenta del Banco Santander, Ana Botín. / EFE
    La presidenta del Banco Santander, Ana Botín. / EFE

En otros países de Europa, así como en el país de la libertad, hay más alquiler que en España y se tiene asimilado que, al igual que no es tan raro divorciarse dos o tres veces en la vida, tampoco lo es alquilar. El 70% de la población de la Unión Europea vive en un hogar en propiedad, mientras que el 30% restante lo hace en régimen de alquiler. No obstante, en el caso de Alemania, aproximadamente la mitad de la población vive en un hogar en propiedad (50,4%) y la otra mitad en alquiler (49,6%). Los porcentajes de propiedad de la vivienda son más bajos también en Austria (55%) y Dinamarca (59%). Es decir, a los latinos católicos españoles nos gusta más sentirnos propietarios que a los luteranos aunque no lo seamos en realidad. Lo de “déjalo todo y sígueme” no nos mola apenas.

48 letras y el coche es mío

No somos propietarios de muchos bienes de los que nos sentimos propietarios, un sentimiento no es más que un imaginario, un consuelo frente a lo que quisiéramos ser y no somos, una dependencia más, una forma de complicarnos la vida y sentirnos poderosos. La banca nos lo pone a huevo, como las hipotecas están bajas y los alquileres por las nubes en España, ya tenemos el pretexto ideal para almacenar esa sensación de pseudopropiedad de la que somos conscientes, recuerden si no (si no, ¡separado, periodista novato, a ver si nos enteramos!) los lectores más veteranos esa pegatina que llevaban los coches, adheridas en sus partes traseras, que decía algo así como: “Dentro de 48 letras el coche será mío”. Ahora ocultamos eso, a la vez que mostramos emociones de poder nos avergonzamos de pagar a plazos. Aquellas pegatinas -qué letrados éramos los españoles- se atrevían a decir la verdad, no era raro verlas cerca del muñequito en forma de perrito pastor alemán que movía la cabeza y estaba sentado sobre un pañito artesano en la parte postrera del interior del auto. En estos tiempos me llegan al móvil anuncios sobre prestamos bancarios para que me ate más a sus cadenas y adquiera toda clase de objetos innecesarios. Ni caso.

Crear necesidades

¿Saben qué ha pasado? Se lo voy a recordar. La fórmula necesidad de algo-producción-consumo la ha conservado el mercado pero la ha reforzado por la de producción-creación de la demanda-consumo. Si hay miles de casas y de coches producidos hay que crear la necesidad de la propiedad y unir propiedad a poder y poder a placer, ya está, servida la esclavitud de la sociedad de consumo. Entre lo innato y lo enseñado, el capitalismo es el humano en movimiento natural evolutivo. Hasta que no se demuestre lo contrario. Por eso las izquierdas fracasan y caen una y otra vez en su ingenuidad. Portugal ha salido adelante con una política de derechas concretada por un gobierno de izquierdas, paradójico, ¿no? Y la gente ha rechazado a la izquierda más radical.

Además de en España, ¿dónde hay más apego a la propiedad inmobiliaria ficticia? En los países conversos al capitalismo. Los porcentajes más altos de propiedad se observan en Rumanía, donde el 96% de la población vive de este modo. Le siguen Eslovaquia (92%), Hungría y Croacia (ambos con un 91%). Mientras, en España la población se divide en un 75,1% viviendo en una casa en propiedad y un 24,9% en una casa en alquiler.

En la presentación de las cuentas del Santander del año pasado, doña Ana Botín afirmó que España es un país de propietarios -algo menos del 80% tiene vivienda en propiedad- y que esa circunstancia ha sido decisiva históricamente para sobrellevar las crisis económicas. Será así, pero cuando llegó la crisis de 2008 en adelante, mucha gente no sabía lo que hacer con esas hipotecas que se echaron encima al comprar viviendas y chalés de 300.000 euros más o menos, para vacilar con los amigos y jugar a ser ricos, como aquel que compró un coche tan lujoso que luego le faltaba liquidez para echarle gasolina. A estrecharse el cinturón hasta casi reventar, arriba los desahucios, pérdidas para los bancos, abajo los préstamos a empresas, abajo el consumo, arriba el paro, más abajo el consumo y más arriba el paro y más pobreza. Eso sí, televisores inteligentes, bien grandes, de mil euros, reinando en el salón, que no falten.

Los ricos también lloran

Por cierto, los ricos también lloran. Aunque el Santander, doña Ana, ufana ella, ha declarado un beneficio atribuido de 8.124 millones en 2021, la muchacha se queja de que paga muchos impuestos, más de lo que pagan en Europa y mucho más de lo que apoquina Google, verbigracia. “En España pagamos de media un 47% de impuestos, frente a la media europea del 40%”, ha hecho saber. Y más: se quejó de lo poco que contribuyen a las arcas públicas los gigantes tecnológicos como Google que, por cierto, el martes presentó un beneficio de 67.500 millones de euros. La presidenta del Santander mandó otro recado al Gobierno: “Antes de que suban los impuestos a los de siempre, que paguen todos”, porque “hay empresas que pagan menos de lo que les toca”, afirmó.

Para que luego critiquen a “los ricos” -que dicen los de Podemos y sus mareas y círculos- con lo que les ha caído encima aunque estén en la cima del dólar y del euro -pronto de las criptomonedas, no les queda de otra si no quieren fallecer- y aunque se preocupen por cubrir nuestras ansias de imitarlos. Ya sabemos que llegó un momento en el que el señor Ford cayó en la cuenta de que no sólo podía vender sus coches al contado a los ricos del círculo del detective Hercule Poirot sino (este sino es junto, a ver si aprenden a escribir algunos alumnos y colegas de la prensa) que si les subía el sueldo a sus trabajadores les sería posible adquirir a plazos los vehículos que fabricaban.

De ahí a las casas, pisos, apartamentos, etc., que son pero no son nuestros, esas viviendas tasadas en la época del boom por encima de lo que realmente valían, esos fajos de billetes que yo he visto cuando se paga en negro y los notarios miran para otro lado. Oh, sí, somos propietarios, pero deje usted de pagarle a los señores feudales y veremos dónde se queda esa propiedad. Menos mal que ahora llega la ley de la vivienda de los caballeros y caballeras que iban a asaltar los cielos y se han quedado encima de una simple colina.

Dice la señora Botín que no le gusta la ley. Normal. No la he leído aún, tengo mucha lectura pendiente y no doy más de mí, sólo me pregunto una cosa, a ver si leyéndola se me despeja la duda: si alguien pide por alquilar un inmueble que le pertenece supongamos que 1.000 maravedíes al mes y otro alguien está dispuesto a soltarlos, ¿por qué dicen los revolucionarios de pitiminí de Podemos que van a regular los alquileres? Debe ser por eso por lo que la señora Botín afirma que este asunto es pura oferta y demanda y que no se metan los rojos en esas cosas. Ella es rosa, ahora quiere colocar en lo alto de la Asociación Española de la Banca a una mujer porque ya toca. Y como tiene los votos, lo hará, lo está comunicando, pero ella hace como que lo está consensuando, muy correcto todo, muy rosa de la rosa.

Este asunto es más peliagudo y discriminatorio de lo que parece: si por ejemplo cualquier organización de un premio literario ha decido que la edición a fallar va a ser para una mujer, no se dice, ya pueden entonces presentarse las mejores novelas masculinas del último decenio que se quedarán en el cajón. Se está poniendo la cosa como para no salir de la casa que es mía pero, sobre todo, de mi señora feudal, doña Ana Botín.